Ante la catástrofe de la DANA, las muestras de solidaridad con los afectados se han multiplicado, y la labor de los voluntarios es constante. Esta situación de emergencia extrema ha resaltado la importancia de elementos que en la vida cotidiana suelen pasar desapercibidos: la electricidad, el acceso a agua potable y el suministro de alimentos, entre otros. Como lo describen los habitantes de las localidades más afectadas, la magnitud de la tragedia ha sido inimaginable. En cuestión de horas, lo que era normalidad se ha convertido en un privilegio, incluido el acceso a alimentos básicos.
A lo largo del país se han habilitado puntos de recogida de comida, y rápidamente, los conceptos que teníamos sobre alimentación han cambiado. Como se ha visto, en momentos de urgencia, las reglas se adaptan a las nuevas circunstancias. Productos envasados, leche, conservas, comidas precocinadas y alimentos infantiles son ahora prioritarios en las donaciones, como bien lo indica el Banco de Alimentos.
A su vez, para maximizar el impacto de estas contribuciones, expertos recomiendan prestar atención a la selección de alimentos. Entre los consejos, destacan productos que puedan consumirse sin necesidad de cocción y almacenarse a temperatura ambiente. Además, indican que es fundamental que estos alimentos tengan una larga vida útil y aporten energía y nutrientes esenciales. Como lo explica José Miguel Soriano del Castillo, Catedrático de Nutrición y Bromatología de la Universitat de València, el tipo de ayuda alimentaria debe ajustarse a las condiciones de cada comunidad afectada.
En la fase crítica, donde los servicios esenciales colapsan, “la ayuda alimentaria debe centrarse en productos básicos que no necesiten preparación o refrigeración: agua embotellada, alimentos enlatados, barras energéticas y comidas listas para consumir”. En la fase de recuperación, cuando el suministro de electricidad y agua se ha restablecido en su mayoría, “se puede ampliar la ayuda a productos más variados que promuevan una dieta equilibrada, como frutas y vegetales enlatados, leche en polvo y otros perecederos de larga duración”.
En la misma línea, en redes sociales, el usuario ‘elcoachnutricional’ subraya la importancia de priorizar alimentos ricos en proteínas, como carnes y pescados enlatados, así como carbohidratos, como el pan de molde y las barras de cereales. “En este contexto, da igual si tienen o no azúcar”, añade, destacando la flexibilidad que exige la situación actual.
En tiempos de crisis, la población se ve forzada a adaptarse a condiciones adversas, y alimentos que en otros contextos serían criticados, como los ultraprocesados, emergen como una opción no solo viable para asegurar el acceso a nutrientes esenciales, sino también indispensable. A pesar de que estos productos suelen ser cuestionados, lo cierto es que presentan ventajas que los hacen valiosos, especialmente durante emergencias: son fáciles de almacenar, tienen una vida útil prolongada y pueden consumirse sin preparación adicional, ofreciendo una solución alimentaria rápida y efectiva. Esto pone en evidencia que, lo que en una situación puede considerarse “poco saludable”, en otra puede ser vital, especialmente para personas vulnerables, como los ancianos, para quienes se recomiendan alimentos fáciles de masticar, como purés y sopas enlatadas.
Esto es lo que sucede cuando la necesidad manda: la población se vuelca a lo indispensable, a lo seguro. No hay tiempo que perder mirando etiquetas, marcas, debatiendo sobre alegaciones nutricionales. Lo que importa es que los alimentos sean no perecederos y preferiblemente cocidos, debido a la falta de suministros eléctricos y de agua que prevalecen en las zonas afectadas, como así también a la dificultad de acceder a infraestructuras para cocinar.
Esto invita a reflexionar, ya que, contrariamente a algunas percepciones, los productos ultraprocesados no equivalen a “comida chatarra”. De hecho, probablemente muchos se sorprenderán al saber que productos como la leche en polvo infantil, el pan integral y ciertos cereales integrales también son considerados ultraprocesados. Esto demuestra que la tendencia a asociar lo procesado con lo perjudicial es una generalización errónea.
Para empezar, no existe una definición universal sobre qué son los alimentos ultraprocesados, sino que existen diferentes clasificaciones que intentan categorizar estos productos. Más allá de ello, existen ideas equivocadas sobre el procesamiento de alimentos ya que en muchos casos, como el de las leches UHT, los productos se someten a un proceso específico con la intención de mejorar su seguridad. En este caso, se controla su exposición a una alta temperatura durante un tiempo determinado, con el fin de eliminar bacterias o microorganismos. Es por ello que no se debe caer en generalizaciones, ni demonizar injustamente categorías de productos.
Este contexto nos invita a cuestionar muchas políticas, entre ellas las que buscan restringir el acceso a alimentos procesados sin considerar su valor. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si los ultraprocesados, hoy vitales para muchas personas, fueran eliminados del mercado? ¿Qué sucedería, además, si se diera luz verde a las propuestas que buscan elevar los impuestos a este tipo de productos? Son algunas de las interrogantes que surgen. La respuesta simple es que estas políticas afectarían principalmente a los más vulnerables, aquellos que hoy más necesitan de estos productos.
Aunque estas reflexiones no sean prioritarias en un contexto de emergencia, no deben ser olvidadas. Es precisamente en momentos como este cuando más evidente se hace la necesidad de diseñar políticas alimentarias que tengan en cuenta todos los contextos y realidades, como así también la importancia de implementar enfoques flexibles en torno a la alimentación, entendiendo el impacto negativo que ciertas políticas podrían tener a largo plazo para la población.