Sumar intenta sobrevivir a la crisis generada por las denuncias de violencia machista sin asumir responsabilidades directas. ¿Es suficiente para la regeneración política?

En la última semana, las bases de la política española han temblado con las revelaciones en torno a Íñigo Errejón y las denuncias por comportamientos machistas. Mientras la opinión pública exige respuestas y acción, Sumar elige el camino de la reorganización en lugar de dimisiones. En una reunión marcada por las tensiones, Yolanda Díaz y su equipo han delineado un plan que pretende, de nuevo, “encauzar” el futuro del espacio, ignorando que el único movimiento creíble en política es asumir la responsabilidad.

La pregunta central que surge en este caso es clara: ¿es suficiente cambiar las caras y el reparto de comisiones para asegurar a la ciudadanía que se ha tomado el tema en serio? Resulta imposible no cuestionar un modelo donde los protocolos fallan, las respuestas llegan tarde y las consecuencias son mínimas para quienes dirigen los partidos. La falta de asunción de responsabilidades, en un espacio que aboga por un feminismo comprometido, pone de manifiesto que la protección del poder sigue siendo el objetivo último.

Esta situación no solo afecta la credibilidad de Sumar, sino que golpea directamente a las bases progresistas que confiaban en este espacio. El caso de Errejón ha obligado a sus dirigentes a comparecer ante los medios y desvincularse de los hechos, repitiendo el mantra de que “nadie sabía nada”. Sin embargo, la vicepresidenta y líder del espacio, Yolanda Díaz, reconoce que sí tuvo conocimiento de un incidente previo y que se pidió una investigación. ¿Qué clase de feminismo es capaz de minimizar una denuncia y ocultarla bajo alfombras políticas? La respuesta de Díaz de que solo sabía que “asistía a terapia” y que “no tenía conocimiento de nada más” subraya la comodidad en las omisiones.

La falta de dimisiones no solo erosiona la imagen de Sumar sino que pone en entredicho el compromiso de todo el espacio político con la igualdad de género. La excusa de que una “investigación interna” fue suficiente deja claro que la protección del partido está por encima de las demandas de sus militantes y de sus valores. En cada paso de esta crisis, Sumar muestra un enfoque de control de daños más que de justicia.

EL PRECIO DE LA IMPUNIDAD: LA DESCONEXIÓN CON LAS BASES PROGRESISTAS

Más allá de las decisiones de liderazgo, las bases de Sumar y su relación con el electorado se tambalean. La salida de Errejón, catalogada como “dolorosa” por quienes compartieron escaño con él, contrasta profundamente con el dolor que esta crisis ha causado en la ciudadanía. La desconexión entre las élites del partido y quienes los eligieron es ahora más evidente que nunca. La catarsis de Sumar no está en reorganizar nombres sino en reconstruir la relación de confianza perdida.

La decisión de no asumir dimisiones —y por lo tanto no reconocer errores— envía un mensaje claro de que la estructura del partido no está dispuesta a sacrificarse en aras de la justicia social. El encubrimiento, la manipulación de protocolos y la minimización de denuncias machistas dejan entrever que Sumar no está preparado para liderar un cambio verdadero. ¿Qué significa realmente feminismo en un espacio que rechaza asumir las consecuencias de sus actos? ¿Es suficiente hablar de “una nueva etapa” cuando lo que se demanda es responsabilidad política real?

En medio de esta crisis, Izquierda Unida, uno de los socios de Sumar, aprovecha la oportunidad para hacer presión y exigir una mayor descentralización en las decisiones del partido. Pero, ¿realmente buscan un cambio o solo una oportunidad de ganar poder? En un espacio tan frágil como el actual, la apuesta de Izquierda Unida refleja la competencia interna y el afán por capitalizar esta crisis. Sin embargo, sin una respuesta ética y comprometida, ninguna reestructuración administrativa servirá para cambiar el desprestigio del espacio.

En última instancia, esta crisis evidencia un problema sistémico. En España, la respuesta institucional a la violencia de género sigue siendo insuficiente. El caso Errejón es solo un recordatorio de cómo la política se vuelve un refugio de impunidad para quienes ostentan el poder. El feminismo no es compatible con liderazgos que protegen a quienes cometen abusos. La sociedad demanda un cambio y, en este caso, Sumar no parece preparado para ofrecerlo.

Las bases de Sumar tienen ahora la tarea de cuestionar si esta es la representación que desean. ¿Es posible construir un proyecto feminista y progresista que realmente tome en serio la responsabilidad y la ética?

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