Durante los primeros años del nuevo milenio, este barrio valenciano de pescadores fue un ejemplo de resistencia frente a la depredación de su ayuntamiento, que intentó demoler 1.600 viviendas para trazar una línea recta entre el casco urbano y el mar. Hoy, a rebufo de aquella lucha victoriosa, con el barrio todavía en pie, el capital acelera su incursión en el Cabanyal y gentrifica sus calles convirtiendo la movilización social en una pieza de exposición. Así aparece en el diario británico The Guardian, listado entre los diez barrios más cool de Europa. Procede por tanto repasar su mutación de polvorín a escaparate turístico y saber cómo se han defendido los vecinos en ambos escenarios.
La historia del conflicto en el barrio marinero de Valencia se remonta a finales de los años 90, cuando el grupo político al frente del consistorio, el Partido Popular, acordó redactar un plan urbanístico –denominado PEPRI– para prolongar la avenida Blasco Ibáñez hasta el mar, argumentando que Valencia vivía de espaldas al Mediterráneo. Fue el inicio de las hostilidades contra un lugar recién declarado Bien de Interés Cultural. Prolongar significaba derribar hogares, entrar a machete y abrir una brecha de asfalto en su estructura reticular. Pero el vecindario se organizó en masa y opuso resistencia. “Fue un movimiento espontáneo. Descubrimos que un plan sobrevolaba nuestras cabezas y empezamos a juntarnos en la asociación de vecinos del barrio para saber más. Las reuniones crecieron tanto que la gente terminó sacando sus sillas a la calle, no cabíamos en la asociación así que nos desgajamos y constituimos Salvem El Cabanyal”, rememora su expresidenta, Maribel Domènech.
Estuvieron 20 años reuniéndose todos los miércoles a las ocho de la tarde. Montaron su línea de defensa sobre dos carriles complementarios: la cultura y los tribunales.
“Por un lado organizamos el festival Portes Obertes, una iniciativa que abrió las casas del barrio para que artistas solidariamente expusieran sus obras”, recuerda Domènech, “poca gente conocía el barrio, su historia, su cultura; el festival permitió enseñar ese patrimonio invisible y hacer que los valencianos se involucraran con él”. Por otro lado, más importante aún, Salvem logró sostener un pulso larguísimo en los tribunales. “Nos constituimos como asociación legal para contratar abogados que defendieran la causa. Con ellos perdimos las sentencias locales pero fuimos ganando todas las nacionales. Al final fue clave plantear la batalla en torno a la defensa del patrimonio, sobre todo después de que una orden ministerial prohibiera las demoliciones al considerarlas un expolio”, explica Domènech.
Por su parte los vecinos también dieron batalla en la calle. Miembros de Salvem iniciaron una huelga de hambre que duró casi un mes; abrazaron las casas siguiendo el ejemplo de las indias ‘abraza árboles’; se encadenaron a las que serían derribadas –sabían cuáles eran pues la empresa energética Iberdrola apartaba los cables de las fachadas antes de su demolición–; se sentaron en el asfalto y plantearon resistencia pacífica. Con todo, las excavadoras lograron entrar ayudadas por la policía, que cargó contra los manifestantes el 7 y el 8 de abril de 2010. “Esos derribos fueron un gesto autoritario de golpear al vecindario, porque la [entonces] alcaldesa Rita Barberá, obsesionada con el plan urbanístico, buscó, sabía de sobra que éste no prosperaría: faltaba dinero y seguridad jurídica y ningún gran empresario de la construcción se iba a embarcar en semejante aventura”, explica el periodista Sergi Tarín, autor de un documental sobre los días más crudos del conflicto.
Finalmente, otra de las claves para lograr mantener el barrio en pie fue, según Carlos Pérez, portavoz de la asociación Cuidem el Cabanyal, la implicación personal de los manifestantes: “La gente era muy del barrio, incluso a veces demasiado de lo suyo, muchos de los propietarios de aquellas viviendas fueron quienes pusieron el cuerpo para protegerlas de la demolición”. “La fuerza de Salvem fue que cada casa estaba defendida por los abuelos, los hijos, los nietos y los bisnietos que habían crecido en ellas”, recalca Domènech, “ese arraigo dio mucha potencia al movimiento en los momentos duros”, agrega. Años después el arraigo parece diluirse a medida que el capital inversor cae rendido ante el brillo de los azulejos art nouveau.
