Algunos medios otorgan espacio a artículos de opinión que no solo rozan la apología del franquismo sino que manifiestan enaltecimiento a su figura principal y al golpe de Estado que provocó la extrema derecha en España en 1936. Probablemente, teniendo en cuenta una de las condenas popularmente conocidas más recientes, si artículos de este calibre los escribieran personas con ideología de izquierdas serían considerados un delito, cuya denuncia la Fiscalía admitiría a trámite.
En España hay una cierta impunidad para quienes hacen apología del franquismo, ya sea mediante simbología, verbal o textualmente. Quienes tratan de blanquear un período tan oscuro como fue el franquismo no tienen ningún tipo de dificultad, se saben impunes y esa seguridad de exención de castigo les lleva a expresar abiertamente su odio ideológico, como hizo hace poco una escritora en un medio valenciano. No merece mención, pues no es su persona la que nos ocupa sino su mensaje, que no es más que parte de la retahíla de falsedades históricas e incitaciones al odio a los que nos tiene acostumbrados la extrema derecha española.
Los artículos que elogian el franquismo y le aplican una capa de cal del olvido, cubriendo con yeso blanco sus crímenes sistemáticos contra cientos de miles de personas en este país, deberían ser retirados; de igual manera que se están retirando los monumentos y la simbología del franquismo que se encuentran en el espacio público por toda la geografía.
El presunto recurso en el que se amparan las personas que hacen esto es la libertad de expresión; ‘presunto’ porque no es correcto utilizar este derecho cuando se desconoce su significado, ya que no es cierto que la libertad de expresión albergue todo. Veamos por qué: la libertad de expresión implica expresarnos y comunicarnos libremente, es un derecho fundamental en toda sociedad justa. ‘Justa’, cualidad de justicia. La justicia es un principio moral que inclina a actuar dando a cada cual lo que le corresponde en base a los valores sociales y respetando siempre la verdad. No es correcto, por tanto, cuando alguien que incita al odio, amenaza o ataca a otra persona o a un colectivo se escuda tras la libertad de expresión, ya que esta no le protege.
La libertad de expresión, por un lado, y la apología o el blanqueamiento del franquismo, por otro, siguen una misma dirección, la de la expresión, pero apuntan en sentidos opuestos. No solo no son lo mismo: el elogio del franquismo ni siquiera se ampara en la libertad de expresión. Los discursos de odio se suelen confundir con la libertad de expresión. Nunca se debe permitir publicar un artículo que niegue el Holocausto ni el sufrimiento al que fueron sometidos entre 5 y 6 millones de judíos, como tampoco debe permitirse publicar ninguno que tergiverse el golpe de Estado del 36 o el franquismo. Es por eso que la Ley de Memoria Histórica debería servir para garantizar que no sea lícito que en los medios democráticos ocurran estas anomalías democráticas.
Una de las democracias que más en cuenta tiene la diferencia radical entre libertad de expresión e incitación al odio es Alemania. Allí el revisionismo histórico —es decir, intentar reescribir la historia del Holocausto— y el negacionismo histórico —negarlo— son delitos; allí y en toda Europa.
Según la ley alemana, comprar allí el “Mein kampf” —el libro “Mi lucha” de Hitler— es delito, como lo son las proclamas antisemitas. La persona negacionista, revisionista o que demuestra hostilidad hacia el pueblo judío en sus discursos o escritos es fácilmente objeto de una detención policial en Alemania. Además, esta persona es considerada una agitadora política peligrosa.
Hay muchos agitadores políticos que deberían ser considerados como tales en España, de manera que sus aberrantes e incongruentes opiniones no tuvieran cabida en los medios democráticos. El hecho de permitir que ideólogos ultraderechistas promuevan sus hostiles discursos en los medios de comunicación, en comparación con la prohibición de ello en los demás países cercanos, es una muestra de que no vivimos en una democracia plena. Sus discursos pueden ser válidos; sus discursos de odio, no.
