«Por muy preparado que uno esté mentalmente cuando cree que le van a despedir, nunca sabe cómo esto le afectará a su estado emocional», cuenta Iván Batista desde Leipzig, justo después de que la empresa hostelera para la que trabajaba tardase menos de 24 horas en decidir sobre su futuro. «O la ausencia del mismo». Efectivamente, tras solo dos meses de contrato, le pusieron sobre la mesa la carta de despido. Y en Alemania, la terminación de un contrato temporal no necesita de justificación. «¿Qué hago ahora?».

La suya es una de tantas historias de emigrantes que en su día se vieron obligados y obligadas a salir de España para buscarse un porvenir que nuestro país no les garantizaba, y que ahora se han visto abocadas a la incertidumbre de la ausencia de ese mismo futuro que esperaban encontrar fuera, y que la crisis del coronavirus le frustró.  


El fin del mito de la Alemania garantista

Iván recabó en Leipzig tras cuatro años buscándose la vida por medio mundo. Cuando les contaba su historia a sus familiares, que aún creían en el mito de la «Alemania garantista», no se lo terminaban de creer del todo. «Si en España el Gobierno ha destinado muchísimo dinero para ayudar a gente en tu situación, Alemania habrá hecho lo mismo», le decían. Ahora vive con temor ante el futuro poco claro que sufren las personas en mi situación «y, especialmente, las que lo tienen aún peor».

«Quienes tengan días de vacaciones, por favor, úsenlos», les llegaron a decir en su empresa a quienes conservaron su puesto. «Me informé mediante mi sindicato. No llevo todavía un año cotizado en Alemania, por lo que no tengo derecho a paro. Mi única opción era pedir una prestación social, que para mi sorpresa es la misma que se ha de pedir en situaciones ‘normales’».

Al contrario que en España, el Estado alemán no está proporcionando ningún tipo de ayuda excepcional para las personas despedidas en tiempos del coronavirus. «El hecho de no recibir paro o ayuda excepcional en una situación en la que es imposible buscar trabajo supone en este país que, además de los gastos que ya tenía como alquiler o comida, tendría que pagar el seguro médico por mi cuenta». En su caso, este mes debe 180 euros al no contar con ningún tipo de respaldo.

En estos momentos, Iván contempla «con preocupación» la negativa de los Estados miembros de la UE como Alemania u Holanda «a cualquier tipo de salida social que pudiera ir destinada a reducir el miedo». Mientras los líderes europeos luchan entre ellos, Iván duerme poco: «Siento una ansiedad que cada día me abruma más y bajo todos los días al buzón esperando una carta que me confirme que cobraré la prestación social sin la cual no podré tener una vida digna. Precisamente, el motivo por el que vine a Alemania en primer lugar: para buscarme un futuro mejor».

María Perles, Leipzig (Alemania)

Una estancia fallida en Xinganshan

«Yo ahora debería estar en China», cuenta María Perles. Concretamente en Xinganshan, un pequeño pueblo de 30.000 habitantes en la provincia de Jiangxi, a 500 km de donde empezó todo: Wuhan. Al igual que Iván, reside en Leipzig, donde hace un doctorado en el Instituto Alemán de Estudio de la Biodiversidad (iDiv) en colaboración con China, adonde se desplaza todos los años para tomar datos. «Recuerdo que, en enero, hablaba por WeChat con una compañera que iba a venir desde China en abril. Me contaba cómo la mitad de sus planes se habían desmoronado, ya que tenía que terminar unos muestreos antes de venir y no podía ni ir al laboratorio. Los trámites de su visa estaban también congelados». El 28 de enero le comunicaron que se había decretado el cierre estricto del pueblo, así que, aunque volase allí, no iba a poder acceder a la zona de estudio. «No cancelamos los vuelos con la esperanza de que lo reabriesen, aunque los estudiantes que iban a viajar conmigo empezaron a tener dudas sobre venir. No hubo mucho que debatir, ya que el 4 de febrero nos informaron de que nuestros vuelos de Air China habían sido cancelados».

