A pesar de que todo debate y entrevista electoral pivote sobre los mismos ejes en las próximas elecciones, aunque cueste creerlo, existen más partidos. Viene a ser un poco el juego en este sistema, la opresión del pueblo a palos, por coerción, pero también por consenso por convencimiento tácito de que lo establecido, maquillaje de más o de menos es lo único plausible.
Domènec Merino se presenta a los próximos comicios en por el PCTC y en campaña, pese a las diversidades reales, ha tratado de tejer horizontes más allá de donde alcanzamos ver en nuestro día a día. ¿Acaso eso no es también hacer política?
Los últimos cuatro años han sido en Cataluña, por desgracia, los del desarrollo de la siguiente crisis económica. Desde hace un tiempo, nuestro partido viene avisando de que los indicadores económicos demostraban, una vez más, que en el capitalismo las crisis son cíclicas. Hablamos del decrecimiento abrupto en la inversión de capital en el extranjero, la reducción del crecimiento de la producción industrial, la ralentización del crecimiento del PIB y del índice de consumo. Los datos estaban ahí y nadie les prestaba atención.
Nadie les prestaba atención porque el hecho de que las crisis sean cíclicas en el capitalismo demuestra los límites históricos de este modo de producción. La crisis brota de las entrañas de la lógica misma del capitalismo: la anarquía de la producción. Cada empresa privada produce lo que le da la gana, atendiendo sólo al criterio de beneficio empresarial y sin ninguna planificación. Esto es lo que lleva cada cierto tiempo a que se produzcan más mercancías de las que el mercado puede absorber, que no más productos de los que necesita la sociedad. Son dos cosas distintas.
En marzo de 2020, la pandemia de la COVID-19 actúa como catalizador de la crisis económica. Es decir, la hace estallar, quizá, antes de lo que habría estallado y hace, quizá, que se recrudezca. Pero no cambia sus orígenes ni su naturaleza. A pesar de eso, tanto desde el gobierno central como desde la Generalitat se ha venido insistiendo que la crisis económica se debía al problema sanitario, alimentando la ilusión de que el crecimiento se recuperará una vez se logre controlar la pandemia. Esto es falso, es una fantasía y hay que combatirlo, porque nos desarma a la hora de luchar contra la crisis que vendrá. Esta es la versión interesada de la patronal. La crisis económica ha venido para quedarse, y quienes sufriremos somos los trabajadores.
En los últimos cuatro años, la Generalitat ha estado instalada en la performance política. Han legislado menos que nadie, pero realmente da igual porque cuando han hecho leyes ha sido en nuestra contra. Los últimos cuatro años nos han enseñado, una vez más, que cada vez que hay que pactar agresiones contra la clase obrera los políticos catalanes de distinto signo se ponen de acuerdo entre sí y también se ponen de acuerdo con el Gobierno central. No hay discrepancias en las líneas rojas del sistema, que son siempre contrarias a nuestros intereses.
Las cosas no cambiarán, porque los siguientes cuatro años serán los de gestión de los ataques contra los trabajadores y las trabajadoras ya en época de crisis. Si los distintos partidos se han puesto de acuerdo en atacar nuestros derechos en esta última legislatura, ¿qué podemos esperar de la época de crisis?
Vienen los años de implementación de las condiciones de la Unión Europea para los préstamos de dinero. De ajustes del mercado laboral, de reforma del sistema de pensiones, de mercantilización de los servicios públicos. Vienen años de despidos, de depreciación de la fuerza de trabajo, de cierres de empresas. Y el partido o los partidos que se instalen en la Generalitat dedicarán todos sus esfuerzos a contentar a la patronal para convencerla para que vuelva a invertir en Cataluña, a pesar de la crisis. La única forma de contentarla es destrozando nuestros derechos laborales. Este es el único camino posible en el marco de la economía capitalista, poco importa si gobierna el PSC, Junts per Catalunya o Esquerra Republicana. La clase obrera tiene que estar preparada para responder en cada centro de trabajo.
Eso se hace rápido: todas defienden a la patronal. Y te digo esto por una simple razón: cada vez que llegan elecciones, los partidos dedican páginas y páginas de sus programas electorales a convencernos de que son distintos a los otros. Algunos han escrito programas electorales de centenares de páginas. Pero es que, a la hora de la verdad, en la práctica todos nos han demostrado que se ponen de acuerdo en lo esencial. Nuestra consigna es clara: ya va siendo hora de dejar de pensar en qué es menos dañino para nuestros intereses y coger una opción de clase, para que en el Parlament haya una voz obrera. No hay atajos ni opciones intermedias en esto.