En un país plenamente democrático no se permite llevar a cabo un negacionismo ni un revisionismo del Holocausto, como tampoco debería permitirse en España un negacionismo ni un revisionismo del franquismo. Blanquear la dictadura franquista en un artículo no solo debería conllevar la retirada del mismo por parte del medio en cuestión: su publicación debería acarrear también ciertas consecuencias. No es decente ni moral que las personas que sufrieron la represión franquista o sus descendientes, o las personas que están involucradas en conocer la historia de su país, abran un medio para informarse y se den de bruces con una sarta de mentiras. No es moralmente correcta la libertad de alabar el golpe de Estado del 36, la dictadura franquista o al genocida. Esto no debe tener cabida en ningún lugar.
Antes de exponer las mentiras de las que se vanagloriaba esta mujer, que no deben tener lugar en esta democracia si queremos ser un país que no repita los errores del pasado, vamos a citar unas palabras de Alberti referentes al exilio que pronunció cuando recibió el Premio Cervantes: “Cuando nuestro grande y lento don Antonio Machado atravesó a pie los Pirineos, acompañado de su ancianísima madre y con una gran parte del ejército republicano, camino del destierro, aquella España, por la que suspiraba con lágrimas en los ojos Miguel de Cervantes desde Argel, se la llevaba ya sobre su alma don Antonio”.
Casi medio millón de españoles se vieron obligados a abandonar España en 1939. Medio millón de soldados y civiles, entre ellos gente anciana, mujeres y niños. No se fueron porque odiaran España. No se exiliaron porque no les gustase España. Se marcharon porque su ideología no era bien recibida en la España del golpe de Estado; porque no era una España democrática, era una España donde el genocida provocó un golpe de Estado que les convirtió en enemigos del Estado, en enemigos de España.
Los exiliados españoles no se marchaban porque no quisieran a España, se marchaban porque España les quería asesinar. Decenas de poetas, cientos de intelectuales, miles de personas con oficios bien diversos partieron hacia Francia y otros lugares. Recordad a Miguel Hernández, uno de los grandes poetas de todos los tiempos, preso en la cárcel y finalmente muerto. Recordemos a Lorca, todavía en una cuneta. Quizá sean ambos los más destacados por la fama que alcanzaron sus obras pero recordemos también a los exiliados; a Cernuda, que llevó toda su vida una espina en el corazón por tener que haberse exiliado.
Muchas de las personas que se exiliaron tenían un pensamiento de izquierdas. Pero no nos confundamos: muchas personas de derechas son gente que apoya lo que decimos, que aboga por la democracia y que lucha por ella. Jamás se debe confundir la ideología de derechas con la ideología franquista o fascista. Eso hay que dejarlo totalmente claro: la derecha es una ideología que muchos llevan al extremo pero muchos otros la defienden con dignidad. Tengamos presente también que no todas las derechas son iguales, como tampoco lo son todas las izquierdas. De las personas que se exiliaron, de hecho, también había algunas con ideología de derechas pero que no estaban de acuerdo con lo que había pasado en España.
Centrándonos ya en el artículo de esta escritora, habla de un pucherazo del 36 que no existió: no se alteró el resultado de las elecciones manipulando el recuento de votos, no existe prueba alguna de ello. Es un fraude inventado, ideado y difundido por los franquistas para justificar su golpe de Estado. El Frente Popular ganó las elecciones de 1936 con mayoría absoluta, por lo que la izquierda tenía la legitimidad: el Gobierno se había establecido legalmente en el poder cuando los militares franquistas se levantaron en armas contra él.
