Desde julio de 1944 hasta septiembre de 1944, se llevaron a cabo experimentos en el campo de concentración de Dachau para estudiar varios métodos para hacer potable el agua de mar .
Las víctimas, un grupo de 90 romaníes, fueron privadas de cualquier comida y solo se les daba agua del mar filtrada, lo que le provocó graves secuelas. Estaban tan deshidratados que incluso lamían los pisos recién fregados o buscaban trapos viejos para obtener agua potable.
El Dr. Hans Eppinger Jr. fue el artífice del experimento cuyo objetivo era determinar si los prisioneros sufrirían síntomas físicos graves o morirían en un período de 6 a 12 días.
Varios prisioneros del campo de concentración de Buchenwald fueron engañados y bajo la excusa de que los integrarían una brigada de limpieza encargada de retirar escombros tras unos bombardeos, fueron trasladados al campo de concentración de Dachau para ser víctimas de esas crueles prácticas.
Josef Laubinger, una de las víctimas, relató durante el primero de los doce juicios celebrados por crímenes de guerra y contra la humanidad, cómo formó parte de un grupo de cuarenta gitanos que fueron divididos en tres grupos. Todos fueron privados de alimentos y al primer grupo le dieron de beber agua de mar; al segundo, agua de mar tratada químicamente y que era mucho peor que el agua de mar pura y al tercero, agua de mar preparada que parecía agua potable real.
Además, Laubinger recordó también como a pesar de que un checoslovaco le comentó al médico de la Luftwaffe que no podía seguir bebiendo porque se sentía muy mal, el médico lo ató a la cama y lo obligó a tragar el agua por medio de una bomba de estómago, mientras a otros les realizaron punciones en el hígado y en la médula espinal. Laubinger fue sometido también a otros dos experimentos relacionados con la malaria y la hipotermia.
En el banquillo se sentaron veinte médicos de campos de concentración, dos oficiales administrativos y un abogado. Hans Eppinger se suicidó un mes antes de testificar en el juicio.
El internista encargado de llevar a cabo las pruebas, Wilhelm Beiglböck fue condenado a quince años de cárcel conmutada luego a diez. Hermann Becker-Freyseng, el diseñador de los experimentos, fue condenado a veinte años de cárcel, que se quedaron en diez. Otros dos recibieron condenas similares, cuatro fueron absueltos, cinco condenados a cadena perpetua y siete a la pena capital.
Los nazis no consideraban humanos a los gitanos
Según Nicolás Jiménez, coautor junto a Silvia Agüero de “Resistencias gitanas”, cuando las víctimas son gitanas las penas suelen ser irrisorias. “En el fondo, los jueces y fiscales ingleses y estadounidenses también tenían prejuicios contra ellos”, criticó.
Además, señala que los nazis no los consideraban humanos y pensaban que podían hacer con ellos cualquier cosa y recuerda que “el genocidio antigitano durante el Tercer Reich —conocido como Samudaripen— no es más que un episodio de un largo proceso de deshumanización”.
Muchos testimonios no fueron admitidos ya que, según explica Nicolás Jiménez los romas eran considerados antisociales no solo en Alemania, sino también en otros países. “Y se nos sigue considerando así, pues la palabra de un gitano hoy tampoco tiene valor”, señaló.
Durante el juicio, hubo cuatro gitanos entre los 84 testigos. Karl Höllenreiner llegó a darle una bofetada al médico Wilhelm Beiglböck. Jiménez se queda con eso como como “acto inconmensurable de justicia” y con la trayectoria del boxeador Jakob Bamberger, al que no reconocieron los daños causados en sus riñones alegando que habían sido provocados por una lesión deportiva, que participó en una huelga de hambre en Dachau para denunciar el Samudaripen y el uso de fichas raciales del régimen nazi.
Joseph Tschofenig, sobreviviente del Holocausto, escribió una declaración sobre los experimentos con agua de mar en Dachau y ha señalado que fue responsable de usar la máquina de rayos X en la enfermería y, aunque tenía una idea de lo que estaba sucediendo, no pudo evitarlo.
Tschofenig pone como ejemplo a un paciente que fue enviado a las cámaras de gas por el Dr. Sigmund Rascher simplemente porque presenció uno de los experimentos de baja presión.