Aunque, en el contexto de una pandemia mundial sea la última de sus preocupaciones, lamenta haber perdido la mitad de los datos de su investigación. Luego vino el estado de alarma en España mientras en Alemania empezaba a salir el sol: «Es difícil vivir en una realidad cuando todas las noticias que te llegan son de otra completamente distinta. La gente quiere ir a los parques y lagos y empiezan a dar excusas para empezar el confinamiento por su cuenta». En Sajonia no hubo restricciones hasta el 23 de marzo, y estas eran más permisivas que en España: mientras el Estado español se encontraba completamente confinado, allí podían salir a hacer deporte o a pasear con una persona e incluso con más si vivían en el mismo piso.

En cuanto al sistema sanitario alemán, «es cierto que es el país con más camas de UCI por habitante, y que cuenta con sanidad universal, pero tienen un sistema concertado y privado de seguros médicos que las personas más vulnerables no siempre pueden costearse», lamenta. «Habrá que estudiar si esta situación deja deudas a las personas que tengan que recibir atención médica». Mientras tanto, las tornas han cambiado: «Ahora es mi compañera china la que me pregunta qué tal está mi familia y me manda vídeos de España con subtítulos en chino. Y China parece haberse convertido en el lugar más seguro en el que estar».

Javier García (Reino Unido)

«Irónicamente, pensamos que en Reino Unido estaríamos menos expuestos que en China»

Hace casi tres años que Javier García (35 años) se mudó al Reino Unido a estudiar un doctorado en la Universidad de Loughborough, una pequeña ciudad inglesa cerca de Nottingham. Antes de eso vivía en China, de donde es su pareja. «Ella tenía previsto irse allí en febrero, pero aplazó su viaje porque, irónicamente, pensamos que estaría menos expuesta al coronavirus aquí». Poco después, ambos acabarían cayendo enfermos.

A través de su familia y sus amigos les llegaban noticias de cómo había evolucionado la situación en China, las restricciones, la cuarentena estricta. Después empezaron a llegar noticias de Italia, más tarde de España, mientras que en Inglaterra nadie parecía preocupado y desde el Gobierno se animaba a la gente a hacer vida normal. «Producía una sensación extraña escuchar las noticias de Madrid mientras veías los restaurantes y pubs llenos», asegura.

«Entonces fue cuando mi mujer cayó enferma». Mientras ella permanecía en cama con fiebre, los acontecimientos se precipitaban en todo el país. «Cuando el 23 de marzo Boris Johnson finalmente anunció el confinamiento para toda la población, nosotros ya llevábamos casi una semana de aislamiento. Fueron días muy estresantes, mi mujer tenía fiebre alta que los medicamentos apenas controlaban, estábamos lejos de nuestras familias, los supermercados desabastecidos, y no sabía cuánto podría cuidar de ella antes de caer enfermo yo también». Finalmente, y por fortuna, ambos pasaron la enfermedad en casa, sin complicaciones, y pudieron retomar una cierta normalidad dentro de la excepcionalidad actual.

En Reino Unido, el sistema público de sanidad (NHS) ofrece cobertura universal y gratuita, pero lleva años sufriendo recortes por las políticas de austeridad. «Ya antes de estallar la pandemia se notaban sus efectos; recursos que menguan y esperas que se alargan», denuncia Javier. En cuanto a su situación laboral, por suerte, la universidad le mantiene las condiciones de la beca mientras teletrabaja: «Sigo pudiendo pagar el alquiler y llenar la nevera, pero siento que en el fondo solo se está retrasando el problema. Ahora debería estar haciendo trabajo de campo, recogiendo muestras y tomando medidas en el laboratorio, pero no puedo salir de casa».

