De adolescente recuerdo con mucha nitidez ver los volúmenes de su Diccionario de filosofía, que mi padre guardaba escrupulosamente en un armario, no con el resto de los libros de su librería, sino almacenados aparte, como si fueran un tesoro que debía permanecer oculto. Yo, casi a escondidas, observaba aquellos cuatro volúmenes, que me hipnotizaban con sus portadas en tonos violetas. Mi padre reservaba un lugar especial para aquellos libros. Por algo sería. Y yo, ya entonces, entendía que estaba ante una de esas joyas que habían de convertirse en un clásico de la divulgación y del conocimiento. Más de una vez abría uno al azar, y leía la primera entrada que encontraba. Otras veces buscaba algún concepto concreto y, a hurtadillas, como si fuera algo prohibido, leía y navegaba por un conocimiento que entonces me venía grande —y me sigue quedando muy grande, la verdad— pero que, durante años, se convirtió en una referencia, en una inspiración que suponía la constatación de que la sabiduría estaba ahí fuera, y que dependía de uno mismo el intentar acercarse a ella lo máximo posible.
Yo, en aquel entonces, no sabía mucho de nada —y hoy en día menos—. Por ejemplo, desconocía que Ferrater Mora, además de ser uno de los más grandes pensadores españoles de la segunda mitad del siglo XX, era un gran antitaurino y que, además, había utilizado su conocimiento, su sabiduría, para reflexionar acerca de los derechos animales. Ahora lo sé, sé que fue un pionero en muchas cosas, y en esto también.
Hoy no se le recuerda como se debiera. En este país llamado España tenemos una memoria histórica muy a corto plazo y, en cierto modo, eso es lo que interesa a los poderes fácticos. La ignorancia, al fin y al cabo, conduce a la sumisión, y el analfabetismo cultural nos lleva al sometimiento. Los poderes fácticos de toda la vida, el religioso, el político y el económico, se benefician de la apatía cultural ligada a la ausencia de pensamiento crítico. Por eso España sigue siendo un país de caciques y de señoritos, en donde hasta las vacunas se usan como privilegio. Si Ferrater Mora viviera hoy en día, alzaría su voz, como lo hizo en vida, contra muchas de las injusticias y abusos que son noticia estos días. Y también lo haría, como lo hizo en vida, contra los abusos que se cometen contra los animales.
Ferrater Mora entendió, como muchos y muchas otras, que la violencia, que el abuso, que el maltrato, es algo detestable independientemente de quién sea el ser que lo sufra. Y que, al final de la cadena de opresión, de explotación, siempre se encuentran los seres más débiles e indefensos, y en nuestra sociedad estos seres son, más que nadie, los animales.
Tal día como un 30 de enero, pero de 1991, se nos iba el profesor Ferrater Mora, dejando tras de sí un enorme legado de pensamiento y de conocimiento. Han pasado 30 años desde su muerte. Su pérdida es irreparable. España necesita, ahora más que nunca, pensadoras y pensadores lúcidos y valientes, que no se arruguen ante las injusticias, y que alcen su voz por encima de las masas, estupidizadas por las redes sociales, los youtubers, los influencers y los toreros metidos a comentaristas de actualidad en los platós de televisión. Pero resulta difícil entenderse en un mundo de likes, me gustas y emoticonos. En definitiva, de banalidad, de mensajes cortos, de eslóganes y de superficialidad.
En la sociedad ideal de Ferrater Mora no hubiera existido el fascismo que él combatió con su propia vida
En estos 30 últimos años, las cosas han cambiado mucho, y en algunos sentidos lo han hecho a peor. El reaccionarismo político y social, que se fundamenta en valores como la religión, el falso patriotismo o la tauromaquia, y que envuelve todo ello en la bandera, agitándola para distraer al pueblo de las cosas más importantes, se abre peligrosamente camino en nuestra sociedad. Y esto debe ser combatido.
