Hay una parte de la sociedad que se ofende cuando exigimos, de forma asertiva, tener el poder de decisión de sobre nosotras mismas.
“Empatía a la hora de follar”
Esta es la petición que hace unos días un grupo de jóvenes hacía a través de las redes sociales.
Una petición que, a priori, no debería suscitar más que adhesiones se volvió una vez más, un torbellino de insultos e indignación por una parte de la sociedad que aún siguen sin comprender que aunque no se autodefinan como machistas lo son y mucho.
Últimamente tengo una racha terrible en el Twitter, estoy saliendo a tuit viral cada dos días, con todo lo que eso supone.
Que de pronto algo que escribes empiece a compartirse como si no hubiera un mañana, implica entre otras muchas cosas, que ya puedes abrir un paraguas virtual que tape tu autoestima de la avalancha de insultos, intentos de humillación y chorreos varios que te van a caer encima.
Mi autoestima viene reforzada de serie, así que estas alturas ya le dejo que se moje con lo que venga porque hace años que he descubierto que todo lo que no venga de personas que me quieran no cala, directamente me resbala.
Pero todo ese alud de información me resulta muy útil, sobre todo los argumentos de personas enfadadas con lo que escribo, al fin y al cabo me dedico a escribir y quieran o no, sus insultos casi siempre se terminan convirtiendo en mi gasolina.
La conclusión que vengo sacando en los últimos meses de las furibundas reacciones de muchas personas a las peticiones que hacemos las mujeres es que hay una parte de la sociedad que se ofende cuando exigimos, de forma asertiva, tener el poder de decisión de sobre nosotras mismas.
¿Cómo es posible que alguien se ofenda porque una persona le pida a otra empatía en las relaciones sexuales?
Si alguien siente que se coarta su libertad cuando se encuentra con este tipo de peticiones, probablemente sea porque hace mucho tiempo ha utilizado su libertad para coartar la otros seres humanos y ahora, no está dispuesto a renunciar a esa dominación. Me da terror pensar en cómo están siendo las relaciones sexuales de muchísimas mujeres que follan con hombres que se indignan hasta el punto de resultar verbalmente agresivos con quienes les piden algo tan básico como empatía.
Estoy acostumbrada a recibir críticas indignadas cada vez que publico un artículo sobre feminismo.
No importa si digo que no quiero recibir piropos, habrá muchos indignados que digan que su derecho a decirme lo que quieran prevalece sobre que yo quiera o sobre lo que yo considere una intromisión.
No importa si explico que me molestan los apelativos del tipo “cariño” o “cielo” por parte de hombres a los que no conozco de nada. Siempre vendrán multitud de personas (muchos hombres y algunas mujeres) a decirme que de eso ni hablar. Ellos me lo dicen con cariño, y tengo que joderme y aceptarlo aunque a mí su cariño me resulte incómodo y no lo quiera.
Da igual si algunos gestos invaden mi espacio personal. Para algunas personas, mi reivindicación de mi espacio no es mía, según la intención que ellos tengan (o digan que tienen) a la hora de invadirlo, ya decidirán si puedo reclamar o no.
En resumen, por lo que parece para algunas personas que no son machistas, yo como mujer, no tengo derecho a decidir sobre mi misma más allá que en las condiciones que ellos me permitan. Vamos, que para no ser machistas tienen demasiado interiorizada la idea de que son los dueños de mis decisiones.
Yo no soy la dueña mis iguales. Supongo que ellos sí se creen dueños de mí es porque no me consideran una igual.
No serán machistas, pero parecerlo, lo parecen. Y mucho además.