El pensamiento crítico constituye una de las competencias básicas del educador social, algo fundamental para su buen hacer y su buen ser. Es una habilidad que se aprende. Por tanto, requiere de tiempo y dedicación para que forme parte consustancial y habitual del repertorio de comportamientos del educador social. Porque su función es proponer posibilidades a la sociedad.

El educador social debe ser capaz de escrutar lo que se le presenta y considerar su idoneidad para lo que necesita la sociedad, más que para lo que cree necesitar. Saber diferenciar lo que es importante de lo que es nimio, en función de las propias necesidades y de las exigencias de la sociedad, resulta una competencia importante. Especialmente en un contexto en el que las apariencias tienen tanto peso. Es una competencia que toda persona, y sobre todo aquella que tiene el cometido profesional de dedicarse al otro para el cambio positivo, debe desarrollar.

En el campo de la educación social, el pensamiento crítico lo podríamos definir como la capacidad de darse cuenta de que alguna situación, hecho, información, pensamiento, sentimiento, decisión, circunscritos al ámbito personal o social, no se adecúa a lo que es. Se entiende por “lo que es” el bien de la persona en sociedad y sus derechos y deberes fundamentales. El educador social debe ser capaz de movilizar las disposiciones personales necesarias para argumentar y proponer alternativas, y favorecer la conciencia y consciencia social a través de sus legítimas vías.

No cabe duda de que el pensamiento crítico normalmente forma parte de los idearios curriculares de las universidades como competencia transversal que debe mostrar el alumnado al finalizar su formación. Sin embargo, hay que tener en cuenta que hay docentes que no lo tienen claro, no tanto su idoneidad sino su posibilidad; en este sentido, el área de estudio, la madurez del alumnado en cuestión, el ideario de la universidad, el enfoque desde el que se parte y entiende el pensamiento crítico son elementos determinantes.

Una investigación concreta

Ante esta realidad, quisimos hacer una investigación acerca de las creencias y opiniones de 72 estudiantes del penúltimo curso de la carrera de Grado de Educación Social de la Universidad de Huelva (España), acerca de diferentes cuestiones relacionadas directamente con el pensamiento crítico.

Los resultados muestran que el pensamiento crítico –su conceptualización, análisis, desarrollo y aplicación– constituye un elemento fundamental en la formación de los futuros profesionales. Esta importancia, reconocida por los que actualmente se están formando y por quienes los forman, no siempre va acompañada de acciones prácticas reales. Aunque los encuestados coinciden en la necesidad de adquirir estas competencias, lo cierto es que el quehacer de estos alumnos está dominado por hacer las cosas que siempre se han hecho, reproducir lo enseñado sin cuestionarlo.

Los objetos de nuestro estudio son muy conscientes de lo que significa y supone la competencia crítica. Le otorgan incluso un papel fundamental en la formación inicial y el desempeño profesional de su labor. Pero no tienen claro lo que supone. Y su motivación va disminuyendo por el esfuerzo que implica sostenerla en el tiempo.

Un problema de hábitos

La investigación muestra que, si bien es cierto el alumnado tiene muy buena disposición hacia el pensamiento crítico, valorando muy positivamente el poseer dicha competencia, la realidad choca con sus escasos hábitos. Las razones de estos hábitos son las siguientes:

  1. La infobesidad de nuestra sociedad, en la que el conocimiento se ha convertido en un bien de consumo no siempre acompañado de enriquecimiento personal o social;
  2. Una formación reproductiva y poco productiva y creativa;
  3. La importancia que se le da al aquí y ahora antes que analizar si es conveniente eso que ocurre aquí y ahora.

Ante esta realidad, los docentes tenemos un papel fundamental en la formación para el cambio de los futuros profesionales. Se deben desarrollar acciones específicas, programadas y explícitas de formación en esta competencia.

Estrategias educativas

Hay estrategias y modos de enseñar que favorecen el pensamiento crítico de los estudiantes más allá de la reproducción de contenidos y, sobre todo, de su necesario dominio. Lo que queda claro es que la educación de personas críticas supone trabajar de una forma real y programática las habilidades del pensamiento crítico (la argumentación, la capacidad analítica y reflexiva, el ponerse en el lugar del otro, el conocimiento, etc.), en el seno de la clase, iluminando el desarrollo del mismo y conectando la enseñanza y el aprendizaje con la experiencia, la controversia y la comunidad de investigación.

Algunas de las estrategias educativas que se pueden utilizar para el aprendizaje del pensamiento crítico son aquéllas que favorezcan la creatividad, el cuestionamiento y el descubrimiento:

  1. La utilización de juegos de rol, la lectura crítica, el estudio de casos, la elaboración de proyectos, el aprendizaje basado en problemas, la realización de actividades en pequeños grupos, la mayéutica socrática.
  2. El uso de mapas conceptuales.
  3. Favorecer el cuestionamiento del propio pensamiento y el esfuerzo de comprender los diferentes puntos de vista.
  4. El diálogo significativo y la resolución de problemas.
  5. Dar valor a la tarea y reforzar el sentimiento de competencia como componentes de la motivación.
  6. Involucrar a los estudiantes en su aprendizaje.
  7. Métodos de enseñanza y aprendizaje basados en la realización de trabajos de investigación.

En definitiva, aquellas habilidades que favorecen la capacidad de analizar, cuestionar, argumentar, sintetizar, discriminar lo importante de lo que no lo es, y la disposición de querer hacerlo y llevarlo a la práctica dentro del repertorio de comportamientos de la persona.

The Conversation

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