El sistema está hecho para que ninguna propuesta pueda cuestionar las líneas rojas sobre la que está construido, que están constitucionalizadas en los artículos 33 y 38 de la Constitución, referentes a la propiedad privada y la libertad de empresa. Todos los partidos políticos, que tienen bancos detrás para la financiación de sus campañas electorales y que responden a las presiones de los ‘lobbies’ empresariales, que prometen cargos en los consejos de dirección para los políticos complacientes, protegen con celo estas líneas rojas y legislan en favor de los grandes empresarios.
Por el contrario, el programa del Partido Comunista es un programa de ruptura con estas líneas rojas. No es un programa para legislar en el parlamento burgués, sino para estimular el combate y la resistencia en los centros de trabajo y en los barrios obreros. Es un programa de ruptura con todo el marco que nos ha sido impuesto.
Todos los derechos de los que disfrutamos hoy fueron conquistados con lucha y sudor. Nada nos ha sido dado por voluntad propia. Porque, aunque haya quien quiera afirmar lo contrario, el Estado no es un ente neutral que actúa para todos, sino que es un instrumento de dominación de clase. Nosotros votamos a los representantes, pero ellos responden sólo ante el poder del capital.
Es por eso que en los últimos treinta años, cuando se han ido desmantelando poco a poco las organizaciones obreras, la perspectiva de clase y la voluntad de luchar, y a todo esto hay que sumarle el derrumbe en el campo socialista, no hemos hecho más que perder derechos. Todas las luchas son, en los últimos años, luchas de resistencia. Se lo van a quedar todo. La tendencia es a la privatización, a la mercantilización, a la desregulación de los derechos laborales.
En un sentido radicalmente opuesto, el Partido Comunista lucha por la nacionalización de los sectores estratégicos, incluida la banca, por la planificación de la economía y por el control obrero de las empresas. En Cataluña, hay que revertir toda forma de concierto y mercantilización de la sanidad y de la educación. Hay que devolver todos los hospitales y centros de atención primarios al control público. Ninguna escuela o instituto en manos privadas, y mucho menos de organizaciones ligadas a la Iglesia Católica.
Por lo que respecta a las reivindicaciones de las mujeres, pensamos que es fundamental un cambio sistémico para terminar con la opresión de la mujer. Ninguna ley, ninguna campaña de sensibilización, puede liberar definitivamente a las mujeres trabajadoras si no se socializan los trabajos reproductivos y domésticos, si no se iguala de verdad a la mujer y al hombre en el ámbito laboral, sino se acaba con la publicidad y el arte sexista. La dirección, actualmente, es la contraria, con la intromisión de la empresa privada en todas estas cuestiones.
La clase obrera es mayoría. Nosotros tenemos la fuerza, y precisamente en esta campaña apelamos precisamente a eso: volvamos a demostrar la fuerza de la clase obrera. Hay posibilidades de sacar escaños, sí, pero también es cierto que tanto si los sacamos como si no, el voto comunista tiene que ser un voto de compromiso para iniciar la contraofensiva, para ponernos a luchar.
No sólo estas, todas las elecciones en el capitalismo son corruptas y burguesas. Lo he dicho ya en repetidas ocasiones durante esta campaña electoral: hay que acabar con la ilusión de que se deciden cosas en el parlamento burgués. Todo, absolutamente todo, está acordado por los partidos antes de que los diputados salgan al atril. Todo se cierra entre bastidores, con los empresarios de por medio. Ni nosotros ni nadie puede ir a esa convención de parlanchines a convencer a nadie de que legisle en favor de la clase obrera.
¿Por qué nos presentamos, entonces? Pues porque la clase obrera, o una parte importante de ella, sigue fijándose en el parlamento. Y cada vez que encienden la televisión y ven a un diputado hablar, éste trata de convencerlos de que tienen que seguir fijándose en el parlamento. Es necesaria una voz, dentro y fuera del Parlament, que diga claramente a los trabajadores y a las trabajadoras que no hay nada para ellos allí, que la lucha está en la calle y en los centros de trabajo. El voto comunista tiene como objetivo reforzar la lucha, no prometerle el paraíso parlamentario. El voto no puede servir para aniquilar la lucha.
El problema no es solo que la extrema derecha actúe con impunidad en las universidades,…
La defensa de Alberto González Amador reconoció haber compartido su confesión con la Abogacía del…
Una deportación sin pruebas basada en un tatuaje y un gesto de las manos El…
La apertura de diligencias por delito de odio contra Daniel Esteve, líder de Desokupa, nos…
«Debería haber pena de muerte para adolescentes que sostengan una pistola o una granada», señaló.…
El encarcelamiento de Imamoglu se convierte en un símbolo de resistencia política El alcalde de…