En todo el mundo, y especialmente en América Latina, la pandemia del coronavirus reveló un hecho mayor de la sociedad capitalista: empresarios y gobiernos han priorizado el lema “la economía no puede parar”, en detrimento de la salud de las personas. Ello dio lugar a que, sin hacer el lockdown casi total de las actividades económicas, reclamado por diversas instituciones médicas y científicas, tal priorización contribuyó al progresivo agravamiento de la pandemia.

Las causas de ello son muy simples, y basta citar, entre otras, la facilitación del contagio mediante el amontonamiento de millones de trabajadores que concurren a sus empleos en medios de transporte colectivo repletos de gente, y/o que se apretujan en lugares de trabajo en los que no existe el distanciamiento mínimo entre un trabajador y otro (aún en el caso en el que los mismos usen tapabocas y se higienicen las manos con jabón o alcohol con toda la frecuencia necesaria).

Reinó entonces, como siempre, la lógica y la sed de la ganancia que caracterizan a la producción y distribución capitalistas, en detrimento de la salud humana. Y cuando por algún tiempo los gobiernos han accedido a la suspensión de las actividades económicas que juzgaron “no esenciales”(dejando principalmente en funcionamiento la producción y distribución de alimentos y las farmacias), vino a luz una necesidad “insospechada”: para quedarse en sus casas las personas necesitan ingresos que les permitan comer y cuidar su salud, o sea, subsistir; ello motivó en algunos países la adopción de “auxilios de emergencia”, que, no obstante, han tenido una duración limitada y montos insuficientes.

Resultado: millones de los más pobres se vieron obligados a seguir trabajando en sus empleos informales, o (a veces acicateados y presionados por sus patrones) a pedir la vuelta al trabajo en sus ramas de actividad, exponiéndose a sí mismo y a millones de sus familiares y semejantes al peligro renovado del contagio.

Hay que notar que en las actividades económicas consideradas “esenciales”, que fueron mantenidas, ni las condiciones de trabajo fueron sistemática y seriamente fiscalizadas, ni el esfuerzo excepcional de sus trabajadores fue reconocido mediante aumentos de salario y otros beneficios.  Simultáneamente, y para enfrentar la atención de los millones ya contagiados, las sociedades capitalistas revelaron otra de sus falencias: no tienen un sistema de salud público capaz de atender eficaz y gratuitamente a millones de personas necesitadas de pronto socorro para preservar su vida, la de sus familias, y la de la comunidad en general (por el peligro social suponen quienes son potenciales transmisores del contagio). Así se constató la carencia de instalaciones, profesionales, equipos, remedios, y de algo tan elemental como el oxígeno, para atender a esa multitudinaria demanda. Entonces centenas de miles de personas desesperadas se amontonaron en los predios disponibles, o simplemente fueron rechazadas por el sistema de salud y condenadas a morir en sus casas, sin recibir la atención que necesitaban. Al tiempo en que todo esto ocurría, cuando para tratar de disminuir el ritmo del contagio se determinó también la suspensión temporal de las actividades escolares presenciales y se adoptó la modalidad de la enseñanza remota a través de internet, afloró otra faceta del capitalismo: buena parte de los niños pobres, o simplemente no contaban con internet, o la que tienen es inestable y de poca potencia; ambos fenómenos crearon para esos millones de niños una nueva brecha en las condiciones de aprendizaje que vino a sumarse a la que ya desde antes de la pandemia y por la división estructural de la sociedad capitalista los inferiorizaba en relación a los escolares de las clases alta y media (donde, además de internet, abundan los televisores, los libros y las madres o padres con escolarización y tiempo disponible para dar el apoyo requerido a los educandos). Finalmente, también se constató que a esas discriminaciones propias del capitalismo, se le suma otra: la racial; así, entre otras, en Brasil una investigación de la ABRINQ (Asociación de los empresarios fabricantes de juguetes) reveló que los niños negros (entre los que hay notoriamente mayor proporción de pobres que entre los blancos, en un fenómeno que se repite en el llamado “Primer Mundo” capitalista, por ejemplo en EEUU) padecen notoriamente más las citadas estrecheces que los niños blancos.

Todos estos fenómenos revelan una característica fundamental del capitalismo: la producción social acompañada de la apropiación privada de los bienes y servicios conlleva a una profunda desigualdad de condiciones de existencia; que también tiene un componente racial, pues la proporción de pobres es mucho mayor entre los no-blancos (en especial, en América Latina,  indígenas y negros) que entre los blancos.

