Golpe de estado 2.0

Venían a regenerar la política pero se lo dejan a los que vengan detrás a cambio de dinero, más del aquél con que viven algunas familias vulnerables.

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En febrero del 36, tras la victoria del Frente Popular en las elecciones que dieron la presidencia de la República a Manuel Azaña, la derecha emprendió una ofensiva a medida que se iban desgranando los objetivos del gobierno de Casares Quiroga, tales como la recuperación de la reforma agraria o la puesta a punto de nuevos estatutos de autonomía que para la CEDA , la monárquica Renovación Española y Falange y las JONS suponía un atentado a las estructuras de poder en las que se asentaban los intereses de la clase social que representaban.

La ocupación de las tierras por parte de los campesinos, la desacralización de la enseñanza o el estatuto catalán como privilegios recuperados para el pueblo supusieron el ruido de sables que se alzaron con el asesinato del diputado José Calvo Sotelo. A partir de ahí conocen lo que ocurrió hasta 1939, según cuenten los medios de comunicación o el triste capítulo de los libros de historia de los institutos, al que nunca se llega por falta de tiempo.

Si se llegara y conociéramos nuestra historia, nos sonarían muchas cosas que están ocurriendo en la actualidad política. Ese “tomar el poder al precio que sea”, el “tamayazo” escenificado ante las cámaras tras la toma de posesión de los cargos al día siguiente, no es ni mucho menos una guerra civil, pero sí es ilustrativo de cómo funciona la derecha cuando quiere algo: lo coge directamente, sin principios, sin pensar en el qué dirán y sin importarle la ciudadanía que ha depositado su voto en otro  partido político. Esto último, obviamente, debería importarle a Ciudadanos pero la verdad es rotunda y cabezona: el voto, al PP, le importa el día de las elecciones y, si hay un partido en descomposición, pues para qué andarse con remilgos; lo que no mata, engorda.

Cuentan que, al igual que dictador Franco, que escribió una carta al propio presidente de la República para advertirle de la inminencia de un levantamiento militar, hubo diputados naranjas que, ocupando cargos orgánicos en el partido, filtraron información al PP de Murcia tras el batacazo catalán viendo que iban a naufragar en todo el territorio y pensando eso de que “en la guerra todo vale”; salía a cuenta la fuga para engrosar las filas del PP a cambio de un puesto en la recién estrenada y popular consejería de Empresa de la tránsfuga Valle Martínez, clave en el desarrollo del territorio; los artífices del cambio de siglas lo advertían vía WhatsApp, que es el medio en  el que se organizan ahora los golpes de Estado: “Va a ocurrir algo muy gordo”.

Y ocurrió; tres naranjas se salieron de la cesta que Arrimadas ofreció a peso. Venían a regenerar la política pero se lo dejan a los que vengan detrás a cambio de dinero, más del aquél con que viven algunas familias vulnerables. Hoy en día no hay guerras, no hay golpes de Estado, mal les pese a algunos; pero persisten las causas que los provocan: las felonías, la falta de escrúpulos, la ambición… Nada han importado contratos publicitarios por encima de las posibilidades del PP ni la vacunación en B. Por eso, por la traición a la ciudadanía, no son tránsfugas: son golpistas de colorines, tanto azules como anaranjados tirando a verdes. ¿Normalidad democrática?

Begoña Arnaldes Alonso

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