Elena Martínez
CNT Sierra Norte. Licenciada en Ciencias de la información y documentalista
El otro día viví una de esas circunstancias que me convierten en otra persona. Que me hacen perder la calma y me transforman en un monstruo de dos cabezas y garras afiladas. Hubiera preferido mantener la calma y que el público de alrededor me hubiera escuchado alguna proclama irónica e inteligente que construyera desde una postura menos agresiva, pero creo que hasta me salió vello por todas partes y fuego por las narices. Por suerte obtuve la solidaridad de dos mujeres que se encontraban en la tienda que se marcharon conmigo diciendo que era intolerable y vergonzoso escuchar a estas alturas tamaña barbaridad.
Se nos había roto la calefacción y acudí al que hasta ahora era mi referencia para estas cuestiones. El tipo que me atendió era al parecer el jefe, porque no era habitual detrás del mostrador. Era la primera vez que me atendía. En esos días hacía mucho frío. Se había metido de pronto este corto invierno que nos visita ahora y estar sin calefacción ni agua corriente no era la mejor opción. Le di los buenos días y le expliqué el problema. Mientras cogía el aviso, me iba diciendo que probablemente no podrían atenderme hasta uno o dos días después. Le expliqué que estábamos sin calefacción y entonces levantó la mirada y con mucha sorna me dijo: “Pues dígale a su marido que le pegue una paliza y así entra en calor”. No le cogí del cuello de puro milagro y creo que por mi boca salieron sapos y culebras.
Vivo en un pueblo de la sierra. En tiempos fue ganadero y hay mucho borrico del pleistoceno que por desgracia no llegan a extinguirse del todo. Después de mi transformación el tipo me miraba como si no pudiera creerse lo que le estaba pasando, mientras me decía: “Señora cálmese. No es para tanto, era sólo una broma” Lo que me irritaba todavía más y probablemente entre alguno de mis gritos e insultos me saliera espuma por la boca. Es posible alguno de los espectadores que allí se encontraban me tachara de feminazi o algo peor.
Me viene a la memoria aquel suceso de una churrera de Linares, al parecer de Vox, que, durante la huelga feminista del año pasado, pintó ella misma con tiza en la persiana de su churrería la frase “cierra perra”; le pillaron las cámaras de seguridad de la tienda de enfrente y se enteró todo el pueblo.
Este tipo de personajes forman parte de la fauna de este país y el panorama no pinta bien con la irrupción de la ultraderecha. Pero hay quién dice que está de moda ser feminista. Que mola el color morado. Que vende mucho. Algo se me revuelve por dentro cuando algún papanata, hombre o mujer, esgrime que más que feminista, ante todo, defiende la igualdad. Y hasta se le escapa algún argumento vacío. Tengo la sensación de que se olvida de las mujeres asesinadas, 12 feminicidios van ya este año, pero también de su madre, de su hermana, de todas las mujeres. De las mujeres de ese mal llamado primer mundo y de las mujeres de los otros mundos. Latinoamérica, África, Asia, Oriente Medio.
Me gustaría hablar de explotación. Me gustaría gritar tan alto tan alto que nuestro grito se extendiera por todas partes. Que lo escucharan las cholitas bolivianas y las mujeres zulús de Sudáfrica. Que resonara en las regiones árticas donde las mujeres inuit se dejan los dientes para curtir las pieles. Que atravesara mares y océanos y se colara tras el burka de las mujeres afganas y que continuara para unirse al grito de dignidad de las mujeres kurdas de Rojava, al grito desesperado de las madres de Yemen o al de las mujeres rohingya en los campos de refugiados de Bangladesh.
Mejor hablar del “sistema”. Qué pobre señalar el machismo como argumento. Todo descansa en siglos de opresión, de explotación de las mujeres. Todo se instrumenta entorno una sociedad patriarcal de cánones establecidos e inamovibles. El capitalismo, el machismo… todo. En todas partes del mundo, una mujer cuida a los hij@s, a los ancianos, hace la comida, lava la ropa, sin que ni siquiera a todas estas duras tareas se las reconozca como trabajo. Sin derechos, sin reconocimiento, sin reparos. ¿Dónde se aprende desde los siglos de los siglos a explotar a la Humanidad? En el cuerpo de las mujeres. Sobre ellas se ha construido históricamente el aprendizaje de la explotación, del sometimiento. La Humanidad ha aprendido a explotar y a dejarse explotar porque en cada hogar, en cada chocita, hay una mujer que realiza todas las tareas que tienen que ver con los cuidados.
Tengo un compañero que cuando me desmando me canta el “Libre Te Quiero”. Esa canción de Amancio Prada y versos de nuestro querido Agustín García Calvo, que fue el hilo conductor de la maravillosa película de Basilio Martín Patino que recogía los primeros meses del 15M. Pero no basta con construir con educación y compromiso. Ni que estas prácticas de corresponsabilidad inunden nuestros hogares. No es suficiente. Porque son las multinacionales y los poderes fácticos quienes se lucran y benefician utilizando como base ese trabajo esclavo que solemos hacer las mujeres por todo lo ancho y largo de este mundo. No basta. Nosotras, las mujeres anarquistas, no queremos aprender a hacer la guerra, ya la sufrieron nuestras abuelas. No buscamos ni la ambición, ni el éxito. Queremos andar hacia una revolución anarcofeminista. Camino al horizonte. Porque el horizonte es horizontal y allí vive la utopía.
Elena siempre maravillosa….
A todos los que ven el feminismo como algo “cool”, como una “causa” que defender a lo Robin Hood, “liberales” de todo pelaje, a todos ellos les recomendaría la lectura de “El origen de la familia, la sociedad y el estado” de Friedrich Engels. Así podrán entender la relación entre machismo, estado y capitalismo. La revolución que nos salvará, que salvará a la Humanidad de la extinción será necesariamente feminista o no será.