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Albares, en serio, vete ya

El ministro blanquea el genocidio de Gaza agradeciendo a Trump “su papel crucial”


LA PAZ DE LOS CEMENTERIOS

José Manuel Albares, ministro de Exteriores, ha decidido cerrar el círculo de la humillación diplomática. Desde Sharm el-Sheij, Egipto, ha declarado que el alto el fuego impulsado por Donald Trump es “un día de celebración”. Lo dice después de más de 65.000 personas asesinadas, decenas de miles de heridos, y una franja convertida en escombros donde ni el agua ni el pan llegan sin permiso del ejército ocupante.

Agradece, además, “el papel crucial del presidente de Estados Unidos”. Se refiere a Trump, el mismo que reconoció Jerusalén como capital de Israel, trasladó allí su embajada y autorizó los bombardeos más feroces en nombre de la seguridad israelí. El mismo que hace apenas semanas, en el Parlamento de Tel Aviv, proclamó que “Israel ha ganado todo lo que se puede ganar por la fuerza”.

Y mientras Gaza huele a fosas comunes, Albares se fotografía sonriendo entre mandatarios que firmaron con sangre ajena su acuerdo de paz. Llama “día de esperanza” a lo que Naciones Unidas define como una tregua humanitaria de emergencia para frenar el hambre y las epidemias. Lo llama “nuevo camino” a lo que es una rendición impuesta por el bloqueo militar y la diplomacia de los drones.

Habla de “reconstrucción de Gaza” sin mencionar quién la destruyó. De “futuro para ese pueblo” sin decir quién lo dejó sin infancia. Repite, como si fuera un salmo, “la solución de los dos estados”, ese espejismo diplomático que lleva tres décadas sirviendo de excusa para no reconocer que Palestina es un territorio ocupado y colonizado.


LA FALSA NEUTRALIDAD QUE MATA

El ministro se atreve incluso a justificar que Hamás no haya sido invitada a la conferencia de paz, pese a haber sido parte de la negociación. “No cree en la paz”, dice Albares. Tampoco cree en la paz el Gobierno israelí que bombardeó hospitales y escuelas, ni el que negó la entrada de ayuda médica mientras el cólera se extendía por los campos de refugiados. Pero a esos sí los invita. A los verdugos se les reserva la mesa, a las víctimas se les pide silencio.

Esa es la lógica del nuevo orden: el ocupante se sienta, el ocupado se calla. Trump dicta la paz, Europa asiente y España agradece. Lo que el ministro llama “diplomacia multilateral” es, en realidad, un alineamiento vergonzoso con la impunidad.

Y cuando asegura que “los procedimientos penales contra las autoridades israelíes no decaen”, no está defendiendo la justicia: está intentando maquillar el entreguismo con retórica legalista. Los tribunales internacionales investigan desde hace meses los crímenes cometidos en Gaza, y España no ha hecho nada por impulsar sanciones, suspender exportaciones de armas ni congelar acuerdos con empresas vinculadas a la ocupación.

La neutralidad ante un genocidio es complicidad. Albares no ha sido neutral: ha sido un actor más en la política del silencio, la foto y el cálculo. Mientras la sociedad civil pedía un embargo total de armas, el Gobierno español seguía aprobando licencias de exportación a Israel valoradas en más de 12 millones de euros. Mientras los movimientos propalestinos llenaban las calles, Moncloa evitaba cualquier palabra que incomodara a Washington o Bruselas.

La diplomacia española no ha defendido la paz. Ha defendido su asiento en la mesa de los que matan y negocian después.


Albares, en serio, vete ya. Porque quien celebra un alto el fuego impuesto sobre los cadáveres de niñas y niños no está defendiendo la paz. Está administrando la posguerra del ocupante.

Porque no se puede hablar de “reconstrucción” cuando los bulldozers siguen demoliendo casas.

Porque no hay dos estados posibles cuando uno de ellos sigue siendo un campo de concentración.

Y porque llamar “esperanza” a lo que huele a impunidad no es diplomacia: es cobardía con corbata.

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