Por BENNOUNARUBIA en EsRacismo
Tras el reciente lanzamiento de la segunda temporada de Élite, una de las últimas ficciones de Netflix España, han sido muy diferentes los movimientos en redes que esta temporada en particular y la serie en general han suscitado.
Por un lado, los elogios propios a cualquier serie de Netflix, por otro, las críticas y los diferentes análisis a propósito de cómo ha decidido retratar a los cuerpos racializados y en particular la única familia árabomusulmana que en ella aparece.
En esta línea, encontramos diferentes activista que se han pronunciado al respecto, como es el caso de Fa, @fa_ctivist en Instagram, donde realiza un análisis mordaz desde la ironía sobre cómo “guionistas blancos hacen series para blancos” perpetuando así clichés racistas. Otra de las voces que nos hace reflexionar sobre Élite ha sido Fátima Tahiri. Pero, esta vez, desde un punto de vista más nostálgico en el que rescata un artículo que escribió de 2016 sobre la serie “el Príncipe” donde hace afirmaciones como la siguiente: “La mujer musulmana en la serie queda representada como una mujer sumisa al hombre, sin objetivos, ni inquietudes, con poca personalidad y oprimida por la religión que la coloca en una situación de desigualdad.”
A mí, personalmente, la necesidad de denunciar el racismo en esta serie me surgió al finalizarla ya que realmente me negaba a creer que la lucha diaria de tantos compañeros no haya calado en la sociedad, pero una vez más, estaba siendo demasiado optimista y una vez más, los guionistas caen en el racismo hasta límites insospechados. Desde mi perspectiva, aunque encontramos varios focos racistas en la serie, el punto de partida es la falta de interés por parte de los guionistas para documentarse.
Un guión descuidado en el que se reproducen todos los clichés que se puedan imaginar sobre una familia árabe y musulmana. Pero lo que realmente preocupa sobre estos guionistas es la falta de información, el desinterés y la falta de respeto.
Así, considero que el enfoque lingüístico de la serie es uno de los primeros temas a tratar. Es destacable cómo deciden que la familia Shanaa sea una supuesta familia palestina y sin embargo, ninguno de los integrantes hable el árabe de Palestina pero debido a que tres de los cuatro actores que conforman esta familia son marroquíes en la vida real, lo que hablan en la serie es darija (un dialecto marroquí). Mientras que el cuarto actor, Omar Ayuso, e integrante de esta ficcionada familia, ni siquiera es árabe, sino una persona blanca como señala Fa.
Además, los papeles de los padres de esta familia se enmarcan dentro de la construcción social del imaginario que se tiene de las familias racializadas, haciéndolo aún más evidente a través de la forma en la que hacen expresarse a los mismos, con un acento forzado que, supongo, para los guionistas de esta serie y para parte de la sociedad es el acento que todos los árabes tienen al llegar a España.
Así, y junto a lo señalado sobre Omar Ayuso, me llevan directamente al siguiente punto a analizar: la tendencia constante en España de contratar actores no racializados para interpretar personajes racializados unido al hecho de que cuando se produce contrataciones de personas racializadas se hace desde una estereotipación racista. Así en la serie encontramos a Omar Ayuso que interpreta a Omar Shanaa, otra decisión errónea por parte de la producción. Y un error que se repite sistemáticamente en la industria española, haciendo necesarios de esta forma proyectos como The Black View que lucha por la visibilidad de los actores afrodescendientes en España.
Un retrato que no solo perpetúa la imagen de las musulmanas desde una óptica occidentalista como sumisas, a su vez, representa a los hombres musulmanes desde una solo óptica posible, controladores e impositivos.
Por otro lado, otro tema muy tratado referente a la serie de Netflix ha sido la representatividad de la mujer musulmana en la serie, y lo que se da a entender por “feminismo islámico”.
Para poder comprender este punto, creo que es necesario contextualizar cómo se refleja a la mujer musulmana y cómo se trata el “feminismo” de la misma. En la serie nos encontramos con dos mujeres musulmanas, madre e hija de la familia Shanaa . Ambas con hijab y, como no podía ser de otra forma, representadas como sumisas. Ambas bajo el yugo de un hombre que es la autoridad y la persona a la que hay que someterse. Un retrato que no solo perpetúa la imagen de las musulmanas desde una óptica occidentalista que se aleja de la realidad diaria de las musulmanas en España y en la que la gran mayoría de estas no se sienten representadas. A su vez, representa a los hombres musulmanes desde una solo óptica posible, son controladores e impositivos. La madre, no tiene voz, solo en ocasiones contadas y para casos menores, si son decisiones importantes, esa responsabilidad queda delegada al padre. La hija, Nadia, cuenta con un papel protagonista dentro de la serie, pero como bien explica Fa en su análisis, este papel protagonista no es más que un lavado de cara, un mal intento de “inclusión” ya que muy pocas jóvenes musulmanas se podrían sentir identificadas o que su realidad sea la que se refleja en esta serie.
