Al igual que los republicanos, el Partido Demócrata también tiene retos y divisiones internas tras el relevo en la Casa Blanca. Desde la elección de 2016 se evidenció una facción progresista que hoy tiene a Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez, de origen puertorriqueño, como sus principales líderes; y la facción liberal que encabezan Nancy Pelosi y Chuck Schumer.
Un estudio de la Universidad de Georgetown encontró que la diferencia entre ellos no es tanto de posturas políticas, sino sobre qué temas y grupos sociales deben ser prioridad, y también asuntos relacionados con igualdad de género. De acuerdo con los autores, los progresistas tienden a ser más tolerantes con las percepciones sexistas que los liberales.
Por su parte, Arthur Holtz afirma que los progresistas promueven la compasión hacia los menos afortunados, lo cual implica un tratamiento preferencial hacia ellos. Mientras que para los liberales el principio más importante es igualdad ante la ley. Al respecto, algo que tenemos que observar es que el Partido Demócrata tiende a ser menos disciplinado que el republicano y sus integrantes no temen airear sus diferencias en público.
Temiendo que las diferencias de opinión sobre los temas prioritarios se convirtieran en un obstáculo para su camino a la Presidencia, Joe Biden se presentó como el candidato de la unidad, un tema que es recurrente cuando las elecciones primarias son tan competitivas. No obstante, puede ser que en el caso de Biden esto vaya más allá de la retórica.
La polarización política ha ido en aumento. Consciente de que eso implica una debilidad que los enemigos de Estados Unidos no han dudado en atacar, en su campaña Joe Biden prometió tender puentes con los republicanos y atender las demandas de la clase media, entre otras cosas.
Presidente de transición
La biografía de Joe Biden fue presentada en la Convención Nacional Demócrata como la de la persona ideal para este momento. Si bien Biden carece de las habilidades retóricas y el carisma de Barack Obama, fueron su sencillez,sus tragedias familiares (la muerte de su primera esposa y su hija de un año, y recientemente en 2015 la muerte de su hijo Beau Biden), sus problemas de tartamudez, su fe católica, su determinación y su calidez, las que lo catapultaron a la Presidencia.
Mientras Trump hablaba de sí mismo y era el centro de atención, Biden puso a la gente común y sus preocupaciones en los reflectores. Repitió una y otra vez que creará políticas de empleo enfocadas en la clase trabajadora que fue seducida por Trump y los jóvenes en que han sido los más golpeados por los efectos de la globalización y la pandemia.
Al ser el presidente electo de mayor edad, con 78 años cumplidos, Joe Biden hizo una promesa inusual: no buscar la reelección y ceder el espacio a la siguiente generación, personificada en su vicepresidenta, Kamala Harris. Biden se autonombró “presidente de transición”, para significar el cambio de estafeta generacional, con todo lo que eso implica, que es ceder el paso a personas que representan a alguna minoría.
Por ello, la elección de Kamala Harris como compañera de fórmula de Joe Biden fue bien calculada. Reconoce los avances del movimiento feminista a partir de 2017, que propició campañas como la de #MeToo para denunciar acoso sexual pero, sobre todo, que 575 mujeres compitieran para cargos de elección en 2018. Aunque sólo 117 fueron electas (la mayoría de ellas son demócratas), la cantidad de candidatas aumentó considerablemente.
A la Cámara de Representantes se postularon 490 mujeres, a diferencia de las 476 que lo hicieron en 2018. Incluso en el partido republicano se postularon más mujeres: 195, contra el récord de ese partido establecido en 2010: 133 candidatas. Sin duda, al incluir mujeres y respaldar los temas que a ellas les importan, los demócratas ganaron una cantidad considerable de votos femeninos.
Kamala Harris, un papel relevante
Quien integra la fórmula en la vicepresidencia suele balancear las debilidades percibidas del candidato a presidente. Harris tiene 55 años y tiene experiencia como fiscal general de California, antes de ser senadora por ese estado. Tiene una personalidad cálida e inteligente, pero a la vez es analítica, carismática y no rehuye los conflictos. Tiene facilidad de palabra, lo que compensa a Joe Biden, quien no es un gran orador, y sabe que en política la clave son los mensajes sencillos y repetitivos.
Hija de inmigrantes de India y Jamaica, se identifica con estas dos minorías importantes, lo que fue una respuesta al respaldo que obtuvo Joe Biden en la elección primaria en Carolina del Sur, un estado donde el voto afroamericano le permitió llegar bien posicionado a la elección y consolidarse como el favorito a la nominación demócrata.
Como la primera mujer en la Vicepresidencia, Kamala Harris ha cumplido ya con la primera función del cargo, que es contribuir con votos para la elección. La segunda función tradicionalmente era ser una figura decorativa y sustituir al presidente en caso de incapacidad o fallecimiento.
Pero el rol ha cambiado en los últimos años gracias a Walter Mondale (1977-1981) y Dick Cheney (2001-2009), así como el mismo Biden (2009-2017), por lo que Harris será una asesora de Biden con un lugar clave en la toma de decisiones y como una preparación para postularse en 2024. Esta posibilidad fue clave para animar a jóvenes, mujeres, inmigrantes, latinos y la comunidad afroamericana a votar por la fórmula Biden-Harris.
La constitución designa al vicepresidente como presidente del Senado. A Kamala le tocará ejercer esta tarea en un Senado dividido en 50-50. Y dado que emite el voto de desempate, se antoja que será protagonista con frecuencia, sobre todo en temas cruciales como la reforma migratoria.
