Mario Valdés Navia

Desde que en 1993 dejara de impartir Economía Política para regresar a mis predios de la Historia y el pensamiento cubanos, transcurrieron veinte años hasta que volviera a inmiscuirme, académicamente hablando, en temas socioeconómicos. En 2014 debí cursar el Diplomado en administración pública, dotado de un magnífico programa concebido por profesores de la Escuela Superior de Cuadros del Estado y del Gobierno y la UH. Como estudiante, recordé, aprendí y actualicé conocimientos, e hice muchos y buenos amigos y amigas. No obstante, lo que vuelve una y otra vez a mis recuerdos de aquel primer semestre del 2014 es la conformación del mito del Día Cero.

Su origen se remonta al 25 de octubre de 2013, cuando una escueta «Nota oficial del Gobierno de la República de Cuba», anunció que el Consejo de Ministros adoptó el acuerdo de comenzar a trabajar en el proceso de unificación monetaria –aunque debió decir: reunificación−. El auge del mito se produjo entre la primavera del 2014 y la del 2015, cuando se suscitaron rumores sobre la inminente proclamación del esperado Día cero, aquel en que los CUC serían comprados en CUP por el Estado a sus tenedores, jurídicos y naturales, a tasas de cambio aún desconocidas.

En marzo de 2014, se publicaron tres resoluciones del Ministerio de Finanzas y Precios que determinaban oficialmente que el CUP sería la «moneda funcional» del país y se desglosaban las medidas concretas que tendrían que acatar las empresas y entidades cuando ocurriera la unificación. Por entonces, hasta los economistas más importantes, tanto académicos como funcionarios estatales, declaraban en sus publicaciones y comparecencias ante medios de prensa que la unificación era inminente.

A tal punto llegaba la ansiedad que, en marzo-abril del 2014, se formaron largas colas en las CADECAS para vender masas considerables de los llamados CUC colchoneros  (atesorados por sus propietarios en disimiles condiciones y lugares, fuera de los bancos). Su oferta excesiva los llevó a cotizarse a 21×1 en los mercados informales de divisas de Matanzas y Varadero.

Aprovechando la incertidumbre colectiva que acrecentaba el río revuelto de la praxis callejera, hubo especuladores que se hicieron del  premio gordo con el trasiego de las dos monedas. Mientras, en lugares más conservadores y alejados de las prácticas especulativas, como mi querida Sancti Spiritus, el CUC quedó casi anatemizado y desde entonces solo es aceptado con ojeriza por vendedores y compradores.

El mito tuvo otros momentos de renacimiento. En particular en 2017, cuando se conoció de la creación de trece grupos de trabajo, con más de 200 especialistas de varios campos, para evaluar las posibles variantes del cómo, cuándo y qué pasaría. Incluso, se anunció la consulta a expertos extranjeros, pero sin precisar nunca cuándo se haría efectiva la esperada reunificación. Esa es la razón por la que, aunque entre 2014 y 2019 escribí dos ensayos y un libro sobre la actualidad socioeconómica de Cuba, siempre he tenido que poner la deseada fecha entre signos de interrogación.[1]

Ahora, a más de un quinquenio del 2014, asistimos a un renacer del mito que tiene como nuevo heraldo a la TV nacional. Lo sorprendente es que se nos presentan las opiniones del pueblo sobre la necesidad imperiosa de la reunificación como si se tratara de un asunto novedoso que necesita de la creación de un consenso colectivo para ser ejecutado por el Gobierno. ¡Es el colmo!

En lugar de llover sobre mojado, sería conveniente que economistas y otros especialistas de alto nivel explicaran al pueblo cuáles van a ser las consecuencias previsibles de este proceso, positivas y negativas. Lo cierto es que estimular el mito de que será una medida beneficiosa para todo, y todos, puede ser contraproducente cuando pase el añorado Día cero. Si bien la economía nacional no puede seguir funcionando sin una moneda única que permita expresar los gastos sociales y el nuevo valor creado con mayor exactitud; ni las empresas ser estimuladas a no exportar por la ficticia tasa de cambio 1×1 y, en cambio, a importar alegremente como si un peso fuera de veras un dólar estadounidense; también hay que explicar a la gente lo negativo que les vendrá encima.

Tres consecuencias desfavorables parecen divisarse en cualquier escenario: inflación, pérdida sustancial del patrimonio de numerosas empresas y cierre obligatorio de muchas de ellas ante la imposibilidad de subsidiarlas. Esto último obligará a tener disponibles nuevas fuentes de empleo para miles de trabajadores que quedarán disponibles en breve plazo.

Por eso creo que debemos sacrificar algunos espacios de la Mesa Redonda que hoy se dedican a especular sobre el proceso eleccionario en los EE.UU., y dedicarlos a explicar a la ciudadanía lo que ocurrirá tras el Día cero: necesario hasta lo imprescindible, importante para poner la economía sobre bases firmes y autóctonas, estimulador de los mejores productores, sean estatales, cooperativos, o privados. Y, al mismo tiempo, traumático para muchas entidades y familias, difícil para los bolsillos de los trabajadores a sueldo fijo y estimulador de las diferencias sociales.

El pueblo cubano, instruido, culto y sacrificado como pocos, necesita más de argumentos científicos que de mitos. Si tanto ha demorado este proceso, como otros en el largo y tortuoso camino de las reformas en Cuba, lo lógico es que lo recibamos con conocimiento de causa y no con ilusiones. Se lo debemos a la infinita capacidad de resiliencia de los cubanos y cubanas.

Nota:

[1] Ensayos: “Rousseau, Marx y Braudel en la actualización económica cubana”, Temas No 87-88, julio – diciembre, 2016, pp.119-128 y “La tríada burócratas-burocracia-burocratismo y la hora actual de Cuba” (Premio en la  modalidad de Ciencias Sociales del concurso de ensayos Temas 2017), Temas No 91, julio – septiembre, 2017, pp. 126-134; libro El manto del Rey, ediciones Matanzas, 2019.

Fuente: https://jovencuba.com/2020/09/02/dia-cero/

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