Carmelo Suárez. Secretario General del PCPE
La pandemia del Covid-19, declarada por la OMS, está poniendo de manifiesto factores políticos y sociales de la mayor trascendencia. Una situación, en muchos aspectos nueva, exige fijar posiciones desde los postulados más rigurosos del socialismo científico
Una vez más, el sufrimiento de la clase obrera y de los sectores populares es la consecuencia inmediata de los acontecimientos que se desarrollan dentro de la sociedad de clases. El coronavirus afecta de una forma más directa a quienes carecen de una vivienda adecuada, de recursos sanitarios o de una alimentación suficiente. Los países bloqueados, o atacados militarmente, por el imperialismo enfrentan dificultades aún superiores, incluso cuando sus sistemas sociales son más avanzados. Aun así el imperialismo es incapaz de levantar esos bloqueos, y declarar un alto el fuego generalizado.
En una situación tan extrema sería una tragedia mayor caer en el engaño de la demagogia de la decadente clase dominante.
¡Es el capitalismo, estúpido! Esta expresión, ampliamente popularizada, resume la realidad de lo que nos está tocando vivir.

Un sistema con fachada de cartón
En el caso de España, la quiebra de todos los sistemas de atención al pueblo expresa el expolio privatizador de las últimas décadas, con gobiernos de PP o de PSOE, o con gobiernos de las burguesías correspondientes en cada Autonomía.
El personal sanitario está supliendo las carencias de todo el sistema, con su compromiso personal. Trabajan sin medidas de protección, y con una sobrecarga brutal. Cuando los protocolos sanitarios empiezan a hacer una selección negativa, privando a los más débiles de atención para salvar a los más fuertes, se manifiesta la decadencia de un sistema social capaz de aplicar tal darwinismo social. La pobreza de la clase obrera sale a la superficie con la gran cantidad de familias que, en pocas semanas, ya no pueden cubrir ni tan siquiera sus necesidades alimentarias.
A lo que es una Emergencia Sanitaria, el Gobierno ha respondido con la declaración de un Estado de Alarma, que automáticamente se usa como coartada para sacar el Ejército a la calle. Ese recurso al Ejército expresa también un aspecto más del fracasado sistema capitalista español, así como la clara naturaleza de clase del Estado.
Faltan mascarillas, geles, trajes integrales, respiradores, camas hospitalarias, pero el Gobierno de coalición socialdemócrata PSOE-UP no se plantea suspender de forma inmediata todo el gasto militar, y no abonar las facturas de sus compromisos de compra de armamentos, para destinar ese dinero al gasto sanitario. Que debería ser una decisión inmediata.
Una gestión caótica
La ausencia de una concepción de protección social, concebida a la medida de las exigencias del desarrollo poblacional y de la interconectividad de la actividad humana hoy, ha llevado a la inexistencia de cualquier plan de gestión de esta emergencia. La UE, como máxima representación de los monopolios y del capital financiero, ha decretado el “sálvese quien pueda”. La situación es caótica, especialmente allá donde los focos infecciosos han sido más intensos. No existe ninguna solidaridad europea. Puro mito.
En España, no solo no se adquirió el material necesario con antelación, sino que se renunció a implementar cualquier estrategia de detección de focos y de seguimiento de las cadenas de infección. Cuestiones éstas fundamentales para saber dónde intervenir y colocar los recursos adecuadamente, para confinar los focos infecciosos. El Gobierno ha estado dando palos de ciego en un cuarto oscuro. Ahora trata de corregir en algo.
Ello no es expresión solo de las limitaciones de quienes dirigen las distintas áreas del Gobierno, y de este mismo Gobierno como tal. Sino que, en lo fundamental, es expresión del agotamiento de un sistema político que ya está en clara contradicción con el enorme desarrollo de las fuerzas productivas. Ese desarrollo gigantesco de las fuerzas productivas, generado en el interior del mismo sistema capitalista, ha llevado, en todas las actividades humanas, a una civilización más interconectada y más masiva. Por ello son necesarias nuevas estructuras sociales ajustadas a esta realidad. El agotado sistema capitalista, organizado sobre la base de la explotación y de la acumulación privadas, ya es inútil para dar respuestas a las nuevas necesidades sociales que exige el presente momento histórico.
Siempre, tajada para el capital
Como parte de este panorama desolador, el capital siempre aprovecha para sacar tajada, incluso en esta situación de emergencia tan extrema y de sufrimiento generalizado.
Subida de precios y acaparamiento, tanto en recursos farmacéuticos, cómo mascarillas o cualquier otro suministro necesario. Despidos, ERTES, incluso en el sistema público. Especialmente sangrante el testimonio de una enfermera despedida por contraer el Covid.-19
La clase obrera obligada a seguir produciendo sin importar su salud. ¿Qué interés puede tener seguir fabricando vehículos Mercedes o armamento militar en esta situación? Obreras y obreros transportados de forma masiva a sus puestos de trabajo jugándose la salud y la vida.
El acuerdo del Gobierno que ordenó paralizar la producción no esencial, tomado de forma tardía y parcial, añadió 14 días más a la extensión de la pandemia. Con el cínico término de “permiso retribuido recuperable”, se anuncia la paralización hasta el 8 de abril de una parte de los sectores no esenciales (pero no de todos ellos: siguen activos servicios como la hostelería a domicilio, el comercio por internet, autónomos en general, etc…), lo que constituye una pirueta para que la clase obrera devuelva, posteriormente, a la patronal hasta la última hora de la jornada paralizada transitoriamente; la misma patronal que se apropia de la gran mayoría de los 200.000 millones € en ayudas. Este Gobierno es incapaz de ir más allá de lo que ordena el capital.
