En esta ocasión quiero ser muy breve. Y quiero dividir este artículo en tres partes que se corresponden con los tres días en que fue escrito: el 7, el 8 y el 9 de marzo. 

Por Julio Mateos Montero

Primer día (7 de marzo de 2019)

Estamos a 7 de marzo de 2019. Escribo estas líneas un día antes de que una gran marea en España inunde las calles con el claro y bien definido carácter del movimiento feminista. Un movimiento plural y abierto a los matices pero que no es cualquier cosa. No en vano se ha ido forjando tras muchos años de historia. Me alegro profundamente por adelantado de la demostración cívica que el movimiento feminista (así, a secas, sin apellidos) va a hacer. Que ha de ser un éxito lo sabemos. Y lo sabe la derecha cuando estamos prácticamente en campaña electoral. En consecuencia el maquillaje ha empezado. La vergüenza se esfuma en términos absolutos cuando, con un absoluto cinismo, se trata de arañar votos. En concreto quiero referirme a la idea básica que la derecha propaga en estos días: que el feminismo no tiene “ideología”, que la izquierda quiere apropiarse de esa bandera, que es cosa de cada ciudadano y ciudadana, que no se debe convertir en sujeto colectivo y, además, que no se debe politizar… Salen a hacer declaraciones de ese tenor mujeres dirigentes del PP o de Cs, Ana Pastor e Inés Arrimadas, por ejemplo, y, más o menos, remarcan su autoridad sobre el tema aportando como prueba el hecho incontestable de que ellas son mujeres y por eso se han sentido discriminadas, o víctimas de la sociedad patriarcal. En primer lugar, habría que contestarles que no es nada extraño que por el hecho de ser mujeres hayan sufrido consecuencias, (eso es precisamente la esencia de una sociedad machista), pero por el hecho de ser mujeres no se es automáticamente feminista. En segundo lugar, causa estupor ese empeño de políticos profesionales cuando dicen que no se deben politizar las cosas, precisamente aquellas que tienen una naturaleza más claramente política como las pensiones, el feminismo, o la educación. Es como si la señora Arrimadas, en lugar de ser dirigente de un partido lo fuera de la cofradía de la santa tontería.

El feminismo es una teoría de larga data y una lucha igualmente muy prolongada. Y el feminismo en España, en su actual etapa, (digamos que en el franquismo y después en democracia, hasta el día de hoy) desde luego que ha sido y es una pelea librada por fuerzas progresistas, desde la izquierda. La derecha y sus directos antecesores han despreciado, ninguneado, llenado de injurias e insultos cargados de odio a las personas que daban la cara en defensa de la emancipación de la mujer. Lo siguen haciendo y no hay más que tener abiertos ojos y oídos. Pero dejemos el problema planteado aquí mismo. Es suficiente. Por fortuna miles, millones de mujeres y cada vez más hombres tienen las cosas bastante claras. Lo vamos a ver en menos de 24 horas.

Ahora solo quiero rendir homenaje público a una mujer, Lidia Falcón. Una mujer de coraje, tesón e inteligencia muy notables que, en tiempos muy difíciles, no cejó de luchar por la causa feminista. Por eso precisamente fue sistemáticamente embestida, se la quiso ridiculizar, fue objeto de insultos y persecuciones extremadamente crueles. Aún hace poco tiempo la vi en TV, a sus ochenta y tres años, con la misma fuerza, defendiendo las mismas ideas, indignándose… Además de contribuir con esta mención especial a un merecidísimo reconocimiento, creo que es también oportuno por dos razones más. Aunque internacionalmente Lidia representó mejor que nadie el feminismo hispano, me temo que aquí, hay demasiadas personas jóvenes, comprometidas con la causa, que desconocen su inestimable y valerosa lucha. A lo mejor puedo contribuir a remediar en alguna medida ese olvido que ahora mismo, en tiempo real, se sigue construyendo. Y también porque es necesario enfrentar el grosero embuste de la derecha sobre el feminismo cuando dice que es algo de “sentido común”, que viene él solito, impulsado por el “progreso”.

Lidia Falcón, cuando funda el Partido Feminista de España a finales de los años setenta, había ya empezado a llenar su mochila vital y bibliográfica con publicaciones, charlas, reuniones y, sencillamente, activismo feminista. Han pasado cincuenta años desde que iniciara su largo compromiso con la política y con la lucha feminista. Sin pausa, sin rendición, pero –pienso yo– que sí con un infinito cansancio al contemplar desde la atalaya del tiempo lo poco que en realidad se ha conseguido en comparación con el tiempo y sufrimientos que pesan, inevitablemente, a una avanzada edad. Quiero recordar un episodio (solo uno) de lo que fue la lucha de Lidia.

