Una mayor consciencia sobre la importancia de llevar una dieta más saludable es uno de los hábitos que ha traído la pandemia de la Covid-19 y que se celebran. Así ha quedado plasmado en varios informes publicados tras la irrupción de la pandemia como por ejemplo el realizado por la empresa de análisis de mercados de consumo NPD que arrojó que el 63% de la población española demostró un mayor interés en “comer más sano” que antes de la pandemia. Otro informe, el Barómetro Food de Edenred, publicado a fines de 2021, concluía que tres de cada cuatro españoles son más conscientes de la importancia de seguir una dieta sana. Sin embargo, más allá de la voluntad, la pregunta es si los consumidores españoles cuentan con las herramientas necesarias para seguir una dieta saludable.

Durante mucho tiempo se ha hablado de la gran barrera de seguir una dieta saludable: el precio de los productos. Esto es particularmente preocupante en la actualidad debido a que el alza en los precios de los alimentos está influenciando directamente los hábitos de consumo de los españoles. Según los datos recientes publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), se ha registrado un incremento en el precio de los productos alimenticios de un 15,7% en tasa interanual. El encarecimiento de los alimentos está teniendo una grave repercusión en la dieta de los consumidores que están dejando de lado los productos frescos de sus cestas de la compra para darle lugar a productos con menos cualidades nutritivas.

La calidad de la alimentación de los españoles no solo está empeorando debido al incremento de los precios. Son varios los factores que inciden en la decisión de compra. Por ejemplo, se identifican factores sociales como la cultura, las tradiciones y patrones alimentarios. Otro determinante fundamental es el de la educación.

Diferentes estudios han demostrado que el nivel educativo tiene una influencia determinante en la elección de productos alimenticios. Uno de los más recientes es el realizado por expertos de la Universidad de Leeds en colaboración con la Oficina Regional de la Organización Mundial de la Salud para Europa en el que se han analizado datos sobre hábitos nutricionales de más de 27.334 consumidores de más de 12 países europeos. Una de las conclusiones de dicho informe es que la educación podría ayudar a contrarrestar los efectos negativos a largo plazo de la mala alimentación en la salud de la población.

Teniendo en cuenta lo anterior, es evidente que el foco debe estar puesto en educar a los consumidores. Sin embargo, esto incluye no solamente propiciar el acceso a la información sobre cada producto, sino también impulsar herramientas que ayuden a los consumidores a seguir una dieta saludable.

Reconocer malas elecciones alimenticias no es evidente. Y mucho menos hoy en día que existe una saturación de informaciones contradictorias sobre qué es saludable y qué no. Lo que es peor aún es la cantidad de información que circula en las redes sociales y no cuenta con ningún tipo de respaldo científico. Esto, sumado al intento constante de los fabricantes de hacer pasar sus productos malsanos como “saludables”, perjudica la capacidad de los consumidores de tomar decisiones saludables.

El principal problema es que muchas veces, los consumidores caen en malas elecciones alimentarias incluso sin darse cuenta de ello. Esto debido a que hay alimentos que a simple vista parecen saludables, pero que no lo son. Esto es el resultado de campañas de marketing y publicidad de los fabricantes que logran crear una percepción errada sobre sus productos.

Tomemos como ejemplo los cereales de desayuno. Un estudio reciente llevado a cabo por la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) para el que se analizaron más de 300 tipos de cereales, demuestra una inquietante presencia de altos niveles de sal en la mayoría de ellos. Lo que destaca la OCU es que los consumidores deben “mirar la etiqueta con lupa”, debido a que se pueden encontrar cereales que a priori parecen saludables debido a su calificación Nutri-Score A, B o C, pero que en verdad, cuentan con un elevado porcentaje de sal. He aquí el quid de la cuestión.

La clasificación NutriScore a la que hace referencia  la OCU, es la nota que llevan algunos productos que se comercializan en España. La adopción de este modelo de etiquetado nutricional fue un proyecto defendido inicialmente por el Ministerio de Consumo. Sin embargo, el proyecto quedó en el limbo una vez que se dio a conocer la verdadera cara de este modelo desarrollado en Francia. Las críticas cada vez más evidentes crearon una marcada división entre Consumo y otras carteras y finalmente al día de hoy, la adopción de este etiquetado parece haber quedado enterrada. Al menos, esto será así hasta que la Comisión Europea decida si seguirá o no persiguiendo el objetivo de adoptar un etiquetado nutricional frontal armonizado a nivel europeo. Aún no hay detalles sobre el proyecto, por el momento lo que se sabe es que la Comisión está evaluando diferentes sistemas, entre ellos el NutriScore, el Nutrinform Battery italiano y el KeyHole de los países nórdicos. Lo que sí está claro es que la Comisión no podrá hacer vista gorda a las numerosas críticas que recibe el etiquetado francés.

La plataforma SinAzúcar.org, que lleva tiempo advirtiendo sobre la presencia de azúcares escondidos y camuflados en los alimentos, ya ha dejado en claro que los consumidores “no deben fiarse del NutriScore”. A esta misma conclusión ha llegado la organización Justicia Alimentaria en su investigación ‘La gran mentira de Nutri-Score. Una herramienta al servicio de las grandes multinacionales de la alimentación procesada’. La investigación denuncia que el sistema de etiquetado nutricional NutriScore “permite esconder muchos alimentos altos en azúcar, grasa y/o sal como saludables”.

Para Justicia Alimentaria, “el sistema de clasificación Nutri-Score no es un debate más. Es “El Debate”. Según se lee en su investigación, de aprobarse este sistema “se va a enterrar durante los próximos años la posibilidad real de mejorar la salud de la población”. Algo que debe evitarse a toda costa.

Educar a los consumidores se ha convertido en un desafío en sí mismo ya que, como ha quedado demostrado, no es solo cuestión de brindarles herramientas, sino también de instruirlos para que sorteen las trabas que ponen aquellos que buscan dificultar el acceso a la información nutricional. La moraleja que dejan los fallidos intentos de adoptar sistemas como el NutriScore es que ningún sistema que sea promocionado por los pesos pesados de la industria, será transparente. Por ende, se requieren herramientas aprobadas por la comunidad científica independiente para fomentar hábitos de consumo saludables.

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