Irene Aterido
Socióloga y sexóloga. Miembro de la Red EQUO Mujeres


De unos años a esta parte se ha empezado a hablar de salud menstrual y ambiental en los medios de comunicación, por parte de las ONG y la opinión pública. Resulta que la incidencia creciente de los desequilibrios neuroendocrinos, expresados como «trastornos de la menstruación», ya no se puede esconder debajo de la mesa de la consulta sanitaria. Esterilidad, miomas, quistes, endometriosis, SOP, enfermedades autoinmunes, cáncer de mama y otros tumores hormonodependientes son secuelas medibles y, nosotras, las personas menstruantes, las pruebas vivientes de la contaminación medioambiental. No se trata solo de que cada vez se diagnostique más y mejor a las mujeres -gracias, en gran parte, a los activismos menstruales en salud, como el realizado por las asociaciones de pacientes de endometriosis-, sino que la política reivindique la salud menstrual como objetivo a conseguir aquí y en el sur global. 

Algunas consecuencias y pruebas de la falta de salud menstrual

Repasemos las diferentes violencias ambientales y de género que sufrimos las personas menstruantes  en nuestro contexto cultural (especialmente, en el ámbito ginecológico): 

  • el sesgo de género en la investigación clínica y farmacológica de trastornos de alta prevalencia entre población femenina (ejemplo: no existe ningún fármaco terapéutico para la endometriosis -que afecta al ¡15-20%! de la población femenina en edad fértil-, mientras que sí tenemos disponible un fármaco para la disfunción erectiva no psicológica -que afecta solamente a un escaso ¡0’5%! de la población masculina en edad fértil-) 
  • La deficiente calidad de tratamiento/atención y velocidad de diagnóstico (Pediatría, Atención Primaria, Ginecología, Endocrinología, Psiquiatría), cuando tenemos una incidencia creciente de trastornos neuroendocrinos que apunta a la contaminación ambiental, como recoge magistral y exhaustivamente la endocrinóloga española Carme Valls-Llobet en Salud y medio ambiente, nuevas para un mundo en riesgo 
  • La negación, invisibilización y normalización de síntomas frecuentemente asociados al ciclo menstrual que serían tratables (principalmente la dismenorrea pero también síntomas gastrointestinales y emocionales que llamamos “síndrome premenstrual” originados por una nula educación menstrual y sexual)
  • El escamoteado de los datos sobre la disrupción endocrina impide que nuestras ciudadanas y ciudadanos tomen decisiones informadas sobre su salud menstrual y fertilidad futuras
  • la falta de formación y abordaje desde la sanidad y educación públicas de la salud menstrual como una política pública más, de primer nivel, que ha de ser atendida multidisciplinariamente; ahora queda relegada, en el mejor de los casos,  a charlas promovidas por empresas farmacéuticas o de higiene menstrual contaminante a profesionales médicas/os y alumnado de secundaria 
  • La consideración de la fase de sangrado del ciclo ovárico (“el periodo”) y sus fluctuaciones (patológicas o no) sólo como un asunto: a) reproductivo o ginecológico (quirúrgico) b) individual /personal, sin atender a las políticas medioambientales que la están condicionando ya a día de hoy.
  • la desatención de las niñas y adolescentes que muestran síntomas de desequilibrios endocrinos desde la primera regla (menarquía) en el sistema sanitario y educativo conculca sus derechos a la salud sexual integral
  • La endometriosis, esterilidad y otras patologías sistémicas, mal denominadas «del útero» o «reproductivas», son causa de exclusión en el ejército profesional, guardia civil, de cobertura en los seguros sanitarios privados y, sin embargo, no ameritan baja médica ni incapacidad laboral.
  • Es hora de buscar y fomentar desde las AA. PP. otros métodos anticonceptivos más compasivos, diagnósticos por imagen y biomarcadores no cruentos, tratamientos respetuosos con el ciclo, el cuerpo y el medioambiente. Las píldoras anovulatorias están afectando la salud de toda la población, también la infantil, a través de su metabolización /excreción por la orina que va a parar a nuestros ríos.
  • Las tecnologías de reproducción humana asistida (TRAH) conllevan agresiones a las corporalidades y la salud emocional (violencia gineco-obstétrica), incluyendo un protocolo único, no adaptado e inflexible, para la fertilización artificial (inseminación, IVF). La donación ovocitaria y vitrificación de óvulos, así como la gestación subrogada, nos plantean, por su parte, dilemas ecofeministas, éticos.

