Naciones Unidas acaba de hacer pública la nueva cifra de hambre en el mundo: 821 millones de personas, seis millones más que en 2017. 492 millones de personas con necesidad de una acción humanitaria urgente. El informe confirma la violencia como principal causa de reversión de la tendencia positiva que habíamos alcanzado en las últimas décadas, en las que habíamos logrado una disminución en términos absolutos y, sobre todo, relativos de la inseguridad alimentaria. “A la mayor recurrencia e intensidad de los fenómenos climáticos extremos hay que sumar los problemas de mal gobierno como una de las causas principales de estos datos”, explica Manuel Sánchez-Montero, director de incidencia y relaciones institucionales de Acción contra el Hambre.
6 de cada 10 personas con hambre viven en un país en conflicto
La resolución adoptada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas el pasado mes de mayo reconocía los estrechos vínculos entre guerra y hambre. “Nuestra experiencia en más de 45 países nos ha dado evidencias sobradas de la relación bidireccional entre guerra y hambre: las guerras destruyen mercados y medios de vida y producen desplazamientos masivos que disparan los riesgos de desnutrición y, por otra parte, la inseguridad alimentaria y la competencia por los recursos naturales o los alimentos está en el origen de una gran parte de los 46 conflictos activos hoy en el mundo”, explica Sánchez-Montero al tiempo que señala la necesidad urgente de desarrollar los mecanismos necesarios para llevar esta resolución del papel a la realidad.
La proliferación de numerosos conflictos en el mundo (Siria, Yemen, Nigeria y región del lago Chad, Somalia, Sudán del Sur, Afganistán, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Myanmar…) que se prolongan en el tiempo, sin una solución a largo plazo, no hacen sino apuntalar el número creciente de personas que padecen hambre relacionado con la violencia, de las cuales 74 millones[1] lo sufren en su forma más severa, cuando es tan grave que supone una amenaza inmediata para la vida o los medios de subsistencia.
“Existe una dimensión del problema que no debemos perder de vista: el uso creciente del hambre como arma de guerra, mediante el asedio sistemático a población civil, el ataque a infraestructuras básicas de agua y medios de vida o el bloqueo de la ayuda humanitaria, tendencias al alza en conflictos cada vez menos protagonizados por ejércitos regulares y más por grupos armados con menos recursos militares, que encuentran en el hambre un arma de guerra muy barata”, señala Sánchez-Montero.
Hambre antes y después de la guerra
Acción contra el Hambre alerta también de la necesidad de acompañar los procesos de post-conflicto “sin dar por hecho que con la firma de los tratados de paz se resuelven todos los problemas, ya que la reconstrucción de medios de vida y tejido económico y social puede requerir varios años”, señala Sánchez-Montero. “Es el caso que estamos viendo en Colombia y en las ex repúblicas soviéticas de Cáucaso Sur”, añade.
“Debemos también permanecer muy atentos a cómo quedan resueltos los conflictos, ya que el hecho de que se den por concluidos no significa que termine la violencia. Una violencia que se ejerce sobre población civil y organizaciones humanitarias, que agrava la competencia por el acceso y control de los recursos naturales y que se traduce en represión dominante, que a menudo deriva en marginación social”. Todo ello conforma el caldo de cultivo perfecto para nuevos conflictos o formas de terrorismo internacional que pueden tener el hambre en su origen, concluye. XX de cada 10 conflictos en el mundo tienen la inseguridad alimentaria en sus raíces.
El rol de la comunidad internacional
Aunque gran parte de la responsabilidad para llegar al objetivo de erradicar la desnutrición en 2030 recae sobre los propios países en lo sobre los modelos de gobernanza de los países más afectados, la comunidad internacional puede y debe impulsar decisivamente el camino hacia esta meta de desarrollo sostenible que cada día está más relacionada con la seguridad global: de acuerdo con la iniciativa internacional Nutrition for growth es necesario multiplicar por tres la inversión directa en nutrición en los próximos seis años para cumplir las metas marcadas por la Organización Mundial de la Salud. “Por otra parte es urgente que los gobiernos comprometan una ayuda que vaya más allá de la mirada cortoplacista de ayuda urgente para salvar vidas (muy necesaria) y sepa financiar también, con mecanismos flexibles y plurianuales, la generación de resiliencia entre la población: de lo que se trata es, al fin y al cabo, de evitar que el hambre provoque nuevos conflictos que vuelvan a aumentar el hambre, en una espiral descendente”. El Sahel es un escenario clave para poner en marcha este tipo de ayuda y evitar crisis alimentarias como la de este año, que afecta a más de 30 millones de personas.
[1] Informe Global de Crisis Alimentaria 2018