Por Joaquín Araujo
Naturalista, escritor, director y presentador de series y documentales
Lo diminuto y cercano ha llegado demasiado lejos.
Acapara la mirada de casi todos una diminuta pantalla iluminada que consigue sacar de este mundo a los por ella hipnotizados. No solo es pequeña sino que hay que mantenerla ahí delante, a medio palmo de los ojos…cerca, muy cerca…y sin dejarla descansar. Tanto y cercano uso provoca, como las orejeras de los animales de carga, que apenas sea posible vislumbrar lo que hay más allá o por los lados. Por si eso fuera poco más del 80% de nuestra sociedad apenas entra en contacto con la mayor parte de la realidad vital.

Lo irreal y artificial ha convertido en invisible a la realidad.
Por mucho que aquí, en este planeta, nadie puede vivir sin las tareas previas y gratuitas de lo viviente, una de las especies pretende mantenerse por encima de las evidencias. Quiero recordar que sin lo que aportan los paisajes, y la vivacidad que contienen, la vida humana no solo resulta imposible, sino sobre todo mucho menos digna de ser vivida. Sin embargo lo considerado imprescindible es lo absolutamente trivial, por inmediato y muy pequeño, si lo comparamos con lo verdaderamente esencial, como el aire o el agua, como los campos cultivados, como los ciclos de la vida…
Creen llevar el mundo en uno de sus bolsillos.
Es más, tan extremas reducciones de la mirada y de la atención acarrean destrozos incontables en la sensibilidad, la comprensión y la posibilidad de disfrutar de la vida en su más completa acepción. Para empezar casi todo lo que ha logrado la tecnología y el mundo urbano se ha convertido en exacerbado. Por tanto resulta pequeño, apresurado, sucio, feo, peligroso y, demasiadas veces, lelo. Ya se que se pueden tachar estas apreciaciones de radicalmente diferentes a las de esas mayorías atrapadas en sus propias redes. Y valen las dos acepciones de la palabra red. Nosotros, los pocos, que pretendemos seguir siendo alimentado son los derredores vivos estamos enchufados a la verdadera trama de tramas de este planeta. A la vida, sus ciclos y sus moradas.
Vivir sin lo viviente es la máxima expresión de la ignorancia.
Demasiados, pues, viven sin paisaje, es decir sin lontananzas reclamando tu mirada.. Por tanto con los tímpano atiborrados de ruidos, con un caminar encarcelado por los pasos de cebra. Las mayorías fueran arrancadas de sus propias raíces por esa rara obligación que suponía no quedarse donde habían nacido. A todos, incluso a los que sacian su sed de vivacidad, se les olvida que aceptar el destierro es convocar al desierto, que cunda la soledad más aterradora que es la de en nosotros mismos. La desertificación anímica es condición previa a la otra, la que usa a la sequía y al calor para expulsar a casi toda la vida.
Hace ya mucho tiempo que Ortega y Gasset advirtió que nos adentrábamos en algo mucho peor que un desierto: en un país con gentes sin paisaje. Escribió concretamente: «Estamos despaisados, hemos perdido el contacto con nuestro paisaje…Como nos han quitado la otra mitad de nuestro ser sentimos el dolor de la amputación en la mitad que nos queda» Despaisado, curiosa palabra por el filósofo acuñada, todavía no ha sido aceptada por la Real Academia de la lengua.
Pero no acaba ahí la emasculación. Porque se nos ha generalizado también el uso del entorno vivo como una más de las trivialidades.
El paisaje es vivirlo.
El paisaje es también considerado un bien de consumo casi tan perecedero como un refresco. Si acaso nos salva el que resulta imposible tirarlo a la basura aunque si resulta frecuente que demasiados tiren la basura en los espacios naturales.
Acaso no quepa ya remedio. A no ser que consigamos que llegue a muchos más lo que suponen realmente los paisajes. A los que, por cierto, no se ha podido dedicar más investigación por parte de las más variadas disciplinas científicas a lo largo de los últimos años. Son oportunas muchas de ellas, aunque sigue faltando algo así como la teoría unificada de la física. No menos oportuno sería que se recuperara la planificación territorial como fundamental criterio de gestión de los territorios en un país que ha conseguido desordenarlos casi del todo. En cualquier caso lo menos abordado es lo que a uno, personalmente, le apasiona. Culmino, por tanto, con algunas reflexiones a las que llamo naturismos (neologismo resultante de la fusión de aforismo y Natura):
Los que nos sabemos dependientes de la vida no hemos distinguido nunca entre continente y contenido.
Uno y lo mismo es el paisaje y lo que en él vive.
El hogar es más hogar cuando lo compartes con su paisaje.
Sin paisaje pierdes la parte más inocente de ti mismo.
Demasiados ignoran que las ciudades no solo están en el campo sino que viven de todo lo que el campo les proporciona.
Me alimentan las lontananzas.
El paisaje es una vivaz vivencia convivencial con la vivacidad.