Miro por la ventana y veo casas de plástico recubiertas con lonas que tienen el logo de ACNUR estampado en su exterior, a niños jugar y, a su lado, un barrio lleno de mansiones con coches de lujo aparcados frente a sus puertas. Estoy en Líbano y, aunque ya haya pasado más de medio año visitando los asentamientos de refugiados sirios del país, no dejo de acostumbrarme a la desigualdad tan marcada que se ve en todo su territorio.

Mientras estoy parado en uno de los pocos semáforos que he visto en estos últimos meses se acerca un niño, de unos ocho años aproximadamente, a pedirme dinero. Se encarama la puerta del coche e insiste durante unos segundos hasta que el semáforo se pone en verde o los coches que están delante mí se lo saltan y tengo que avanzar por los continuos pitos de los que tengo detrás.

La inflación de la moneda libanesa y la falta de alimentos o productos básicos ha producido un aumento de la pobreza afectando a casi el 80% de la población, forzando a muchas familias a poner a sus hijos a trabajar mendigando. Líbano, siendo el país que tiene más refugiados per cápita del mundo, ha de lidiar ahora con una crisis de carácter multidimensional que afecta, principalmente, a aquellas familias con rentas más bajas, entre las que se encuentran la gran mayoría de personas refugiadas.

Los asientos informales en los que viven los cientos de miles de refugiados sirios están distribuidos por todo el país porque el Estado no los administra, como sí hace Jordania. Estos pueden tener desde unas pocas familias hasta cientos, con un hombre supuestamente elegido por el resto que actúa de jefe entre quienes viven en el asentamiento y al que denominan «shawish». La situación en la que están las familias refugiadas es muy distinta a la que podemos encontrar en aquellos que viajan hacia Europa. El paso por la ruta balcánica o por los países del Este implica un movimiento continuo, un equipaje ligero que se basa, principalmente, en la supervivencia. Podríamos pensar, a priori, que después de haber pasado más de diez años establecidos en el mismo país sin poder volver al propio, las condiciones de vida en las que se encontrarían estarían, como mínimo, dentro del marco del respeto de los derechos fundamentales que cualquier persona merece. Nada más lejos de la realidad, cualquiera que haya visitado los asentamientos se encuentra con que el paso del tiempo y su noción nada tienen que ver con el contexto en el que vivimos el resto. La falta de esperanza e impotencia existente entre las familias es lo que guía las conversaciones, junto a que sus necesidades más básicas llevan años sin cubrirse.

Hace años, antes de que el país se sumiera en su mayor crisis hasta la fecha, los anhelos y peticiones entre los asentamientos seguían siendo los mismos, como es lógico. Querer una casa, moverse libremente entre países o pagar la educación de sus hijos era y es lo más común entre los sueños de quienes llevan una década en Líbano sin poder retornar a Siria. Además, las restricciones impuestas por el gobierno —que van desde trabajar en unos pocos sectores hasta la prohibición de la construcción de viviendas para evitar una estancia duradera en el país como pasó con los refugiados palestinos— limitan y dibujan, a través de sus imposiciones, la vida en los asentamientos.

Hace dos semanas, una mujer de alrededor de 25 años relataba: «vivimos de lo que nos da la gente que se encuentra en la misma situación que nosotros», poniendo de manifiesto la importancia de las comunidades de ayuda creadas por la desesperación y el hambre. Hay muchas casas que no ingresan un solo euro y dependen estrictamente de las redes de ayuda que se desarrollan entre familiares y amigos para aliviar el dolor. Además, algo que se echa en falta dentro de los asentamientos y que tiene especial relevancia en la situación en la que estas familias se encuentran es la presencia de los actores humanitarios provenientes de la UE o Naciones Unidas, organismos que esconden una responsabilidad directa en lo que sucede en esta parte del mundo.

Poner el foco únicamente en las políticas que Líbano desarrolla respecto a los refugiados es dejar de lado los actores intervinientes en la zona que han dado como resultado una crisis humanitaria de dimensiones abrumadoras.

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