Los retos actuales: desigualdad y gentrificación
El Cabanyal fue reconocido en 2015 con el galardón Europa Nostra, uno de los premios más prestigiosos en el campo del patrimonio cultural. Ese mismo año el ayuntamiento de la ciudad cambió de mando y el conflicto mudó la piel. “Fue inmediato: ganó la izquierda, desapareció la amenaza de la prolongación y enseguida subieron los precios del alquiler”, cuenta Carlos Pérez. “Ahora pueden estar un 50% más caros que hace tres años. El capital se ha fijado en el barrio y un ejemplo claro es el de La Colectiva, centro social en el que se reunían todos los colectivos del barrio: fue comprado por el fondo de inversión venezolano Long Trust”, explica el activista. En realidad la dinámica era previsible. Durante los años de activismo intenso el Cabanyal se hermanó con Ottensen (Hamburgo) y Mukojima (Tokio) para mirarse en el espejo de barrios que habían sobrevivido a planes urbanísticos devastadores, pero estos han terminado siendo zonas chic –caras– en sus respectivas ciudades.
En el barrio valenciano ocurre, sin embargo, que el paisaje de gastrobares y carteles inmobiliarios no alcanza a tapar la fractura social heredada de la etapa anterior. “Aquí hubo un abandono institucional deliberado y puramente especulativo: lo degradaron para generar una opinión favorable a los derribos. El ayuntamiento asignó viviendas municipales a gente sin recursos para convertirles en agentes de degradación, de tal forma que, si no lograban prosperar por sus propios medios, pudieran ser usados como munición contra Salvem”, asegura Tarín. “Aunque la parte patrimonial se ha conseguido solucionar, en la parte social ha continuado la degradación independientemente de quién gobierna el ayuntamiento. El nuevo equipo consistorial no ha sabido qué hacer con las desigualdades del barrio y eso resulta decepcionante”, opina el periodista.
En contraste, el barrio conserva una red asociativa que trata de sostener a la población en riesgo de exclusión. Una de las asociaciones más activas es el Espai Veïnal Cabanyal, un sindicato de barrio basado en la solidaridad de clase.
“Ahora estamos volcados en el problema del acceso a la vivienda. La especulación inmobiliaria ha llevado a una subida abusiva de los precios y a la expulsión del vecindario. Intentamos acompañar a las personas en riesgo de desahucio durante todo el recorrido judicial, plantándonos en la puerta si llega el día de la ejecución y buscando alternativas habitacionales dentro del barrio”, cuenta Manel Domingo, miembro de Espai Veïnal. “También, a raíz del coronavirus hemos creado una red de alimentos para las personas que han perdido sus ingresos. El confinamiento ha sido devastador, sobre todo para quienes trabajaban en los mercados ambulantes o en la venta de chatarra. Muchas personas del Cabanyal viven al día y de repente se han visto sin ningún ingreso. Son personas prácticamente excluidas a las que no llegaban ayudas públicas”, relata.
Intentan poner parches pero no llegan a la raíz del problema. El Cabanyal seguirá sustituyendo a sus vecinos por turistas, nómadas digitales y clases creativas, está por ver si lo hace apoyado en el nuevo plan urbanístico, actualmente en fase de debate, al que le afean un aparente afán de turistificación. “El nuevo plan –denominado PEC– tiene la idea de que el barrio se puede dividir en una franja marítima dedicada al turismo y luego otra parte que es el barrio protegido, el barrio museo”, apunta Carlos Pérez. “Con este nuevo plan el Cabanyal terminará siendo un lugar costoso para la compra y el consumo. Mantenerlo en pie no significa mantenerlo vivo”, critica Tarín. “No es justo que financien la rehabilitación del barrio construyendo más hoteles y apartamentos, como pretende el ayuntamiento”, reprocha Domingo. Solo Domènech encuentra un poco de alivio en el nuevo plan: “En Colombia tienen un concepto llamado ‘paz imperfecta’. No aspiran a la paz total pero negocian determinadas treguas y van parando la violencia. La perfección no existe, el plan no gustará a todos, sin embargo yo quiero que se apruebe un plan para el barrio porque cuando esto cambie de color político no podemos estar sin él. Y necesitamos esa paz imperfecta”.
Fuente: https://www.equaltimes.org/el-cabanyal-manual-de-resistencia?lang=es#.X1AUHGFifeQ