¿Por qué? ¿Cuáles son los motivos que alejan a Nadia de la realidad de una joven musulmana en España? Pues la respuesta rápida serían todos, pero este artículo lo que pretende es analizar de forma más detallada el racismo y la islamofobia de esta serie.
Para empezar, Nadia es la única racializada y pobre de esta ficción, como era de esperar, la única familia árabe que aparece no puede contar con el alto nivel de vida con el que cuentan el resto de sus compañeros de instituto sino que tienen que trabajar en la tienda de alimentación del pueblo. Fomentando de esta forma un estereotipo racial y de clase. Primer motivo con el que cualquier joven musulmana no se ha de sentir identificado, porque ¡sorpresa Netflix! No todos los árabes regentan tiendas de alimentación o fruterías.
Otro de los puntos en los que las mujeres musulmanas pueden tener desavenencias con Nadia, es en su relación con el hijab. Una relación que en los primeros capítulos de la serie parece estable, afianzada, y con la que la protagonista no tiene ninguna duda, hasta que la superioridad moral blanca le obliga a quitárselo para poder asistir a un colegio privado y esta acepta a escondidas, intentando dibujarlo como un acto de valentía e incluso de feminismo. Nada más lejos de la realidad. Además, el intento de perfilar a Nadia como una joven musulmana feminista va directamente vinculado a “liberarla” del pañuelo, hecho que se evidencia en la segunda temporada cuando para demostrar que esta chica es libre se va de fiesta, se quita el velo y se emborracha, vinculando así la libertad y el feminismo con los estándares occidentales sin dar lugar a otras formas y opciones de feminismo, consolidando el feminismo blanco como el único válido y dejando totalmente de lado la interseccionalidad del movimiento.
Y por supuesto, Nadia tenía que ser salvada por un príncipe blanco que la rescate de las garras del islam en las que se ve oprimida, porque como por todos es sabido, una mujer no puede ser libre e independiente de forma individual, y mucho menos una mujer musulmana ya que está siempre necesitará que se le explique cuáles son los valores reales de libertad y feminismo y, para Netflix, eso solo lo puede hacer un chico rico y blanco. Un príncipe azul (siempre blanco) que le recuerde que es una “mora infiel” y que por lo tanto necesita un caballero que la proteja. Personalmente, considero vergonzoso este tipo de comentarios y actitudes, no solo por los estereotipos que alimentan sino también por la posición en la que dejan a la mujer en general y a las musulmanas en particular, además considerando el público mayoritario de esta serie, un público adolescente, me parece peligroso estigmatizar de esta forma a toda una comunidad.
Los cuerpos no blancos, siguen siendo definidos por la industria cultural desde un prisma profundamente occidentalocéntrico
En definitiva, y aunque este análisis podría ser más exhaustivo, considero que en estas líneas han quedado reflejados los comportamientos más rancios de esta serie, que demuestran que la lucha antirracista es más vigente que nunca y que aunque pasen los años los cuerpos no blancos, siguen siendo definidos por la industria cultural desde un prisma profundamente occidentalocéntrico, encasillándolos en papeles ya establecidos que no los representan como iguales sino, como seres inferiores ya sea desde el punto de vista ético, moral, social o económico.
Sin lugar a duda lo más destacable desde un punto de vista negativo es la falta de respeto constante por parte de los creadores de la serie, y el desinterés por intentar reflejar de una forma realista la cotidianidad de toda una comunidad, la falta de preocupación y de responsabilidad que supone retratar de esa forma a un grupo social tan extenso. La necesidad de la industria a la hora de diferenciar entre un Nosotros que marca la norma de lo que hay que ser y un Ellos, en referencia a ese Otro, construido en la oposición a esa norma.
No cabe duda que esta serie es solo un ejemplo más del racismo que impera en en la industria cultural que conforma el imaginario social y contra el que el antirracismo lucha a diario, una lucha que nunca deja de estar vigente, una lucha que, incluso con todas las piedras que se nos ponen en el camino, no apaga su voz y cada día grita más fuerte.