Habla también de que tenemos esperanza de revancha. No es ningún secreto que a los herederos del franquismo les obnubilan su intransigencia, su odio y las falsedades documentales que la propaganda del régimen hacía calar entre sus seguidores a modo de ‘inequívoca’ realidad. No existe tal revanchismo. No forma parte de nosotros ni de nosotras: nadie muestra una actitud agresiva provocada por un deseo de venganza porque ese deseo no existe. No queremos un absurdo revanchismo, queremos que se conozca el pasado para que no se repita en el futuro.
Queremos una sociedad democrática y justa. Y la esperanza no es de revancha, no puede estar más equivocada: la única esperanza que se tiene es la de que quienes lo necesiten exhumen a sus familiares; de que haya justicia para con las personas torturadas, vejadas y asesinadas; y que se consideren ilegales y falsos esos juicios sumarísimos que no tenían garantías procesales constitucionales, anulándose por consiguiente sus sentencias. Queremos que la gente que torturó y participó o se lucró con detenciones o expropiaciones ilegales y asesinatos sea condenada, que no se pueda blanquear el franquismo, como hace esta señora, y que no se permita un negacionismo ni un revisionismo de la barbarie del genocida en España.
Por más que se regocijen los nostálgicos del franquismo con el supuesto revanchismo, ya que todas sus conjeturas parecen discurrir siempre hacia el mismo concepto, no hay esperanza de revancha. Hablamos por todos y cada uno de los familiares y las personas que luchan por la memoria histórica: nadie quiere revancha. Solamente un necio, una persona que insiste en los errores del pasado, tendría la insensatez de buscar revancha. Y solamente una necia, una persona que se aferra a ideas equivocadas, podría sentir la convicción de que se busca venganza. Miles de españoles solo quieren que los restos de sus familiares represaliados estén donde su familia considere que deben estar; que se les saque de cunetas, de pozos y de fosas. Esa es la única esperanza: la esperanza de justicia, de libertad y de que nuestra democracia sea fuerte.
Esta mujer habla, sirviéndose del cristianismo, de “caminar unidos hacia el respeto y el amor”. Por descontado, acusando directa o indirectamente a su vez a toda la izquierda española de mentirosos, cerriles, traidores, mezquinos, rencorosos, egoístas, revanchistas, violentos, intolerantes religiosos y demás disparates que compensan con numerosas líneas de odio su incapacidad argumental. Hay algo en esos apelativos que no resulta demasiado congruente con el amor cristiano. De ellos se deduce que su supuesto amor, expresado con un profundo sentimiento de repulsa hacia millones de personas, es puro odio.
Llega hasta el punto de justificar estas supuestas demostraciones de respeto y amor, de los que pretende dar ejemplo, afirmando que hasta el golpe de Estado del 36 España era comunista.
Menciona también con énfasis las cruces que se están retirando de la vía pública. Omite decir que son cruces de los caídos sublevados, es decir, cruces franquistas y no cristianas. Las cruces cristianas están en las iglesias, en muchas vías, en los cuellos de las personas que tienen fe en Dios y profesan el cristianismo. Es un orgullo ver a gente que tiene sus creencias, profesa una religión y lo demuestra. Las iglesias son centros de culto, centros de admiración. No hay ningún problema con esas cruces ni nunca lo habrá por nuestra parte, por parte de la gente que solo pretende conseguir una democracia plena, porque esas cruces representan una fe y en una sociedad con valores democráticos siempre se respeta la fe individual.
No todas las cruces que campan por nuestra geografía son cristianas. Esto es algo que esta mujer y tantas otras personas deberían estudiar para darse cuenta de que sus opiniones no tienen sentido ni validez cuando compiten con los datos históricos. Las cruces con las que estamos en contra son las que se utilizaron como propaganda franquista, en las que se exhiben los nombres de los “caídos por Dios y por la patria”, los nombres de los que murieron de un solo bando. Esas cruces son simbología franquista y suelen albergar símbolos o lemas franquistas.
