Hombres enmascarados con fusiles de asalto, lanzacohetes y vídeos de combatientes abatidos llenaban las redes sociales y medios de comunicación ayer a mediodía. Líbano volvía a vivir los efectos del brazo armado de Hizbulá que se oponía a que el juez que actualmente está investigando la explosión del puerto de Beirut prosiguiera.

Todo comienza cuando el pasado cuatro de agosto se producía una explosión en el puerto de Beirut que dejaba 205 muertos, a miles de ciudadanos sin casa y una ciudad completamente destrozada que todavía, a día de hoy, no se ha recuperado de sus efectos. La investigación de lo ocurrido sigue ocupando titulares en el país por su tardanza y falta de transparencia mientras ayer veíamos el descontento de Amal y Hizbulá traducido en violencia porque existe la posibilidad de que cientos de ciudadanos libaneses vean parte de sus heridas sanadas cuando se haga justicia. El dibujo que deja la capital libanesa entre balas, heridos y explosiones es claro: o calma sin justicia o lo contrario. Mientras, los ciudadanos ahogados por una de las mayores inflaciones que sufre un país hasta la fecha, un IPC disparado en el 137% o el 80% de la población bajo el umbral de pobreza, según la ONU, cada vez tienen más problemas para conseguir lo básico: comida, agua, medicamentos, electricidad o gasolina.
La contienda comienza con una manifestación convocada por Hizbulá junto a su aliado Amal pidiendo la marcha del juez que investiga la explosión del puerto porque, dicen, está demasiado politizado. Tarek Bitar es el protagonista y la causa del enfado de quienes hoy iban a protestar frente al palacio de la justicia. Dirige la investigación de la explosión del puerto y ha pedido la detención de algunos cargos cercanos a Hizbulá y Amal, los cuales llevan ya tiempo pidiendo su dimisión por estas mismas razones. La fractura en el país en torno a Hizbulá es cada vez mayor y el respaldo con el que cuenta se ve, cada vez más, reducido con los episodios como los de hoy. No obstante, el enfrentamiento ha empezado cuando francotiradores han disparado contra los manifestantes e, inmediatamente, hombres enmascarados con fusiles de asalto y RPG del bando de los manifestantes han comenzado a disparar de vuelta. Este episodio deja un balance de seis muertos y treinta y dos heridos. Entretanto, las evacuaciones de los civiles de alrededor se daban para evitar el combate que duraría unas cuatro horas y se pondría fin con una tregua no pactada.
Algunas de las fotos que nos deja la jornada de ayer son de civiles recorriendo las calles tratando de huir de los disparos y las bombas, entre las que vemos también cómo niños se refugiaban en sus colegios con miedo de lo que en ese momento sucedía.

A todo ello hay una respuesta de la sociedad civil que nada tiene que ver con los enfrentamientos entre la formación cristiana Fuerzas Libanesas, que son los principales acusados de comenzar el tiroteo de ayer y todavía no han respondido a dichas acusaciones, y Hizbulá y Amal. La población, harta de la enorme escalada de violencia que ha sufrido el país desde el comienzo de la crisis que atraviesa, se opone frontalmente a cualquier tipo de pensamiento belicista que pudiera pasar por las cabezas de los dirigentes de los grupos que ayer se enfrentaron. Si bien es cierto, todo interviniente en el conflicto llamó a la calma y al cese de la violencia desde su inicio y las menciones a una guerra civil fueron mínimas entre todo un país que desea evitar los episodios ocurridos hace tres décadas.
Líbano se desmorona ante una crisis de carácter multidimensional que asola a todos sus ciudadanos. La falta de electricidad, medicamentos, gasolina y comida entre quienes sufren una pérdida de poder adquisitivo por la alta inflación del país deja un frágil escenario para sus ciudadanos que ven la migración como única solución. La diáspora libanesa cada vez crece más por culpa de un país incapaz de hacer frente a su crisis sin llegar a hipotecarlo.
Por otra parte, Estados Unidos, frente a la violencia en las calles de la capital, calificaba lo ocurrido como inaceptable mientras también anunciaba nuevos fondos para el ejército libanés.
Es canallesco que se le dispare a unos pacíficos manifestantes, hombres enmascarados con fusiles de asalto, lanzacohetes y otras armas —(mujeres, ¡no, por favor!)—, que lo único que exigen, repito: pacíficamente, es que no se les investigue por la explosión provocada por los explosivos que ellos almacenaban en plena ciudad, junto a viviendas, escuelas, comercios…