Por Arjuna

Decía Hannah Arendt en su ensayo “Los Papeles del Pentágono” que existía la hipótesis -nada descartable- de que Estados Unidos arrojó la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki (cuando ya la guerra estaba ganada), con el único objetivo de atemorizar a la URSS y dejar claro, ante la opinión pública internacional, quien era el amo del mundo.

Esta obsesión por “poner de rodillas a los comunistas ateos” y consolidar su hegemonía planetaria, llevó a EEUU a financiar y armar hasta los dientes a Osama Bin Laden y a su ejército de 35.000 muhaidines (guerrilleros santos) que combatían, entre 1979-1989, a las tropas de la URSS que apoyaban al Gobierno prosoviético del Partido Democrático Popular de Afganistán.

Ronald Reagan (1981-1989) llamaba a Bin Laden y a sus secuaces “luchadores por la libertad”. Cuando las tropas soviéticas abandonaron Afganistán -ya a punto de desmoronarse la URSS- EEUU y el líder de Al Qaeda celebraron por lo alto “la derrota del diablo rojo”. Tras la instalación de un gobierno islamista en Kabul, se demostró la gran visión de futuro de la CIA, el Pentágono y la Casa Blanca, cuando “sus hijos, los luchadores por la libertad, cometieron el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York”. En Irak se repitió la historia interminable, el Imperio derrocó a Sadam Hussein y apoyó a grupos islamistas que luchaban contra “el dictador”. Luego, éstos últimos y los seguidores de Al Qaeda, fundaron el Estado Islámico (EI). Ese fue el regalito que dejó a Europa “la nefasta política” de EEUU en Oriente Medio y en el Mare Nostrum, convertido hoy en un mar de sangre.

La última gamberrada de Estados Unidos ha sido atacar Siria, aliada de Rusia, para demostrar de nuevo (lo de las armas químicas es una burda excusa) que USA es, muy por encima de todos,  el “Master and Commander” de este planeta de destino incierto que se rige por la ley del dinero, el adagio del palo y la zanahoria y la razón del más fuerte.

Rusia ladra, se queja, pero no se atreve a derribar los misiles lanzados por Estados Unidos contra Siria. ¿Qué hubiera pasado si los rusos hubiesen disparado sus cohetes en territorios controlados por EEUU? Pongamos por ejemplo, Israel o Arabia Saudí. La misma pregunta produce escalofríos.

Estados Unidos avanza, con sus hormigas y ovejas atómicas, y despliega más misiles con cabezas nucleares en la frontera con Rusia. Moscú vuelve a ladrar, se queja, patalea, pero sigue sin plantarle cara al Imperio que ha extendido sus tentáculos -y su estilo de vida, ese de ganadores o perdedores- a escala global.

Pero ¡Cuidado! Un Oso herido puede dar zarpazos en el momento más inesperado y derribar fortalezas inexpugnables que, por pura vanidad, fueron construidas para la eternidad.

A Putin se le relaciona con los movimientos de extrema derecha que crecen como hongos  en Europa (incluida España). Su contraparte, Donald Trump, que adolece de la misma enfermedad, con un plus de estulticia y osadía, no debería mover tanto – con la cobardía y “laissez faire” del viejo continente- sus rollizos dedos tuiteros y su letrina oral. Su comportamiento pide a gritos “una camisa de fuerza, una buena paliza y un bozal”.

Si no ocurre algo estremecedor en los próximos tres o cuatro años, es que el Demiurgo existe y que es verdad eso que nos enseñaban los curas del franquismo: “La Providencia es el cuidado amoroso que Dios tiene a todas las cosas y, especialmente, a los hombres”. (La palabra mujer todavía no entraba en ese vocabulario).

 

 

 

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