Un joven fotógrafo que vuelve a la Ciudad de México para pasar el invierno con su familia. Un arquitecto ―su hermano― que quiere construir un hotel en la playa virgen donde sus padres vivieron en una comuna. Una nihilista ―su hermana― que intenta destruirle la vida a la gente a su alrededor por diversión. Unos exhippies ―sus padres― que hace mucho traicionaron sus ideales de juventud. Un manuscrito incisivo cuya gestación condujo al suicidio de un escritor. Y un misterioso grupo de revolucionarios decididos a cambiar la sociedad mexicana a cualquier precio.
Esta es la premisa de la última novela del autor Laury Leite, La gran demencia (Huso Editorial, 2020), que presenta un retrato de la contracultura de los años 60 y 80 del siglo pasado frente a una sociedad enfocada en conseguir un estatus diferencial. Leite se ha prestado a responder a nuestras preguntas:
En el prólogo de La gran demencia, Edgar Borges la cataloga como “una novela subversiva “. ¿Qué subvierte esta novela en el lector?
Sobre todo, me gustaría que subvirtiera nuestras fantasías colectivas, esa ilusión tan corriente de que el orden del mundo actual es el orden natural del mundo. Siento que el sistema actual logró camuflarse en una especie de consecuencia natural dentro de la evolución de nuestra civilización, de que hubo una mutación de una corriente ideológica manifiesta hacia una suerte de no ideología, o ideología camuflada. Esto provocó que el nuevo orden del mundo se asimilara en el imaginario colectivo como el “orden natural del mundo”. Pero toda ideología no es sino la creación de un mundo ilusorio dentro del mundo real, y las ideologías construyen un mundo dentro del mundo con el objetivo de poner en práctica su sistema de valores y creencias. En este sentido, pretender que el orden del mundo actual carece de ideología y es “natural” equivale a pensar que una película de Disney es el mundo real. Con la novela quería subvertir esa fantasía colectiva.
¿Qué necesidad le llevó a escribir esta historia?
La toma de conciencia de que soy un sujeto histórico, de que mis pensamientos, mis anhelos, mis frustraciones y mi sistema de valores son productos del movimiento de la historia. Quería narrar la vida privada de una familia que cayó en la trampa que les tendió la historia colectiva. Como suele suceder, también escribí porque me surgían preguntas. Una de las preguntas que articuló la construcción de esta novela en particular es por qué tiene sentido ocupar el tiempo en la creación de una obra de arte en vez de salir a la calle e intentar reconstruir la sociedad con nuestras propias manos. Quería indagar más a fondo en el problema del potencial subversivo del arte. Me preguntaba por qué hay seres humanos que abandonan por momentos ciertos principios fundamentales de la naturaleza, como el instinto de autoconservación, y se entregan al delirio de darle forma a su visión del mundo, una visión del mundo que a su vez les revela a los miembros de la comunidad rasgos de su comportamiento que ignoraban o que no querían ver. Quería explorar el papel de ese testigo indeseado que es el artista y preguntarme por el tipo de conocimiento que crea el arte.
¿En qué sentido existe “una gran demencia “en el mundo?
No sería exagerado afirmar que el ser humano es una equivocación de la naturaleza. Si Dios existiera, sería un loco en un universo paralelo soñando la humanidad. Somos, entonces, una gran demencia, el sueño de un loco, la horrible pesadilla de un lunático. La gran demencia somos nosotros.
En su anterior novela ya usted planteaba el tema de la soledad del individuo en la mundialización. ¿Es su gran inquietud?
Para mí la soledad es fundamental en muchos sentidos, algunos positivos y otros negativos, claro. Cuando es elegida, la soledad es una fuente de placer, una manera de apagar el ruido del mundo por unos instantes. El problema viene cuando las personas no eligen estar solas y terminan completamente aisladas, con ansiedad y depresión. Esto se ve mucho en las sociedades más desarrolladas. En el caso de la familia de mi novela, creo que han ido perdiendo la capacidad de relacionarse entre sí, son como islas que están juntas pero no hay puentes que las unan. Diría que sí, me interesa la soledad como fenómeno existencial. Es curioso. Mientras intento responder a esta pregunta, me distrae la soledad de la multitud encerrada frente a pantallas en los bloques de cemento que veo por mi ventana. Quizá no haya una forma más extrema de la soledad que la pantalla de una computadora o un teléfono celular.

Desde su mirada crítica, ¿qué piensa de la realidad que traerá la pandemia en el orden mundial?
No tengo ni idea. Hay fenómenos que van a permanecer, supongo, como las mascarillas cuando la gente tenga gripe o el trabajo telemático. Al inicio mucha gente decía que el sistema iba a cambiar y que el virus traería consigo el fin del capitalismo, el paraíso en la tierra, etcétera. Me asombra la ceguera y la ingenuidad de tanta gente. No quiero ser un aguafiestas, pero debo aclarar que un mes después de que iniciaron los confinamientos en Occidente, Jeff Bezos ya había ganado $24 billones de dólares. Solo expongo este dato para hacernos una idea de lo que estaba pasando mientras tantas personas intercambiaban artículos sobre el fin del capitalismo. Espero, eso sí, que el virus traiga reflexiones profundas sobre el tipo de sociedad que queremos construir, ideas sobre el mundo en el que queremos vivir.
¿Hay salidas para el individuo?
Creo que cualquiera que haya vivido en este mundo más de treinta años sabe que la vida es una trampa. Las salidas no son más que ilusiones, juegos de espejos. Aun así diría que leer y escribir, si bien no son una salida, sí son grandes formas de ocupar el tiempo. Quizá la gracia esté en soñar y resistir, pese a todo, en no abandonar. Estamos siempre entre el infierno y el paraíso. Como dice Giorgio Agamben: “En nuestro mundo el paraíso y el infierno están en el mismo lugar, separados solos por un breve instante, el cual no siempre podemos percibir”.
¿El arte es una salida para Laury Leite?
Para mí el arte en realidad es como una prótesis. Me explico. Roberto Calasso sostiene en un libro que el pensamiento, las ideas y el conocimiento son como prótesis. Es decir, son aparatos que se le superponen a la propia mente para poner el mundo en orden. Siguiendo la estela de su definición, la pluma con la que escribo, la computadora, las ideas y la imaginación son las prótesis que utilizo para relacionarme con el mundo. No soy capaz de vivir sin el arte. Pero es cierto que el arte también puede ser una salida en el sentido que te permite contemplar las cosas a través de la mirada ajena. Es un gesto empático aproximarse a una obra de arte creada por alguien más. Según yo, junto con el amor, el arte es la forma más especial de conocimiento.
Adrián M. Navarro – Contrainformación