China ha derrotado a Estados Unidos en la primera batalla de la nueva guerra comercial. No con misiles, sino con contenedores. No con amenazas, sino con una estrategia económica milimetrada. Mientras Washington proclamaba una cruzada arancelaria con tasas de hasta el 145 % sobre los productos chinos, Pekín tejía una red comercial alternativa que ha convertido el castigo en oportunidad.
En abril de 2025, las exportaciones chinas aumentaron un 8,1 % interanual, a pesar de la caída del comercio directo con EE.UU. Este crecimiento no solo superó las expectativas del mercado, que pronosticaban un modesto 1,9 %, sino que se produjo en un contexto hostil de sanciones comerciales sin precedentes. Según ING Economics, los exportadores chinos han sorteado las barreras a través de reexportaciones desde Vietnam, Malasia o Corea del Sur, lo que ha diluido el impacto real de los aranceles y ha complicado su trazabilidad.
Además, el Gobierno chino ha permitido una devaluación progresiva del yuan que abarata sus productos y mantiene su competitividad global. El economista Zichun Huang, de Capital Economics, lo describe como “un escudo silencioso” frente a la guerra tarifaria. Esta depreciación, junto con la inversión directa en fábricas fuera del territorio chino, como en India o Tailandia, permite exportar bajo otra bandera, aunque la maquinaria, los materiales y el control sigan en manos de empresas chinas.
Mientras los aranceles apuntaban a dañar la economía china, la diversificación geográfica y la ingeniería logística han convertido la ofensiva estadounidense en un disparo al pie.
Mientras China diversifica y gana mercado, la economía estadounidense ha registrado un déficit comercial de 163.500 millones de dólares en marzo, el mayor de su historia, según datos oficiales de la Oficina de Análisis Económico (BEA). Ese agujero creció un 11,2 % respecto al mes anterior, arrastrado por un aluvión de importaciones anticipadas ante el miedo a los nuevos aranceles. Lejos de cerrar la brecha, la política de Trump la ha ensanchado.
El resultado ha sido una contracción del PIB del -0,3 % en el primer trimestre del año, la primera desde 2022. Como señaló Newsweek, «las empresas americanas están reaccionando como si viniera un huracán». Compran antes, importan más caro, y generan stocks que presionan los márgenes de beneficio.
Un caso paradigmático es el de los medicamentos: el 95 % del ibuprofeno importado por EE.UU. proviene de China, según un informe reciente de Statista. Trump ha amenazado con imponer aranceles también a este sector, lo que ha provocado una avalancha de pedidos y un repunte de la producción industrial en países como Alemania, que vieron cómo su sector farmacéutico creció casi un 20 % en marzo solo por la demanda estadounidense.
Mientras tanto, el comercio estadounidense se está desplazando hacia países menos eficientes o con costes más altos, lo que encarece el producto final para las y los consumidores sin resolver el problema de fondo: el déficit comercial estructural. Como advierte Oxford Economics, «EE.UU. está cambiando de proveedores, pero no está dejando de importar. Solo lo está haciendo peor».
Los aranceles de Trump pretendían imponer un “nuevo equilibrio comercial”, pero solo han revelado la dependencia crónica de la economía estadounidense respecto a Asia. Mientras la administración republicana sube el tono y amenaza con aranceles del 80 %, Pekín llega a la mesa de negociaciones en Suiza con cifras en la mano, no con promesas rotas.
Como ha adelantado The New York Times, se baraja una reducción arancelaria del 50 %, lo que supone reconocer de facto el fracaso de la política actual. Ni la Casa Blanca puede sostener más tiempo este pulso sin consecuencias internas, ni las empresas estadounidenses pueden seguir absorbiendo sobrecostes sin trasladarlos a las familias.
China, por su parte, ha consolidado su posición como centro neurálgico de la manufactura global, apoyada por un tejido empresarial que no solo produce, sino que controla cada vez más el diseño logístico y financiero de la cadena de suministro mundial.
Trump vendió su estrategia como una reconquista económica. Lo que ha conseguido es un boomerang que golpea directamente a las y los trabajadores estadounidenses, mientras las grandes multinacionales se blindan en paraísos fiscales y los especuladores encuentran en la volatilidad una nueva forma de enriquecerse.
Esta guerra no se libra solo en aduanas, sino en el modelo económico que se quiere imponer. Y la primera batalla la ha ganado el capital chino.
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