Por Joaquín Araujo
Naturalista, escritor, director y presentador de series y documentales

La ética es el mejor logro de la inteligencia y cuenta con la inestimable ayuda de las emociones cuando no han sido castradas por fuerzas tan descomunales como la codicia y la comodidad. Sin embargo es traicionada, casi de continuo, por usos e interpretaciones que olvidan que nunca debe ser considerado ético lo que solo beneficia a una parte. Una parte que, como demasiados de nosotros, desprecia, saquea y a menudo mata al todo que le rodea.

En cualquier caso siempre merece la pena todo esfuerzo que evite o intente evitar que la ignorancia y su hija la violencia sean dueñas de los empeños humanos.

Desde el primer gran documento escrito por los humanos, el libro del Tao, se ha buscado equilibrar las formas de dominación de unos hombres sobre otros y de estos sobre la Natura. Se puede afirmar que los mil tratados de filosofía moral desembocan en la todavía no lograda igualdad, libertad y fraternidad de nosotros con nosotros mismos. Pero casi siempre se les olvida que no estamos solos. Bueno se le olvida, sobre todo, al mundo occidental porque el respeto a todas las formas de vida ya figura entre los primeros propósitos/obligaciones de los budistas, hinduistas y taoistas.

Ese pensar y actuar con respeto, no solo hacia los demás sino también hacia lo demás, ha encontrado una estimulante y coherente ampliación en lo que hoy consideramos ética ecológica. Que conviene no olvidar es lo que subyace, como instrucción, en la inmensa mayor parte de las propuestas tanto de conservación de la Natura como de reforma de los modelos energéticos, productivos y educativos hoy imperantes.

Ampliar los horizontes de nuestras obligaciones morales no mengua en nada las que mantenemos para con los otros de nuestra especie. Todo lo contrario lo aumenta de la misma forma que disminuir o evitar todo sufrimiento en los animales, descontaminar o proteger espacios nos hace más y no menos humanos.

Recordemos al menos los siguientes conceptos básicos de la ética ecológica:
No solo somos pacifistas, sino también pacíficos. Es decir que además de evitar la guerra, para la solución de cualquier conflicto, descartamos la violencia en todas sus formas.

El respeto a la condición femenina, en total igualdad, informa todo el proyecto ecologista.
Consideramos especialmente digno de aprecio nuestro origen. De ahí también la máxima consideración por la cultura rural, los pueblos aborígenes y la misma Natura.

El 90 % de los trabajos de limpieza, vigilancia, denuncia, conservación y divulgación ecológicos se llevan a cabo de forma altruista.

Nos consideramos pertenecientes no solo a una civilización sino también a una biosfera. A una infinita diversidad de formas vivas, de ciclos y procesos. Todos ellos no nos necesitan pero nosotros sí a ellos. Por eso otra de las formas del debido agradecimiento hacia lo que nos permite vivir consiste en que no los desvalijemos todavía más.

Culmino con lo más sobresaliente de la ética ecológica y que supone uno de los grandes aportes a la dignidad humana y a la filosofía moral de todos los tiempos. Cuando conseguimos que el aire respire un poco más de transparencia, o que el agua beba limpidez, o que crezcan árboles y cosechas no contaminadas, no lo estamos haciendo para nosotros exclusivamente, como hacen otras propuestas éticas. Ese proceder no distingue ni siquiera va a conocer jamás a los principales beneficiarios de este pacífico respeto a la vida en todas sus manifestaciones.

Supone un doble anonimato ya que, por un lado, no conocemos a los beneficiarios de nuestros gestos, pues no han nacido. Por otro la mayoría de nuestra sociedad tampoco visualiza, desconoce a los que hemos dedicado nuestra vida a la totalidad de la Vida.

GRACIAS Y QUE LA ÉTICA ECOLÓGICA OS ATALANTE.

Breve semblanza de Joaquín Araújo

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