Al no haber pasado por los episodios que relato a continuación y haber sido un mero espectador, quizá no debería ser el que escribe las siguientes líneas, aunque sí que soy el que tiene el privilegio de poder hacerlo porque tengo la suerte de que se me escuche y lea. Por ello, no hablaré de algo que precisamente no he vivido y que, por ende, no logro entender en su completa magnitud, pero sí lo haré desde la perspectiva de un europeo que se ha criado sin sufrimiento a su alrededor y que, cuando tiene que enfrentarse a ver el dolor creado por las políticas migratorias en su más profunda expresión más allá de números y noticias, pretende dibujar un detallado escenario de lo que provocan los intereses, la geopolítica y el neoliberalismo.
Durante estas últimas semanas hemos visto una ráfaga constante de diferentes noticias que han tenido, desde su inicio, la intención de informar sobre el carácter geopolítico de la crisis entre la UE y Bielorrusia, así como los demás actores implicados de forma menos directa que también veían sus intereses alterados con lo sucedido. Lo producido en la frontera con Polonia atiende, de nuevo, a la política migratoria europea y a una constante externalización de las fronteras que ve cómo otros incentivos que van más allá del económico que pueda aportar el dinero de la UE para mantener a migrantes y refugiados fuera de territorio europeo, se interponen en el plan inicial, creando el presente conflicto. Más allá de todo el entramado que supone entre los países implicados, quienes se encuentran en una situación de indefensión e incertidumbre son las verdaderas víctimas que las fronteras llevan años cobrándose.

El mismo viaje, aunque con distinto recorrido
En Serbia conocí a un niño de doce años que viajaba sólo desde Afganistán y que había pasado meses en la ruta hacia Europa tratando de alcanzar los derechos de los que tanto se presumen en España. Era el mayor de la familia y las esperanzas estaban depositadas en él y en el esfuerzo que pudiera hacer para sacar a la familia de Afganistán de hace dos años y de la que hoy, escasos meses después de la victoria talibán, nadie habla. Un niño que en aquel verano debería estar preparándose para entrar en el instituto en España, llevaba meses viviendo en una tienda de campaña en medio del bosque esperando para encontrar el momento perfecto para cruzar hacia la UE por la frontera serbocroata. Tristemente, abandoné el país antes de saber si acabaría consiguiéndolo, aunque su caso era uno entre decenas por aquella parte del país que, en situación similar, se aventuraban en un viaje desde su país de origen, enviados por sus familias porque eran, muchas veces, la única opción que tenían de poder tener una vida digna.
Pocas veces se repara en la necesidad y desesperación de las familias que se ven obligadas a enviar a niños a un camino lleno de peligros donde los actores maliciosos como organizaciones criminales acechan continuamente. Un niño que aquí en España todavía no habría entrado al instituto, al haber nacido en Afganistán se ve obligado a emprender un camino sólo, que durará meses, y en el que, precisamente por ser niño, tendrá que lidiar con situaciones que muchos no queremos ni imaginar.
Todo esto también pasa en las fronteras españolas. Son muchos los niños que llegan a nuestras costas y territorio. Muchos los que tienen detrás una familia que se ve obligada a tener a su hijo a cientos de kilómetros por pura necesidad. Niños que tienen sueños, ilusiones y, muchas veces, miedo. Tal y como lo tendría cualquiera de nuestros hijos e hijas que, por ahora, no se tiene que ver en la situación de migrar para poder tener un futuro.
Los medios, la criminalización y la realidad
Algo que los medios esconden para, precisamente, demonizar su figura y su presencia en España es lo que los números, cifras e historias de criminalización esconden: personas con padres y madres que les quieren; amigos que esperan lo mejor de ellos en su viaje; gustos por el deporte, la música, la lectura y un sinfín de aficiones y personas que tienen en mente durante la marcha cuando la preocupación del morir en el camino o en las fronteras no acecha. Es toda una vida la que llevan consigo cuando la prensa se dirige a ellos única y exclusivamente como «MENAS», cómo si no existiera una realidad detrás de cada uno de ellos que les ha forzado a migrar. Una realidad creada de la que España y toda una UE tiene mucho que decir.
Todo el discurso de odio articulado alrededor de la criminalizad que dicen que estos niños traen a España tiene, como uno de sus objetivos, justificar la militarización en la externalización de fronteras, así como un gasto en defensa frente a un problema que no existe. Polonia no es el primer país que utiliza esta estrategia que llevamos viendo años en la UE y la crisis que sufre en la acogida de refugiados por no querer gestionarla más allá de la externalización.
Hace unas semanas conocíamos que España había bajado el nivel de la criminalidad hasta mínimos históricos poniendo de manifiesto que la entrada de migrantes de la que alerta la extrema derecha no es más que parte de la justificación de su existencia como partido. Frente a todo un discurso que criminaliza, devolverles la humanidad arrebatada a los muchos que han dejado sus casas e incluso perdido la vida en el camino es parte de nuestro deber. Estamos hablando de personas.
Que injusticias y que crueldades.