Mi columna en Invertia de esta semana se titula «COP26: divergencias y convergencias» (pdf), y habla del panorama actual de las relaciones internacionales, en las que por un lado se aprecian cada vez más divergencias en países como China o Rusia, pero surgen algunos acuerdos supranacionales como el relacionado con la tasa mínima impositiva para grandes multinacionales. Ahora, con la COP26 teniendo lugar en Glasgow, es el momento, por el bien de todos, de buscar más convergencia, de lograr acuerdos supranacionales que generen mucha más presión internacional de cara al objetivo común de poner freno a la emergencia climática.
¿Cuánto está divergiendo China? Tras muchos años ya creando un entorno casi estanco mediante su Great Firewall, tratando de poner bajo control el uso de VPNs (sin hacerlo completamente porque son prácticamente imprescindibles), ahora está creando un entorno de control de sus compañías tecnológicas que se adelanta en muchos sentidos a la regulación de Occidente, pero que está haciendo todavía más difícil para las compañías extranjeras operar allí. Así, si LinkedIn anunció su salida del país hace quince días, ahora es Yahoo!, todo un símbolo histórico de los inicios de la era de internet pero ahora fundamentalmente eso, simbólico, el que anuncia que abandona China tras veinte años operando allí, ahondando en la cada vez más importante división entre ese país y el resto del mundo.
El caso de Rusia es similar, aunque con otro calendario. Los intentos de Vladimir Putin de poner bajo control la internet rusa parecen estar culminando con el desarrollo de sistemas de control cada vez más sofisticados que permiten la censura de contenidos, de servicios o de cualquier cosa que moleste al régimen.
En un mundo cada vez más globalizado, algunos de sus países más importantes parecen estar tomando decisiones que los separan cada vez más del resto, que los convierten en sistemas más estancos, más divergentes. Un problema si consideramos que, en este momento, lo único que puede salvarnos como civilización es precisamente el movernos en la dirección contraria: llegar a a acuerdos supranacionales que posibiliten que las decisiones tomadas sean de obligado cumplimiento para todos los que vivimos en el mismo planeta, y que tenemos que actuar necesariamente de manera coordinada si queremos salvarnos.
Que un país como Arabia Saudí anuncie que espera alcanzar la neutralidad de sus emisiones en el año 2060, o que India diga que lo hará en 2070 puede parecer un avance, pero no lo es, porque esas fechas están tan lejos, que cuando lleguemos a ellas ya estará absolutamente todo perdido. De hecho, resulta paradójico ver precisamente a India argumentando una transición tan lenta, cuando es sin lugar a dudas uno de los países en los que una catástrofe climática en forma de ola de calor es más probable, y puede llegar a significar miles o millones de muertos en entornos en los que el acceso a sistemas de climatización está más comprometido. Pero no hace falta estar en India y sin acceso a aire acondicionado para experimentar la emergencia climática: en los mismísimos Estados Unidos o en Canadá hemos podido ver este verano cientos de muertos debido a una ola de calor, y se calcula que uno de cada tres norteamericanos han sufrido algún problema derivado de algún fenómeno climático extremo, cuya incidencia y severidad se ha multiplicado de manera muy significativa. Pero en cualquier caso, están mejor que en Madagascar, el país que está sufriendo la primera hambruna de la historia debida únicamente al calentamiento global.
Nos pongamos como nos pongamos, la emergencia climática está aquí ya, es una realidad, y se va a ir extendiendo a más sitios cada vez más. Y la única manera de ponerle freno o de, por lo menos, mitigar sus efectos, es mediante la acción coordinada de todos los países, algo que parece difícil conseguir si no se obtienen herramientas para generar presión internacional. Los tres escenarios que barajamos en este momento, el de 1.5ºC, el de 2ºC y el de 3ºC, son a cada cual progresivamente más aterrador, y tienen que ser necesariamente entendidos, compartidos e internalizados por todo el mundo. Son escenarios a los que no podemos plantearnos llegar, porque el tributo que se cobrarían en vidas, en pérdidas y en desastres de todo tipo resulta inabarcable. Si la COP 26 fracasa como fracasaron las anteriores, estaremos ante un escenario de caos y de conflicto mundial, con refugiados climáticos, con todo tipo de catástrofes – incendios, pérdidas de cosechas, incrementos del nivel del mar, refugiados climáticos, pérdida de pesquerías, desaparición de especies, etc. – sucediéndose con una frecuencia cada vez mayor.
Dejemos de ver esto como una mala película de catástrofes, y tratemos de verlo desde la óptica de quienes pueden perderlo todo, desde la vida, a sus propiedades o a su bienestar. Y con esos condicionantes, recompongamos nuestras escalas de valores. Solo un cambio de mentalidad así puede salvarnos. Y a partir de ahí, actuemos coordinadamente, aislando internacionalmente a los países que no cumplan y llevando a cabo las necesarias transiciones con la velocidad que hay que llevarlas a cabo.