En 1974 fue detenida por la Brigada Político Social, llevada desde Barcelona a la DGS de Madrid y allí, esa mala bestia de Billy el Niño y su igualmente sádico compañero el comisario Roberto Conesa, la sometieron a nueve días de brutales torturas. Colgada por las manos, machacada a puñetazos, humillada y agredida con el terror de las amenazas: «Ahora ya no parirás más, puta», o refiriéndose a su hija, a quién también habían detenido «Está en los calabozos. Quizá se eche un novio». Esas torturas continuaban, aunque la abogada y escritora perdía el conocimiento cada vez con más frecuencia y, después de despertarla con un cubo de agua, las patadas de los policías continuaban. Lidia recuerda la mirada de placer de aquel animal que a estas alturas aún protegen los vestigios del franquismo. Después la mandaron nueve meses a la cárcel de Yeserías. Nunca hubo juicio por las acusaciones porque no había la mínima prueba de acusación. Faltaba un año para que enterraran a Franco en el valle de Cuelgamuros.

Estas pocas líneas son insuficientes para situarnos en esa realidad detallada de los hechos, con cierto esfuerzo mental para los más o menos jóvenes. Para comprender que no se trata de una película, de un relato novelesco. Porque con cierta sensibilidad –y la sensibilidad hay que dotarla de razón e información– siempre es posible ponerse en la piel de las víctimas. Por ello invito encarecidamente a leer otros testimonios, por ejemplo, el publicado en el diario Público: Pinchar en este enlace: Billy el Niño a Lidia: Ya no parirás más, puta. Después que cada cual juzgue sobre si el feminismo de nuestros días proviene de la nada. Y si alguien quiere apelar a la coherencia una simple pregunta debería contestarse: ¿Se puede entender a un elemento –varón o mujer– que con total desparpajo se declare feminista, incluso que lamenta la llamada brecha salarial, y defienda a ultranza la desregulación laboral?

Segundo día (8 de marzo de 2019)

Según dicen los medios de comunicación (no tienen fácil negarlo) este año las movilizaciones han sido más amplias y diversas. Se cumplió lo previsto.

Los que en el interior de los ríos de manifestantes caminábamos apretados y a marcha lenta no podíamos hacer otra cosa que observar el entorno en unos metros cuadrados, y hacer cábalas de escaso alcance sobre las dimensiones de la participación, de las proporciones de la edad, de la variedad de actitudes y eslóganes. También veíamos a los ciudadanos que desde las orillas nos miraban pasar. En un pueblo grande, como es la ciudad de Salamanca, nos veíamos las caras y, claro está, nos reconocíamos. Más allá de impresiones, seguramente compartidas por muchos miles de conciudadanos que callejeábamos al mismo compás, pero con amplia y decidida intención y diversos motivos, poco puedo añadir. Luego fue la vuelta a casa para ver que decían los grandes medios de comunicación sobre la jornada. Poco, muy poco, pudimos ver, oír y leer en proporción a lo que ya empezaban a emitirse por la prensa internacional. España era colocada, otra vez a la vanguardia de las reivindicaciones del 8-M.

Tercer día (9 de marzo de 2019)

A juzgar por la presencia de la cuestión feminista el día después en el debate público, tenemos la impresión de que los poderosos grandes medios de información (o desinformación) quieren pasar página. Siempre ocupados de la coyuntura fugaz, siempre marcando un ritmo de consumismo compulsivo, siempre encargados de lo efímero. Con excepciones, como cuando tal o cual asunto, con independencia de su relevancia pero con dependencia de su morbo conviene estirarlo en el tiempo, conviene convertirlo en crónico. Como hacía el franquismo con el caso de El Lute.

Vuelvo a tomar la palabra de Lidia Falcón: «Y después del 8 de marzo, ¿qué?», escribía en el diario Público (4 de abril de 2018), después de la primera gran movilización que fue calificada de histórica, y tras alegrarse del éxito en las calles, no tardó en expresar la crítica al irrealismo, en verter un jarro de agua fría a los excesos triunfalistas que circulaban en las mismas filas del feminismo. «Un día al año es muy poco tiempo. Florece como el narciso, encantado de su propia belleza y se marchita rápidamente». Ella no es muy partidaria de expresiones festivas que son ritualizadas. No se entusiasma con una participación en asambleas, manifestaciones donde se exhibe la alegría juvenil que baila y bota, que canta y colorea. Para Lidia Falcón el feminismo es una cosa muy seria. Ella se muestra, cada vez más seria y cansada. Cansada del camino pero convencida de lo que hay que seguir haciendo en la vida: hartarse de una militancia sin tregua, muchas veces aburrida, siempre pertinaz. Pero, pasados los ochenta, ¿cómo no ser impaciente? Lidia Falcón, militante feminista, antifascista y anticapitalista (imposible disociar esos conceptos) apela públicamente a la necesidad del poder para cambiar las cosas, pero no en festejos, sino con politización radical, con la capacidad de presencia realmente transformadora en el ámbito legislativo y ejecutivo.

Uno puede tener diferencias con Lidia Falcón sobre cómo debería organizarse políticamente la fuerza social del feminismo para alcanzar propósitos importantes. Pero, sin duda, la vida y la obra de esta mujer son imprescindibles.

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