El Congreso Nacional Africano (CNA) puso a prueba en las elecciones del 8 de mayo si aún representa a la mayoría de Sudáfrica tras 25 años de poder ininterrumpido. Gracias a los esfuerzos del actual presidente, Cyril Ramaphosa, salvó el escollo, aunque lo hizo con los peores resultados de su historia.

Con el 100 % del escrutinio electoral completado hoy, el antiguo movimiento de lucha contra el “apartheid” en el que militó Nelson Mandela se anotó un 57,5 % de los votos y queda, por primera vez, por debajo del 62 % en unos comicios generales.

La lectura de los resultados tiene un lado positivo y otro negativo: es cierto que el CNA retrocedió unos 12 puntos en una década, pero ha remontado en comparación con los comicios municipales de 2016, cuando su apoyo nacional cayó al 53,91 %.

A comienzos de 2018, cuando el entonces presidente, Jacob Zuma (2009-2018), aún lideraba una Sudáfrica desgastada por la plaga de la corrupción y al borde de entrar en recesión, muchos ponían en duda que el CNA fuera a quedar por arriba del 50 % en 2019.

Tales eran los escándalos que salpicaban a Zuma, que un CNA muy dividido le obligó a dimitir y Ramaphosa, entonces vicepresidente, tomó las riendas con la meta de mejorar las cosas lo suficiente para mantener el poder.

“Este 57-58 % se debe mayoritariamente a la popularidad de Ramaphosa y eso mejora significativamente su fortaleza dentro del partido. Para él, este es un resultado excelente”, contó a Efe el analista sudafricano Jakkie Cilliers, cofundador del Instituto de Estudios de Seguridad (ISS, por sus siglas en inglés).

En opinión de Cilliers, estos comicios han supuesto un giro hacia una “normalización” de la política sudafricana, que se aleja progresivamente de la lógica del voto sentimental a los movimientos de liberación, aún muy viva en tantos países de África subsahariana.

En ese escenario, el CNA pasaría a ocupar el centro-izquierda si mantiene la línea que propone Ramaphosa.

“Él tiene que tomar ahora la decisión de hacia dónde tiene que ir el CNA y puede sufrir al perder esa cobertura general que ha tenido desde los tiempos de Mandela. El CNA ha sido una iglesia muy amplia y ahora tiene que definir si apelar más al voto urbano o si se queda con el voto rural”, argumentó Cilliers.

El centro-derecha lo ocuparía la liberal Alianza Democrática (AD), tradicionalmente asociada al voto blanco, que en esta elección bajó hasta un 20,76 % de apoyo (1,5 puntos menos que en 2014).

Bajo el liderazgo de Mmusi Maimane (su primer líder de raza negra), la DA amplió sus miras hacia las clases medias urbanas negras, pero Ramaphosa ha ganado también atractivo para un sector blanco que le considera un buen líder y prefiere un CNA estable a uno debilitado que necesite del apoyo de la izquierda radical.

Tanto el CNA como la AD, sin embargo, perdieron votos hacia los extremos, encarnados en la izquierda populista de los Luchadores por la Libertad Económica (EFF, por sus siglas en inglés) y en el conservadurismo nacionalista afrikáner del Frente de la Libertad + (VF+, siglas en afrikáans).

Además, la participación electoral fue la menor de la democracia en unos comicios generales, solo del 65,99 %, prueba de que el desencanto con los partidos políticos -especialmente, entre las nuevas generaciones- hace mella en el país.

En el mandato que le aguarda a Ramaphosa para los próximos cinco años, los desafíos no son menores y, en gran medida, son problemas estructurales que no se pueden resolver con una varita mágica.

Sudáfrica es uno de los países más desiguales del mundo, según el Banco Mundial, herencia prevalente de los tiempos del “apartheid”.

La pobreza afecta a más de la mitad de la población, los servicios públicos son deficientes -desde la educación pública a la electricidad- y el desempleo es del 27 %, con especial incidencia entre la gente joven.

El avance en esos frentes pasa porque Ramaphosa mejore la confianza empresarial local y las inversiones extranjeras para impulsar el débil crecimiento económico (0,8 % en 2018).

Pero también pasa porque el presidente mantenga sus promesas de limpiar la lacra de la corrupción que corroe el aparato público en todos sus niveles, una lucha que implicaría hacer caer a no pocos pesos pesados del partido que ahora le rodean.

Otros retos son la reducción inminente del Gabinete -que ahora tiene 34 ministerios- y la reforma del sistema de propiedad de la tierra (aún mayoritariamente en manos blancas), fuente de fuertes tensiones raciales y muy dañina en los mercados.

Ramaphosa tiene sus manos atadas respecto a seguir adelante con una polémica reforma de la Constitución para incluir la opción de expropiación sin compensación, porque el CNA ya se ha comprometido. Pero cómo se aplicará -o no- es una incógnita.

“El Gobierno -vaticinó Cilliers- no se va a embarcar en expropiaciones sin compensación a gran escala. Si hace eso, es que nos hemos desviado del camino completamente”.

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