Los prejuicios de género agravan la contaminación por EDCs

La falta de salud menstrual puede llegar a tener un impacto enorme en la calidad de vida (estudios, empleo, crianza, trabajo doméstico y ocio) y directo en la sexualidad y fertilidad. Sin embargo, la concepción patriarcal de la sexualidad femenina, el embarazo y el parto, así como de los roles sociales de las mujeres, ha ido en detrimento de la atención integral a las personas menstruantes, impactando en tres esferas: sexualidad, fertilidad y salud mental. Desde el ecofeminismo es urgente considerar la falta de salud menstrual y la pobreza menstrual como un problema de salud pública que va mucho más allá de la asociación cultural con el dolor de regla (“La regla debe doler” y “Debes aguantarte el dolor”). Hablar del ciclo menstrual queda relegado a la esfera de lo privado y “entre mujeres” o directamente no se habla del tema. Los mandatos de género conducen, también, a que los trastornos menstruales sean vividos con vergüenza por las mujeres y tarden en consultar en el sistema sanitario. Resulta más rentable tratar el síntoma “dolor de regla” a perpetuidad con la tercera y cuarta generación de píldoras “anticonceptivas” combinadas (cuya i+d por cierto no se amortizarán hasta dentro de 3 décadas…) que investigar las causas últimas por las que duele a tantas mujeres. Ha quedado demostrado que los intereses comerciales priman por encima de la salud sexual y reproductiva de las mujeres (casos Yasmine, Essure…) y del medio ambiente. El ecofeminismo subraya que, también en este tema, lo personal y privado es política de primer nivel, especialmente para las ciudadanas. 

Una educación menstrual y sexual (y una medicina de la diferencia, como defiende la doctora Valls-Llobet) son imprescindibles para la salud menstrual. La falta de conocimiento y atención a las necesidades de las mujeres durante los años cíclicos (“fértiles”) no es privativa del sistema sanitario ni de las terapias de salud. Las ciudadanas con estos problemas reciben bien poca empatía social. Hay falta de ayudas institucionales, prestaciones sociales o reconocimiento de las especiales capacidades que nos otorga cada fase del ciclo menstrual. Sólo los grupos de apoyo feministas y asociaciones ecologistas hacen la labor de información en salud menstrual, lobby y derivación que deberían hacer las administraciones públicas sanitarias. No podemos esperar más, es imprescindible que tomemos conciencia como sociedad de que el dolor de regla no es normal y que la mitad de la población merece que se vea garantizada su salud menstrual con políticas activas que faciliten la reproducción, los derechos en maternidad o crianza, proyecto y estilo de vida, estudios, sexualidad, empleo… 

Tenemos la responsabilidad como sociedad de prevenir antes de que los exo-estrógenos trunquen el proyecto de vida de las ciudadanas que ahora son niñas, dada la implicación directa y probada de aquellos en la salud sexual de todas/os. La ciencia oficial ya sabe que, una parte de la alta prevalencia de estos trastornos, es congénita pero, también -y es respecto a este dato donde el ecofeminismo tiene mucho que exigir-, que su incidencia creciente se atribuye a los «contaminantes ambientales» que afectan al equilibrio hormonal de los seres vivos: son los tristemente famosos disruptores endocrinos (“EDC”). La regulación o prohibición que se haga, por parte de las instituciones y administraciones públicas, de estos alteradores de las hormonas endógenas de la ciudadanía, debería ser una reivindicación ecofeminista de primer orden, para preservar la salud menstrual de las generaciones futuras, lo cual incluye, obviamente, su fertilidad. 

Entre tanto, las ciudadanas debemos conocer que podemos tomar precauciones que protejan nuestra delicada salud menstrual y fertilidad: evitar plaguicidas artificiales, trabajar solo con productos de limpieza seguros –a los que nosotras estamos más expuestas que los varones, a causa de la feminización de los cuidados dentro del hogar, no regulados por las autoridades de salud laboral–. A nivel alimentario también se pueden tomar medidas para evitar algunas de las sustancias más perniciosas empleadas en el sector HORECA o agropecuario. Sin embargo, la falta de formación de los profesionales sanitarios en relación a los determinantes medioambientales de nuestra salud menstrual hace que esta información apenas llegue a las personas de sexo femenino (mujeres cis y hombres trans), más expuestas y vulnerables a esas sustancias en virtud de factores genéticos y epigenéticos. Las ecofeministas atribuimos el desinterés de la comunidad médico-científica a este conocimiento a que hablamos de desequilibrios y enfermedades que, en principio, «únicamente» padecen las mujeres cisgénero. 

La investigación actualizada y sin sesgos de género, junto con la medicina o autocuidados basados en la evidencia proporcionada por el activismo ecologista son, precisamente, los puntales del activismo menstrual ecofeminista. Por último, romper el silencio sobre la pobreza menstrual pasa por solidarizarse con las mujeres que ni siquiera tienen acceso a agua potable y letrinas, no ya dispositivos para la higiene menstrual.  Denunciar y señalar las negligencias médicas, las mentiras farmacéuticas, el ocultamiento de información como la de los factores medioambientales en la génesis de trastornos hormonales y autoinmunes es ecofeminista, así como  reclamar derechos sanitarios universales y acceso a la mejor atención en la sanidad pública. Acabar con estas violencias contra las personas con ciclo menstrual es una prioridad ecofeminista, pues, como escribí hace años: «Romper el silencio es declarar solemnemente que el dolor de regla no es normal y que no tener dolor y ser atendidas por la Medicina es un derecho humano de las mujeres* [la mitad del mundo, la mitad de nuestras vidas]”.

Nota a pie de página *En este punto recordemos que no sólo menstrúan las mujeres sino todas las personas con útero, también algunos hombres trans, y que no todas las mujeres tienen o nacieron con útero, ni todas menstruamos, por diferentes circunstancias.


Irene Aterido, socióloga y sexóloga especializada en salud, sexualidad y género, activista en salud Endoestadistica y diversidad sexual. Fundadora de EndoMadrid y miembro de la Red EQUO Mujeres

 

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