El periodista Gerardo Tecé ha planteado la siguiente pregunta a través de su cuenta de Twitter: “¿Os imagináis las tertulias y telediarios si Cataluña tuviese la peor incidencia del virus y se dedicara a ir por libre mientras en el resto de España se hacen sacrificios mucho mayores? Yo sí”.

La afilada pregunta pone de manifiesto la gestión de la pandemia por parte de la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, la cual ha dado mucho que hablar y se puede resumir en dimisiones, falta de rastreadores, una sanidad desbordada y una improvisación de medidas.

Esta deficiente gestión daba comienzo en marzo del año pasado, cuando Ayuso se contagiaba de coronavirus y permanecía alojada en un ático de lujo de la cadena hotelera de Kike Sarasola. La oposición montó en cólera y pidió explicaciones para saber si la Comunidad de Madrid iba a asumir el alojamiento o si se trataba de un regalo. El dueño del hotel aclaró que Ayuso pagaría 80 euros diarios, un precio reducido por tratarse de una estancia de larga duración.

Paralelamente a sus primeros días de confinamiento salía a la luz el menú escolar que la Comunidad de Madrid había planeado para los alumnos y alumnas con beca comedor que se habían quedado sin ella por el cierre de las escuelas. Unos menús contratados a Telepizza, Rodilla o Viena Capellanes mientras los nutricionistas se echaban las manos a la cabeza.

Lo más duro: Ayuso y el protocolo de las residencias de mayores

Mientras tanto, lo más duro estaba ocurriendo en las residencias de ancianos, que vieron como se negaba su derivación hospitalaria en función de criterios relacionados con su estado físico y cognitivo. infoLibre era el encargado de publicar un artículo en el que explicaba todo lo relacionado con los correos sobre el protocolo de las residencias de mayores que el gobierno de Isabel Díaz Ayuso ocultó a la Asamblea de Madrid y desvelaba que fueron cuatro correos los correos enviados desde la Consejería de Sanidad los días 18, 20, 24 y 25 de marzo con el protocolo de exclusión firmado por Carlos Mur.

En el mismo mes de marzo, las instalaciones de IFEMA se convertían en un hospital de campaña con el objetivo de descongestionar las plantas y urgencias de los hospitales ante el aumento de contagios de coronavirus. Para la plantilla del centro la presidenta madrileña reclutó a personal voluntario entre centros de atención primaria y hospitales dejándolos a medio gas. Una vez las instalaciones cerraban sus puertas, los profesionales sanitarios contratados vieron rescindidos sus contratos de la noche a la mañana mientras Ayuso preparaba un festín con bocatas de calamares pero sin distancia de seguridad.

Más tarde, allá por el mes de septiembre, la vuelta al cole se convertía en una pesadilla y en una improvisación de medidas teniendo en cuenta que los colegios cerraron en marzo. Las medidas en líneas generales eran la contratación de casi 11.000 nuevos profesores y la realización de más de 100.000 tests a la comunidad educativa.

Este mismo mes, la presidenta madrileña analizaba el aumento de contagios en la zona sur y los relacionaba con el modo de vida que tiene la inmigración en Madrid. La Comunidad de Madrid cerraba 37 zonas sanitarias, la mayoría de la zona sur, en donde los vecinos demandaban más frecuencia en buses y metros para no viajar hacinados y se quejaban de los centros de salud saturados.

En diciembre, Ayuso decidía no renovar los contratos de los profesores y profesoras contratados como refuerzo y 1.117 docentes se quedaban en la calle, mientras el resto de autonomías consideraban necesaria su continuidad.

La última de las polémicas ha sido la construcción del Hospital enfermera Zendal con un coste que triplicaba lo presupuestado y donde no han dejado de adjudicarse contratos a dedo a diferentes empresas. Aunque la presidenta madrileña alardeaba de haber construido en menos de 100 días un espacio de 80.000 metros cuadrados que albergaría 1.000 camas y 48 de cuidados intensivos, lo cierto es que se inauguraba solo un pabellón, sin plantilla propia, con 40 camas, 4 de UCI, sin quirófanos y sin laboratorios, mientras en el hospital Infanta Sofía hay 16 camas UCI cerradas.

Este mes de febrero, El semanario francés, Paris Matchpublicaba un artículo bajo el título de «Madrid: miedo y fiesta» en el que critica la gestión de la pandemia por parte de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Paris Match no salía de su asombro al ver que en la región, que tiene una incidencia por encima de los 600 casos, bares, restaurantes, teatros, cines y salas de conciertos siguen abiertos, mientras los hospitales están al borde del colapso.

Además, el semanario criticaba también el Hospital Isabel Enfermera Zendal, al que describía como «una auténtica fábrica que nació en tres meses, en la que no hay visitas, ni televisores, ni privacidad. Para nuestros reporteros, es la impresión de aterrizar en un futuro helado … mientras en las calles reina el «mundo de antes».

Numerosos tuiteros se han unido a las críticas del semanario y recuerdan cómo las últimas fiestas celebradas en el Casino de Madrid o el Teatro Barceló no han recibido sanción alguna por parte de la Comunidad de Madrid.

El resumen de la gestión de Ayuso nos arroja un sinfín de errores tapados con una prensa afín y una campaña siempre activa de difusión de las bondades de la presidenta madrileña. Sin embargo, los datos y la contínua progresión de decisiones erróneas están ahí y solo es necesario dar un pequeño repaso para comprobar que a cada paso dado en Madrid ha supuesto pérdidas de vidas. ¿Qué pasaría si esto sucediese en Catalunya? Nunca lo sabremos, pero nos podemos hacer una idea de los ríos de tinta, peticiones de dimisión, juicios populares y manos a la cabeza que supondría.

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