El último barómetro del CIS (18 de noviembre) confirma la más que posible entrada de la formación de extrema derecha VOX en el Parlament de Catalunya. La fecha, fijada para el próximo 14 de febrero, genera dudas por lo que a la evolución de la pandemia se refiere. No obstante, un posible retraso de unas semanas o incluso meses, no debería cambiar esencialmente esa perspectiva.
Analicemos el porqué
De entrada, la polarización nacionalista a la que nos habíamos acostumbrado desde los perturbadores estragos de la crisis de 2008 se verá afectada, muy probablemente, por las reiteradas discrepancias entre los socios de gobierno, ERC y la derecha post-convergente, que han terminado por nublar la vista de los votantes afines y, en definitiva, cansarlos y decepcionarlos por la evidente incapacidad de mantener un frente sólido por la independencia. A ello se suma la reciente ruptura en el mismo seno de la derecha independentista entre Puigdemontistas i partidarios de nuevas estrategias, que para otros tantos ha resultado en mayor decepción aún, y que parece apuntar a una desmovilización de este sector que debilitaría, aún más, el bloque independentista.
Por otro lado, también se desprende de la encuesta del CIS que la derecha unionista sigue perdiendo fuelle. No tanto el PP, que cuenta con un electorado reducido pero fiel, como Ciudadanos, que ha decepcionado al suyo por la falta de resultados y, seguramente, también por una falta de capacidad de convencimiento a la hora de explicar cómo y por qué se apartaba de sus primeros postulados de cariz socialdemócrata y se iba posicionando con rapidez hacia la derecha, incluso a veces adoptando posiciones extremas.
Una palabra que resuena: decepción
Los ascensos de las extremas derechas, tradicionalmente, se han debido, en mayor o menor medida, a la decepción. Las mentiras, la falta de respuestas, la excesiva distancia entre las clases políticas y sus (presuntos) representados así como la incapacidad para ofrecer soluciones a situaciones que atañen directamente a la población (crisis económicas, de valores, el paro, la precariedad laboral, la falta de vivienda…) han favorecido periódicamente el renacer de este ave fénix que, desde que nació, mantiene siempre una brizna candente en su corazón perverso.
Otra palabra: nacionalismo
Las modernas extremas derechas surgidas, básicamente, en Europa y América, difieren en matices más o menos importantes. Esto es debido a su voluntad de adaptabilidad. No es lo mismo imponerse social y políticamente en Brasil que en Hungría, son dos sociedades distintas con problemas distintos; pero no hay que olvidar que el objetivo es gobernar en todas partes, y las bases ideológicas de las extremas derechas son simples, tan fáciles de transmitir, como de entender y seguir. Y en esa adaptabilidad sólo hay un rasgo que se repite en todos los casos: el (ultra)nacionalismo, que sistemáticamente se ofrece como punto de apoyo grupal, como seña de identidad inamovible y a la que una gran masa azotada por vicisitudes está fácilmente dispuesta a responder. Identidad, sentimiento de pérdida e irracionalidad: cóctel arrasador que lleva a confiar en este tipo de corrientes políticas sin plantearse mucho más; el atractivo de la contundencia y la inmediatez. Consideremos que este nacionalismo es el palo mayor de cualquier partido de extrema derecha, como también lo es para los independentistas catalanes. Son dos nacionalismos con intereses enfrentados, por lo que no es difícil inferir que la entrada de VOX calentará la arena del Parlament. Los de extrema derecha no presumen, precisamente, de capacidad de diálogo ni de un estilo moderado: esto es premeditado, y un valor añadido para los suyos; y una de sus herramientas dialécticas favoritas es la provocación. Faltará ver si los independentistas serán capaces de soportarlo porque, en caso contrario, los debates sobre el tema se harán tan estériles e interminables como pírricos; y todo ello, en círculo vicioso, seguirá decepcionando, por supuesto, a la ciudadanía.
Por último, y no sin pesar, aunque el análisis así lo desvela, conviene advertir de que la presencia de la extrema derecha en el Parlament, puede alentar la proliferación de facciones ultras en la calle, grupos que boicotearán manifestaciones, que provocarán disturbios, que generarán sensación de inseguridad, normalmente formados por jóvenes sin trabajo ni perspectivas, desheredados sociales que sólo habrán vivido crisis. No es tremendismo ni pesimismo: ya ha pasado en varias ocasiones y está escrito, ahora tan sólo se trata de una advertencia al hilo de la historia.
Afortunadamente está todo por decidir, y es mucha la gente que tras la decepción, y a pesar de ella, opta por mantener y mejorar este estado del bienestar que tantas luchas ha costado: la sanidad y la enseñanza públicas y gratuitas, la cultura, la justicia social y una transición energética radical son piedras de toque para los que miran -miramos- adelante, y este futuro anhelado moviliza muchas fuerzas, y las moviliza desde abajo. Y eso no está ligado al nacionalismo, no depende del país en que se defiende, sino de quién lo defiende.
Los conflictos territoriales no son soluciones: son problemas. Y las grandes soluciones nunca se han encontrado a gritos.