De esto debía saber mucho el profesor Ferrater Mora, que se había alistado en el bando republicano durante la Guerra Civil española de 1936, y que se vio obligado a exiliarse a varios países huyendo del fascismo, como tantas y tantos compatriotas. El insigne intelectual comenzó un largo periplo —Francia, Cuba, Chile…—, dejando atrás su patria, pudiendo instalarse definitivamente en Estados Unidos como profesor universitario, donde logró cosechar una relevante carrera académica. Con la Transición pudo volver a España y, entonces sí, disfrutó de cierto reconocimiento, llegando a ser galardonado, en 1985, con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Y, además, su persona da nombre al “The Ferrater Mora Oxford Centre for Animal Ethics”, en el seno de esta prestigiosa universidad británica.
Para entender el pensamiento antitaurino de Ferrater Mora recomiendo la lectura de dos de sus ensayos, los titulados La llamada «fiesta nacional» y De nuevo sobre/contra las corridas de toros. Pero, para aprehender la esencia de su postura vital y filosófica al respecto de los animales, debemos acudir a las palabras que su mujer, la también profesora de Filosofía Priscilla Cohn, escribió en este sentido. Ferrater Mora, dice Cohn, «Creía que a los animales, como criaturas vivas que tienen preferencias, y que pueden sufrir y experimentar placer y dolor, se les tenía que permitir vivir su vida libremente, libres de la explotación y el control humanos».
El filósofo afrontó la cuestión animalista desde una perspectiva no sentimental, sino intelectual
Por ello, Ferrater Mora mantuvo una postura abiertamente antitaurina, llegando a escribir que, en su sociedad ideal, esta bárbara y salvaje costumbre no tendría cabida. Tal vez lo más importante sea que el filósofo afrontó la cuestión animalista desde una perspectiva no sentimental, sino intelectual. Dicho de otro modo, su razonamiento surge, escribe Priscilla Cohn, de «una idea de justicia que abarca la noción de que nosotros, los humanos, debemos tratar justamente a las otras criaturas con las que compartimos el planeta. Para apoyar este criterio pueden formularse argumentos racionales; no tiene nada que ver con el amor por los animales».
En este sentido, existe una anécdota muy humana que la propia Priscilla relata en uno de sus escritos, y que evidencia la altura ética y moral de Ferrater Mora. Un día, cuenta la filósofa, mientras estaban paseando por Barcelona, la pareja contempló a unos jóvenes dando patadas a un indefenso ratón en plena calle. Ferrater Mora se acercó al más mayor de ellos y, conminándole a que dejara en paz al animal, le dijo: «si fuera un león no te atreverías». El abuso, la opresión sobre el más débil, es lo que le encendía, y es lo que a todos nos debería provocar repulsión y repugnancia.
Como él mismo dijo, en la sociedad ideal de Ferrater Mora no hubieran existido ni los abusos ni la explotación sobre cualquier ser. No hubiera existido la tauromaquia y, lo que viene a ser lo mismo, no hubiera existido el fascismo que él combatió con su propia vida. Porque, al fin y al cabo, la opresión es una de las señas del fascismo. Y cebarse con el débil también. Mientras la clase política a la que se le llena la boca con palabras como progreso, regeneracionismo o avances sociales no entienda esto, seguiremos estando sometidos bajo los intereses de los poderes fácticos, los inmovilistas, los reaccionarios, los privilegiados. La caspa rancia de mantilla, misa, toros y castañuelas. Si no se dan cuenta de que todo va en el mismo pack, España nunca logrará entrar en la modernidad que tanto anhelaba Ferrater Mora. Nos quieren ignorantes, como los caciques y señoritos de toda la vida procuraban que el pueblo fuera analfabeto: así le engañaban mejor. Todo forma parte del mismo fenómeno. Pero contra eso hay remedio: pensamiento crítico y la idea de que, como dijo Ferrater Mora, es posible caminar hacia una sociedad ideal en la que no tengan cabida las sangrientas y bárbaras costumbres taurinas, y en la que todos los animales sean respetados por lo que son. ¿Te atreves a soñar?, ¿te atreves a luchar? Yo sí.
Dr. Juan Ignacio Codina
Subdirector y cofundador del Observatorio Justicia y Defensa Animal
Autor de PAN Y TOROS. Breve historia del pensamiento antitaurino español