La beca tiene una duración y cuantía fijas, y ahora apenas puede adelantar su investigación mientras el reloj sigue corriendo: «Todo el trabajo no pueda sacar adelante ahora lo tendré que terminar cuando ya no tenga ingresos». Y ello, acrecentado por la incertidumbre del Brexit. «En cualquier caso, no me puedo quejar. Amigos que trabajan fuera del mundo académico han perdido sus trabajos o han tenido que seguir yendo a sus puestos de trabajo, exponiéndose a la enfermedad», lamenta.

Pilar Moura, Buenos Aires (Argentina)

Una crisis sumada a otra crisis en Argentina

En Buenos Aires (Argentina), desde el 20 de marzo, el confinamiento fue total. El Gobierno implementó el llamado «aislamiento social preventivo obligatorio», lo que implicó un cambio muy fuerte en la situación de la vida de todos y todas sus habitantes, pero con determinadas particularidades, como cuenta Pilar Moura, descendiente de padres españoles: «En Argentina estamos atravesando una crisis financiera y económica muy fuerte, que nos dejó como herencia el gobierno anterior». A pesar de que el Estado está tomando medidas paliativas, pero difíciles, «una parte de la población vive del día a día, haciendo actividades precarias y, al no poder trasladarse, no está pudiendo obtener medios de subsistencia». En el caso de Pilar, trabajadora del Estado, puede teletrabajar. «Quienes pudimos adaptarnos a esta modalidad estamos en una situación privilegiada», reconoce. Aun así, considera estar trabajando mucho más de lo que trabajaba en períodos ordinarios porque «cuesta cortar con los horarios: la emergencia requiere muchísimo más trabajo para poder resolver los problemas de la gente». Por otro lado, sufre las consecuencias de ser también estudiante universitaria: «Fue difícil poder establecer criterios en todo el sistema educativo para resolver cuándo se reanudan las clases presenciales o si se establecía algún mecanismo de cursada virtual».

Andoni Planelles (Rusia)

Confinamiento a la española, solo en Moscú

Andoni Planelles lleva ya seis años viviendo en Rusia: en 2014 en el óblast de Moscú, de 2016 a 2019 en Moscú capital, y desde febrero de 2019 en el óblast de Leningrado. «Laboralmente, la crisis no me ha afectado, puesto que yo no tenía trabajo ya desde mediados de enero». Cocinero de profesión y recepcionista, ha ejercido también de cajero, reponedor, encargado de tienda y de comercial de ventas durante los últimos nueve años.

«Tras la irrupción de la crisis, desde el día 30 de marzo en general no salgo a la calle, tan solo para hacer compras o si tengo que ir a ver a alguien. Desde entonces he podido pasear un par de veces». Asegura que el confinamiento se decretó de forma similar a la de España solo en Moscú; en el resto de Rusia «en principio el movimiento en la calle es bastante normal… aunque, en teoría, te podrían denunciar por salir al exterior». En los supermercados, farmacias o panaderías hay diversidad a la hora de tomar medidas de prevención, cuenta: «Hay quienes utilizan todos los medios de protección posibles (guantes, mascarillas), y los hay que no utilizan nada».

A pesar de que en la Federación Rusa la sanidad es gratuita para rusos o residentes con permiso de residencia, y de que en su ciudad de residencia aseguran hacer de forma gratuita las pruebas del coronavirus «hay mucha gente a la que no se le atiende en el hospital a no ser que dé positivo. Y no en todos los casos: hay gente que se queja de que tiene fiebre y le hacen quedarse en casa».

Ahora que se comienza a hablar cada vez más de desescalada en diferentes partes del mundo, la emigración española mantiene la incertidumbre ante un futuro cercano en el que ni siquiera conocen si van a poder visitar a sus seres queridos sin arriesgarse a no poder regresar a sus países de acogida, y con temor a un rebrote de la pandemia. «El mundo no estaba preparado para esto», reflexiona Pilar desde Buenos Aires. «Espero que nos dé una lección, para poder salir fortalecidas, más solidarias y más humanas de esta crisis».

Federación del Exterior de Izquierda Unida

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