A todo esto se contrapone el Ecomunitarismo con su propuesta de economía ecológica y sin patrones que aplique el lema “de cada un@ según su capacidad y a cada un@ según su necesidad, respetando los equilibrios ecológicos y la interculturalidad”. En esa organización económica la propiedad de los medios de producción es comunitaria, y también lo es la distribución equitativa y solidaria de bienes y servicios; y en ella las actividades productivas son rotativas, para que cada persona (que previamente ha obtenido gratuitamente de la comunidad la formación necesaria para tanto) ejercite rotativamente sus diversas vocaciones y se realice como individuo integral. De tal forma que cada persona (independientemente del tipo de actividad que desarrolle en ese momento en la trama social de la distribución de lo que en el capitalismo es esa tortura llamada “trabajo”) recibe del Fondo Común Comunitario disponible, lo que necesita para mantenerse sano y desarrollarse como individuo, y para que otro tanto pueda hacer su familia. Y cuando una emergencia natural y/o social como la que constituye la actual pandemia afecta seriamente la organización de la producción, en la medida en que todos los bienes y servicios que extrapolan la residencia familiar son comunes, la comunidad, regida por la “política de todos” que se basa en la democracia directa (hoy muy facilitada por los recursos de internet), determinará una nueva redistribución más ajustada, pero siempre solidaria, para que nadie quede excluido ni sea indebidamente privilegiado a costa de los demás. Simultáneamente, en el transporte de ida y vuelta de los trabajadores a/de cada centro de producción y distribución cuya actividad se juzgue indispensable mantener, y en dichos centros, serán adoptadas todas las medidas de protección de la salud de quienes allí laboren, al tiempo en que (una vez que todas sus necesidades materiales fundamentales ya están satisfechas) se los distingue con estímulos y premios morales públicos y repetidos, en  reconocimiento agradecido por su dedicación al bien colectivo.

Hay que notar que en esa economía ha desaparecido el dinero y el salario; el primero porque ya no es más necesario, y el segundo porque ha sido superada la esclavitud asalariada mediante la distribución comunitaria solidaria y equitativa de los bienes y servicios. Entre estos últimos figura una amplia red de salud pública y gratuita, preparada previsoramente para recibir a tod@s sin distinción y con la misma gran calidad de atención, tanto en épocas de normalidad como en situaciones de emergencia.   Al mismo tiempo, la educación ambiental ecomunitarista generalizada vela para que tanto en tiempos normales como en emergencias, como la de una pandemia, toda la vida social se desarrolle respetando los equilibrios ecológicos y la interculturalidad, superando la destrucción-devastación-contaminación irreversible de la salud de la naturaleza no humana que caracteriza al capitalismo, y practicando la solidaridad intercultural e inter-étnica que supera al racismo imperante en el capitalismo (heredero, también en lo que respecta a esa lacra, de las sociedades clasistas que lo precedieron). En esa educación ecomunitarista cada niño recibe de y en la comunidad gratuitamente todas las instalaciones, asesoría, equipos, bienes y servicios de los que necesite para desarrollarse como individuo universal; así, por ejemplo, la internet es gratuita y de calidad para todos los educandos, sin distinción de su localidad de residencia ni en función del tipo de actividad que sus respectivos padres estén ejerciendo temporalmente.

En y por todas las características citadas (y otras aquí no abordadas) el Ecomunitarismo hace realidad en su día a día las tres normas éticas fundamentales (deducidas argumentativamente de la gramática profunda de la pregunta que instaura la Ética, a saber, “¿Qué debo hacer?”), que nos obligan, respectivamente, a garantizar nuestra libertad individual de decisión, a realizar esa libertad en la búsqueda de respuestas consensuales con los demás en las diversas situaciones que nos depare la vida, y a preservar-regenerar la salud de la naturaleza humana y no humana.

Bibliografía mínima 

Sirio López Velasco (2009). Ética ecomunitarista, Ed. UASLP, México, disponible gratuitamente en https://issuu.com/filopoiesis/docs/etica_mexico_final_2009

y en https://rebelion.org/download/etica-ecomunitarista-etica-para-el-socialismo-del-siglo-xxisirio-lopez-velasco/?wpdmdl=654430&refresh=5ffa00fe3411b1610219774

Sirio López Velasco (2017). Contribuição à Teoria da Democracia: uma perspectiva ecomunitarista, Ed. Fi, Porto Alegre, Brasil, disponible gratuitamente en https://www.editorafi.org/196sirioRebelión

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