Abanderar una imaginaria cruzada es lícito, por desgracia. La creatividad es inconmensurable y la terquedad en algunos casos también, sobre todo cuando la nostalgia brilla por su abundancia. Pero no mezclemos cruces que no tienen nada que ver: las cruces que se están retirando y se retirarán son propaganda franquista. Hacían referencia a un solo bando para que los afines al otro las vieran y sufrieran más, ya que el régimen franquista no permitía utilizar este símbolo para honrar públicamente a los caídos del bando republicano. Se utilizaban para intimidar a la población y procurar así que una parte del relato permaneciera oculto. Miles de personas vivieron aterrorizadas pero ya nadie les va a acallar: se conoce su relato, sus historias, cómo cayeron muchos en la mendicidad al ser asesinados sus familiares. Millones de personas sufrieron por culpa del franquismo. Por tanto, por dignidad democrática, las cruces de los caídos, los símbolos y las placas con lemas franquistas deben ser retirados.
Hay un fragmento de su artículo relativo a las personas que profesan el cristianismo en España que tenemos que destacar. Comenta que “actualmente, el 84% de los españoles son cristianos” y acompaña la cifra, considerándose cristiana, de “somos muchos, muchos más que ustedes”. No podemos evitar pensar en el genocidio rohinyá, en Birmania, en que 750.000 musulmanes fueron víctimas de una limpieza étnica a manos de los budistas, en torno al 90% de la población, que provocaron la quema de sus viviendas, violaciones y masacres. ¿Nos acusa de revanchismo sin argumentos cuando es ella quien está buscando un enfrentamiento? ¿Otra vez estamos alentando un golpe de Estado o despertando reticencias que lleven a él? Es incomprensible este discurso de odio disfrazado de devoto: ¿Son mayoría los cristianos en España? Sí. ¿Hay que respetar el cristianismo? Sí; como cualquier otra religión, como el laicismo y el agnosticismo. El respeto es diverso.
La escritora, escribidora de artículos, dice que queremos revancha, que creamos discordia, que tenemos odio, rencor y que estamos “dividiendo o intentando dividir España”. Aquí nadie quiere dividir el país. España la dividen las personas que no siguen el camino del amor y el respeto, sobre todo de este último, llamando “buscahuesos” a los familiares de represaliados o asesinados por el franquismo. España la divide un presidente del Gobierno, ya expresidente, demostrando su falta “de concordia, de comprensión, de generosidad”, de los que esta señora comenta que carecemos, diciendo con desdén que el presupuesto para la memoria histórica “ha sido cero, de media cero”. España la dividen quienes se ríen de la memoria histórica y de la memoria democrática, quienes se niegan a que miles de personas españolas desentierren a sus familiares de fosas comunes para enterrarlos dignamente.
España no se divide por buscar dignidad: miles de personas quieren superar el pasado enterrando a sus familiares dignamente. España no se divide por exigir justicia: quieren que se condene a quienes torturaron a sus familiares y que se conozcan esos hechos para que no se repitan. Simplemente eso, no buscan nada más. Eso no es dividir España, no es querer menos a España. España se divide por la intolerancia: miles de personas, entre las que está esta señora, se creen con la potestad de decidir los derechos de los demás y no toleran las exhumaciones ni que se dé a conocer el franquismo. Y España se divide por la intransigencia: la gran mayoría de estas personas escucha para contestar, no para comprender ni para empatizar; no dan su brazo a torcer por más argumentos que les pongan sobre la mesa. Aquí no hay una España buena, la suya, y una mala, la nuestra. Hace mucho ya de esa falacia franquista. Entender esto es el primer paso hacia la unión que tanto reclama.
La única España que debe haber es la que conozca su pasado para poder así evitar como sociedad que vuelva a suceder en el futuro. Hay más dignidad en una sola persona represaliada o en la lucha por la justicia para con ella de uno de sus familiares que en cualquiera que se crea con la potestad de, en una tribuna, en un estrado o en cualquier lugar, insultarles y menospreciarles. Serán “buscahuesos”, seremos “buscahuesos” pero seguirá documentándose lo que ocurrió. Seguiremos investigando lo que pasó, seguiremos informando al respecto y seguirán luchando para recuperar a sus familiares. Seguirán luchando por dar justicia a los miles de torturados, exiliados y asesinados.