Ello es más grave en el caso del colectivo de trabajadores de la salud, que han pedido se habiliten alojamientos especiales para no regresar a casa con el riesgo de transmisión de infección. Ello en pocos casos se ha conseguido.
Pruebas incontestables de una sociedad regida por los intereses más insolidarios, egoístas y miserables, que es imposible sostener por más tiempo.
No a las teorías conspirativas
Constituye un grave error recurrir a interpretar esta coyuntura histórica con teorías conspirativas.
Las teorías conspirativas son una forma de ocultar la lucha de clases. Hacen creer que el capitalismo lo controla todo, y que puede decidir cualquier cosa sobre nuestras vidas. Es cierto que los grandes capitalistas, sus Estados, sus aparatos represivos, tienen un inmenso poder en esta situación de dictadura del capital, pero desde las posiciones revolucionarias no es posible caer en un determinismo inmovilizador.
El capital querría controlarlo todo, pero no lo puede controlar todo. Las contradicciones antagónicas internas son irresolubles, y se desarrollan, aunque el capital pretenda evitarlo. Este es un principio científico, sin el cual es imposible avanzar en ningún proyecto revolucionario. Por eso el capitalismo se ve en la obligación de tratar de reprimir el imparable desarrollo de las fuerzas productivas, porque ese desarrollo es un factor de la agudización de su crisis estructural.
La intervención en esas contradicciones internas, aplicando los principios materialistas, las categorías del marxismo-leninismo, es lo que nos permite una gran fortaleza frente al capital, y la posibilidad real de derrotarlo. Ello unido a una rigurosa y audaz intervención política en las masas.
Agotamiento del capitalismo
Así, lo que estamos viviendo es la expresión más agudizada del agotamiento histórico del sistema capitalista-imperialista. El altísimo desarrollo de las fuerzas productivas está exigiendo unas nuevas relaciones de producción adecuadas a este desarrollo, pero la actual clase hegemónica –la burguesía- se resiste de la forma que puede, con mucha violencia.
La economía planificada, la organización de la sociedad con la preeminencia de la democracia popular, la distribución de la riqueza a toda la sociedad que la produce, la solidaridad entre los pueblos, el final de los bloqueos, las guerras y los expolios, la liberación de las mujeres, el equilibrio con la naturaleza, son características de la nueva sociedad que es urgente construir. Para aprovechar todas las capacidades de esas muy desarrolladas fuerzas productivas y para dar solución a las grandes demandas sociales y evitar el sufrimiento masivo al que nos condena hoy el capitalismo.
La formación capitalista-imperialista, determinada férreamente por los intereses de los grandes monopolios y el capital financiero, carece de los mecanismos para responder a las actuales condiciones sociales concretas. Más exactamente, sus mecanismos van justo en la dirección contraria, y son un obstáculo.
La actual destrucción de las condiciones de vida en el planeta, y la generalización de las guerras imperialistas también demuestran esta afirmación.
Marx, en su Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, afirmaba que cuando ya el desarrollo de las fuerzas productivas entra en irreconciliable contradicción con las relaciones de producción ha llegado el momento de la crisis revolucionaria, y de la revolución social.
Lo estamos viendo ante nuestros ojos.
La superioridad del socialismo
En esta tensionada situación internacional está brillando con luz propia la superioridad del proyecto socialista sobre el agotado sistema capitalista.
Por un lado la capacidad de China para gestionar el primer estallido de la epidemia, sus métodos, sus recursos materiales, sus respuestas comprometidas con las necesidades del pueblo, sus aplicaciones tecnológicas de vanguardia a la gestión, con aplicación de inteligencia artificial y Big Data, que han sido determinantes para limitar con eficacia los daños, todo ello unido a la fuerte conciencia colectiva del pueblo, han demostrado la superioridad de ese sistema político para responder a las exigencias del momento.
Y por otro la Cuba revolucionaria internacionalista, acudiendo allá donde puede ayudar con sus capacidades humanas y con su avanzada tecnología farmacéutica. Incluso, como en el caso de Italia, ayudando a un país que participa en la UE como cómplice del bloqueo yanki a la revolución cubana.
El socialismo empuja, es la respuesta que los tiempos exigen, hay que abrir los ojos y las mentes para verlo.
La propuesta obrera y de las masas populares
Se está diciendo, desde muchas fuentes de opinión, que el mundo no será igual después de esto.
Pero que ese mundo sea mejor, y no peor, depende de la capacidad de iniciativa de las fuerzas obreras y populares. La burguesía intentará adaptar sus mecanismos de dominación a las nuevas condiciones para mantener su ventaja. Las fuerzas obreras y populares, organizadas en su acción emancipadora, han de realizar su intervención política sobre un programa táctico concreto sin perder de vista la estrategia de la sociedad socialista.
Llegado el momento es necesario salir de este confinamiento exigiendo responsabilidades por el sufrimiento del pueblo, y organizando la lucha por el poder obrero y la sociedad socialista, con el protagonismo de las masas obreras y populares en una amplia, y unitaria, alianza social transformadora.
Carmelo Suárez C. Secretario General del PCPE