Por la desigualdad desigualdad socioeconómica. La intervención de Francisco José Contreras Peláez, diputado por Sevilla del partido de extrema derecha Vox, en el debate sobre los PGE de este miércoles, marcó un polémico punto en el que habló de la legitimidad de la existente desigualdad económica basada en la libertad, la disparidad de carácter y esfuerzo entre las personas.
“Los que creemos en la libertad sabemos que en un país libre no puede haber igualdad socioeconómica porque las personas somos distintas, tenemos talentos y niveles de esfuerzos distintos… Esa disparidad de rentas es legítima”, señaló en su defensa de la desigualdad socioeconómica.
A estas afirmaciones ha querido responder el escritor y periodista Antonio Maestre, quien se ha hecho eco desde su cuenta en Twitter del argumento del diputado de ultraderecha adjuntando el documento de registro de los bienes declarados por Contreras Peláez para preguntarle si este patrimonio es fruto de su esfuerzo personal.
“Hola, Contreras Peláez, he visto en su declaración de bienes del Congreso que tiene 17 viviendas y 9 garajes en una sociedad a medias con su hermana. ¿Eso es fruto de su esfuerzo o simplemente que lo ha heredado de papá?”, señaló.
La igualdad socioeconómica se alcanzaría si se cumplen los derechos económicos, sociales y culturales -derechos humanos de segunda generación-. La equidad o igualdad de recursos es básica tanto para poder ejercer con plenitud los derechos civiles y políticos como para tener una vida digna.
Se reconocieron por distintos gobiernos después de la Primera Guerra Mundial. Los ciudadanos tienen que tener igualdad de condiciones y de trato. Incluyen el derecho a ser empleados, el derecho a la vivienda, a la educación y a la salud, así como la seguridad social y las prestaciones por desempleo.
Al igual que los derechos de primera generación, también fueron incluidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos en los artículos 22 al 27 y, además, incorporados en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Se incluyen también como derechos económicos, sociales y culturales el derecho al trabajo y a la libre elección de empleo, el derecho a condiciones de trabajo equitativas y satisfactorias, la libertad sindical y derecho de huelga, la protección de la familia y los menores, el derecho a un nivel de vida adecuado y a la mejora de las condiciones de existencia -salud y educación-, y el derecho a participar en la vida cultural. También, por lo tanto la protección, desarrollo y difusión de la ciencia y la cultura y el patrimonio cultural, el derecho al agua, derecho a una alimentación adecuada y derecho a un medio ambiente óptimo.
El Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (Discours sur l’origine et les fondements de l’inégalité parmi les hommes), conocido como el Segundo Discurso, es una obra del filósofo Jean-Jacques Rousseau. Este texto fue escrito en 1754 compitiendo por el premio que otorgaba la Academia de Dijon indagando en la pregunta: «¿Cuál es el origen de la desigualdad entre los hombres, y si es respaldada por la ley natural?».
Rousseau examina dos tipos de desigualdad, natural o física y ética-política. La desigualdad natural consiste en diferencias entre la fuerza física entre un hombre y otro como resultado de la naturaleza. A Rousseau no le preocupa este tipo de desigualdad y se centra en la desigualdad moral. Argumenta que la desigualdad moral es constante en las sociedades civiles y está relacionada y es causante de las desigualdades en el poder y la riqueza. Este tipo de desigualdad está establecida por convención. Rousseau toma un punto de vista cínico de la sociedad civil, y hace referencia a momentos históricos anteriores a las sociedades civiles, cuando el hombre estaba más unido a su estado natural, como tiempos más felices para los hombres. Para Rousseau, la sociedad civil es una trampa perpetuada por los poderosos sobre los débiles, de modo que puedan conservar su poder y riqueza.
Esta es la conclusión a la que llega Rousseau, comenzando el debate con un análisis de un hombre natural que no ha llegado aún a adquirir el lenguaje o el pensamiento abstracto. El hombre natural de Rousseau es muy diferente al de Thomas Hobbes. De hecho, él mismo destaca esta contraposición a lo largo de su obra. Rousseau explica que Hobbes no retrocede lo suficiente en el tiempo para comprender al hombre natural. Rousseau busca un conocimiento del hombre natural más profundo y rico.
Para él, el hombre natural es un buen salvaje, “que vive disperso entre los animales”. A diferencia de Hobbes, no cree que el hombre natural esté motivado por el miedo de la muerte, porque no puede concebir ese final; incluso el miedo a la muerte ya sugiere un más allá del estado natural. Para Rousseau, el hombre natural es más o menos como cualquier otro animal, donde “la auto-conservación es fundamental y casi la única preocupación” y “los únicos bienes que reconoce en el universo son la comida, el emparejamiento, el dormir…” Este hombre natural, a diferencia del de Hobbes, no está en un constante estado de miedo y ansiedad.
El hombre natural de Rousseau posee unas pocas cualidades que le llevan a distinguirse de los animales en un largo periodo de tiempo. El rasgo más importante es la capacidad del hombre de elegir, a lo que Rousseau se refiere con “libre albedrío”, que le diferencia del resto de los animales. La capacidad del hombre de rechazar el impulso instintivo le hace alejarse del curso de su estado natural. Además, Rousseau argumenta que “otro principio que Hobbes no tiene en cuenta” es la compasión del hombre. Este rasgo del hombre le impulsa a interactuar. Finalmente, el hombre posee la capacidad de perfección, que le permite ser capaz de mejorar sus condiciones físicas y del medio, y desarrollar técnicas de supervivencia sofisticadas.
El aumento regular y el convencionalismo en las relaciones humanas transfigura su capacidad para el razonamiento y la reflexión, su natural o ingenuo amor a sí mismo (amour de soi), en una corrupta dependencia en las percepciones a favor del resto. El amor a sí mismo, natural y antidestructivo, avanza gradualmente a un nuevo estado de amour propre (amor propio), un amor a sí mismo que ahora se guía por el orgullo y la envidia, más que por la elemental auto-conservación. Este acceso al amor propio conlleva cuatro consecuencias: competición, auto-compasión con otros, odio, y ansia de poder. Todos ellos llevan a Rousseau a su punto de vista cínico de la sociedad civil. Aunque el amour de soi también sugiere una significante distancia respecto de este estado natural..
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