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Finalmente, tras muchas rondas de conversaciones a lo largo de mucho tiempo, la cumbre del G7 en Londres, que incluye a Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido y a la Unión Europea como invitada, llega a un acuerdo histórico para crear un impuesto de sociedades común del 15% para las compañías con actividades internacionales y que será siempre pagado en los países en los que se genera la actividad, cerrando así las posibilidades de ingeniería fiscal que llevaban a muchas compañías a terminar pagando tasas impositivas completamente ridículas utilizando recursos que resultaban ser perfectamente legales.

Estarán dentro del ámbito de esta medida las compañías multinacionales con márgenes de beneficio de al menos el 10%, que pagarán sistemáticamente un 20% de beneficio por encima del margen del 10% sujeto a impuestos en los países donde tengan ventas. El desbloqueo de las conversaciones y la posibilidad de llegar a una solución ha provenido de la posición proactiva de la administración norteamericana de Joe Biden expresada por la secretaria del tesoro, Janet Yellen, que inicialmente propuso una tasa del 21%, en lugar de vetar cualquier posibilidad de acuerdo como habían hecho administraciones anteriores. La medida, de hecho, pone fin a más de treinta años de rebaja progresiva de las tasas impositivas pagadas por las grandes compañías multinacionales, a medida que los distintos países del mundo trataban de atraer sus inversiones mediante exenciones fiscales y tasas impositivas absurdamente reducidas.

El acuerdo deberá ahora ser trasladado a la cumbre del G20 que se celebra en el mes de julio en Venecia. Llevo años diciéndolo: los problemas derivados de un contexto internacional diseñado en los años ’20 que llevan años permitiendo que las compañías multinacionales de todo tipo hackeen los sistemas impositivos nacionales y terminen llevando a cabo prácticas agresivas de optimización fiscal únicamente podían solucionarse en el contexto internacional, no con medidas tomadas unilateralmente. La única posibilidad para plantearse resolver una injusticia así es recortar la libertad de los países para actuar de forma completamente insolidaria fijando de forma completamente unilateral sus políticas impositivas. En un mundo completamente interconectado y con problemas globales, las soluciones solo pueden ser igualmente globales.

El acuerdo podría suponer la generación de miles de millones de dólares en impuestos en todo el mundo que actualmente, debido a los intereses de determinados países por atraer la presencia o la actividad de grandes empresas multinacionales, eran evadidos a través de paraísos fiscales. De hecho, la medida supone acorralar finalmente a esos paraísos fiscales, dado que dejarán de servir como refugio para unas compañías que no podrán argumentar, mediante procesos de facturación cruzada a sus subsidiarias situadas en ellos, que sus impuestos son pagados allí.

Esta posibilidad, que las grandes compañías multinacionales contribuyan un 15% en lugar de tasas efectivas inferiores en muchos casos al 2% ó 3% precisamente en el momento en que el mundo acomete la recuperación económica tras una pandemia, puede ser muy alentadora, pero más aún si, además, se convierte en el germen para muchas otras medidas que también deben acometerse a nivel de acuerdos internacionales porque tampoco tienen sentido a escala de países individuales, como es el caso de los temas medioambientales: de hecho, los ministros también acordaron avanzar en el sentido de conseguir que las compañías declaren su impacto ambiental de una forma internacionalmente estandarizada, para que los inversores puedan decidir de forma más transparente si financiar o no sus actividades, en lugar de dedicarse a ocultar irresponsablemente sus emisiones en aquellos países con legislaciones más laxas.

Esto es lo que yo llamo una cumbre productiva.


This article was also published in English on Forbes, «At last: an international agreement on taxing multinationals«


Enrique Dans

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