El año 2024 vuelve a romper récords, y no precisamente en recortes de emisiones. Según el análisis del Carbon Budget Project, las emisiones de dióxido de carbono derivadas de la quema de petróleo, gas y carbón han alcanzado las 37,4 gigatoneladas, un aumento del 0,8% respecto al año anterior. Lejos de estabilizarse, la tendencia mundial en el uso de estos combustibles sigue subiendo, empujando al planeta hacia un futuro de catástrofes climáticas. La advertencia es clara: si no se reduce drásticamente el uso de estos recursos, los efectos del cambio climático serán devastadores.
En medio de esta crisis, la Cumbre del Clima (COP29), celebrada este año en Bakú, Azerbaiyán, deja en evidencia la contradicción de organizar estos encuentros en petroestados. El presidente azerí, Ilham Aliyev, considera el petróleo y el gas como “regalos de dios” y ha subrayado que su país no va a renunciar a ellos. Mientras tanto, el Acuerdo de Copenhague de 2009 –donde se reconocía la necesidad de recortes profundos para mantener el incremento de la temperatura global por debajo de 2°C– parece un pacto vacío. Hoy, con un aumento de casi 1,5 °C en el horizonte cercano, los líderes de estos países siguen priorizando los beneficios económicos del petróleo sobre la vida en el planeta.
Desde el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, se alertó en 2019 de que habíamos desperdiciado una “década perdida” en términos de reducción de emisiones. La única reducción temporal se dio en 2020, a raíz de la pandemia de COVID-19, cuando las restricciones paralizaron gran parte de la actividad económica. Sin embargo, el repunte en 2021 y los años siguientes confirmaron que la industria fósil no va a detenerse por sí sola. La única señal de cambio provino de una crisis global de salud y no de políticas efectivas contra el cambio climático.
Pierre Friedlingstein, del Instituto de Sistemas Globales de Exeter, ha sido tajante: “no hay señal de que se esté alcanzando el pico en el uso de combustibles fósiles”. Y no es el único que lo advierte. Científicas y científicos de todo el mundo insisten en que, si continuamos en esta trayectoria, en solo seis años habremos superado el límite de carbono que permitiría mantener el calentamiento en 1,5 °C. La inacción nos llevará a una espiral de desastres naturales, pérdida de biodiversidad y efectos irreversibles en los ecosistemas.
La proyección de emisiones de CO2 para 2024 es aterradora. Incluso sectores como la aviación internacional, que ya es responsable de un alto nivel de emisiones de petróleo, siguen creciendo sin que existan medidas eficaces para detener este incremento. En Europa y en Estados Unidos, se ha registrado una ligera disminución en la quema de carbón, pero esta caída es insignificante frente al aumento que registran países como China e India, cuyas economías y modelos de desarrollo siguen alimentándose de este recurso.
La supuesta transición a energías limpias también está siendo obstaculizada por un modelo capitalista que prioriza el crecimiento económico a cualquier coste. La industria de los combustibles fósiles sigue recibiendo subsidios y beneficios fiscales mientras que los sectores de energía renovable se ven limitados por la falta de inversión y políticas claras. Con este desequilibrio, la meta de neutralidad climática para 2050 parece una fantasía inalcanzable.
A medida que la temperatura del planeta aumenta, la capacidad de los sumideros naturales, como los bosques, el suelo y los océanos, para absorber el CO2 disminuye. Estos sumideros capturan actualmente hasta el 50% de las emisiones anuales de carbono, una capacidad que las tecnologías de captura industrial ni siquiera rozan. “No podemos sustituir con tecnología la capacidad de los sumideros naturales. No existe una infraestructura capaz de retener ni un 20% del CO2 que estos ecosistemas absorben”, advierte el investigador Pep Canadell del CSIRO.
Sin embargo, la deforestación, el deterioro de los océanos y la erosión del suelo continúan avanzando, impulsados por prácticas industriales que priorizan el beneficio inmediato sobre la sostenibilidad a largo plazo. En lugar de proteger estos ecosistemas, la maquinaria capitalista sigue destruyéndolos, agravando aún más el problema. Los compromisos de reforestación y conservación, planteados en muchas de las cumbres climáticas, se quedan en palabras vacías.
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