Muchas tapias de cementerios siguen manchadas con la sangre de una persona inocente, a quien se asesinó simplemente por pensar diferente. Ojalá todas las luchas fueran como las de estas personas: dignas, nobles. Cientos de historiadores llevan años documentando y luchando para que se lleven a cabo exhumaciones. Empezamos y no nos pararán porque nuestra España es la de todos unidos, con la esperanza de que no se repita el pasado para tener un mejor futuro, para que la democracia sea sólida y para que nunca más se acalle una parte de nuestra historia.
Cualquier persona tiene derecho a saber dónde está su familiar represaliado y a sacarlo de ese lugar donde no debía estar. No podemos consentir como sociedad —y en ella está incluida esta mujer, tanto si está de acuerdo como si no— que 80 años después siga habiendo gente sin recuperar a sus familiares. A los franquistas no les bastó con arrebatarles la vida a los represaliados, arrebataron a muchas familias la posibilidad de enterrarles como corresponde en base a sus creencias, especialmente a la que esta señora defiende. Para lo primero no hay remedio pero lo segundo se puede reparar. Si esta mujer defiende España a ultranza con el pretexto del cristianismo debe defender también los derechos de sus conciudadanos, de lo contrario estará pecando de no amar al prójimo. Quizá debería hacer introspección y replantearse algunos aspectos de su fe.
Nuestra voluntad es seguir luchando por la justicia, por reparar, por que se conozca lo que pasó y por que se entienda socialmente, un factor esencial. Hay cristianos que son un ejemplo de dignidad, de ayuda y de sacrificio, a los cuales admiramos. Hay gente digna y noble a la que también admiramos, sin importar su ideología. La memoria histórica no consiste en un pulso de ideologías ni de combatir religión alguna, si alguien pensaba y sigue pensando así es que no ha entendido nada. Esto se trata de que el hecho de defender España no tiene que llevarnos al olvido.
Saber, dar a conocer y recordar las violaciones múltiples a niñas de 12 años o a mujeres de todas las edades, las vejaciones, las torturas, las palizas, los abusos sexuales o la sangre en las tapias y los paredones de toda España no implica guardar rencor, no es buscar revancha: es conocer nuestra historia más reciente y tenerla presente para evitar que la historia actual desemboque en situaciones similares.
Precisamente porque nos gusta España, al menos tanto como a esta señora, no queremos un país con miles de personas que fueron asesinadas y arrojadas a pozos o fosas comunes y que nadie haya hecho nada por reparar eso. Esa no es nuestra España ni tolerarlo es defender a España. Si alguien cree que defender España implica obligar a que los descendientes de estas personas y que el resto de la sociedad olvidemos nuestro pasado reciente está completamente equivocado: el pasado reciente de una sociedad ni se puede ni se debe olvidar.
La señora escribidora de disertaciones, y cualquier otra persona en España, tiene impunidad para decir a las miles de personas que fueron violadas, torturadas o represaliadas y a sus familiares que deben olvidar, que deben mantener un pacto del silencio y no hablar de ello. Sin embargo, eso no es justo ni hace honor a todos esos valores que la escritora afirma ostentar con vanidad: eso es blanquear el franquismo y volver a acallar la voz de un relato. En España hay dos relatos y seguirá habiéndolos, guste o no. Y en España, en la de todas y todos, se van a ejercer nuestros derechos y los de todos. Somos una unidad y dicha unidad debe luchar por conocer su pasado para garantizar la no repetición, para dignificar a los represaliados y, sobre todo, para respetar todas las religiones y todas las ideologías que hay en este país.