Sin ir más lejos, Kamala debutará en este nuevo Senado que estará a cargo del segundo juicio por destitución de Donald Trump, aunque quien funge como juez es el presidente de la Suprema Corte de Justicia, John Roberts.
A propósito de la composición del Congreso, la Cámara de Representantes queda con una holgada mayoría con 222 escaños demócratas frente a 211 republicanos y 2 asientos vacantes. Esto representa un retroceso de 13 asientos para la bancada demócrata respecto a 2018, pero les garantiza la presidencia de gran parte de los comités y esto implica la posibilidad de hacer avanzar los asuntos de mayor interés personal para los legisladores.
Sin embargo, dependiendo del asunto que se trate, se puede esperar que los representantes no voten siguiendo líneas partidistas, pues tienen que responder a las expectativas de su electorado y, quienes están en distritos moderados, tienden a votar a veces en contra de iniciativas de ley de su propio partido.
Aun así, podemos esperar que los republicanos hagan lo posible por obstaculizar algunas iniciativas como una reforma migratoria que incluya una generosa amnistía, más impuestos para las familias más ricas, reducir el presupuesto de defensa o reanudar el pacto nuclear con Irán, por mencionar algunos temas.
Aquí podemos esperar que los 35 años que Joe Biden pasó en el Senado rindan frutos, pues al igual que Lyndon B. Johnson, cuando fue vicepresidente de John Kennedy y luego le sustituyó, debe hacer notar su amplia experiencia en cuestiones legislativas. Se espera que no tenga grandes dificultades en el Senado para ratificar las nominaciones de su gabinete, a menos que el segundo impeachment de Donald Trump ocupe todo el tiempo disponible del Senado.
En realidad, nada impide que unos temas puedan manejarse por la mañana y otros por la tarde para descargar la agenda legislativa y permitir que la Administración Biden se ponga a trabajar lo más pronto posible.
Un enfoque en las energías limpias
Ya fuese por la presión del ala progresista o porque realmente está preocupado por revertir las políticas de Donald Trump, uno de los objetivos más importantes es restaurar las protecciones al medio ambiente, incluyendo aumentar las áreas naturales protegidas y libres de explotación, así como reintegrarse a los Acuerdos de París. Además de incluir regulaciones para frenar la emisión de gases de efecto invernadero y poner políticas para ralentizar el calentamiento global, conscientes de que el ejemplo de Estados Unidos es clave para que otros países cumplan con sus compromisos en esta materia, especialmente China.
Aunque no se dice abiertamente, el plan económico de Joe Biden toma ideas de las políticas del “Nuevo Trato” de Franklin D. Roosevelt para reactivar la economía al tiempo que se combate la pandemia.
Biden quiere dar apoyos económicos a los pequeños negocios, familias y comunidades para sus necesidades más apremiantes y para inversión en sus empresas, contratar personal para implementar medidas más severas en el combate a la pandemia.
Asimismo, se contempla un esquema para resolver las deudas de estudiantes universitarios y personas de clase media que tienen problemas para pagar préstamos e hipotecas. No se descarta una reforma que permita tasas más justas, impuestos equitativos y atracción de inversión extranjera.
Biden tiene contemplado reconstruir la infraestructura mediante inversiones en comunicaciones que cumplan con estándares de cuidado al medio ambiente. Aquí podemos esperar que se implementen restricciones para emitir contaminantes y estímulos para energías limpias. Deberá venir acompañado con inversiones en ciencia y tecnología, patentes de materiales y productos acordes, así como mejoras en el sistema de transporte público para incentivar un menor uso de automóviles.
Dado que durante décadas Biden utilizó el tren Amtrak para desplazarse de Washington a Delaware, no nos debería extrañar que impulse los trenes de alta velocidad, menos contaminantes que los aviones, por ejemplo. Este punto de las energías limpias es uno de los más ambiciosos en la agenda doméstica de Biden y Harris, por lo que cabe resaltar que recuerda mucho la ambiciosa propuesta del Nuevo Trato.
El compromiso con los afroamericanos
Tomando en cuenta el gran impulso que le dio a su campaña presidencial el apoyo de los afroamericanos, Biden deberá atender el racismo institucionalizado. Aunado a los casos de abuso policial de los últimos años (Michael Brown, Jakob Blake, George Floyd, entre muchos otros) y el movimiento Black Lives Matter (BLM), el nuevo presidente tendrá que aportar ideas para reestructurar las policías. Más que privar de fondos a los departamentos de policía, deben revisarse los procedimientos y prácticas que se han militarizado desde 2006.
Con el fin de preparar a los cuerpos policiales, se les dotó de equipo anti-motines y un entrenamiento militar, pero no se incluyeron cursos de manejo de conflictos, ni de sensibilización racial.
Por otro lado, es preocupante el sesgo negativo hacia las manifestaciones de BLM, frente a las de los supremacistas blancos. En las primeras siempre hay policías fuertemente armados, mientras que en las segundas no se recurre a los equipos antidisturbios. Joe Biden y Merrick Garland, su nominado al puesto de Fiscal General, deberán trabajar en corregir un sistema judicial sesgado contra la gente de piel morena; en la revisión de las prácticas policiales que tienen un doble estándar para los blancos y negros.
Incluso habría que promover que latinos y afroamericanos puedan acceder a altos cargos en las fuerzas policiales, esperando que tengan un efecto positivo en el trato de éstas hacia los grupos minoritarios.
Uno de los principales retos y oportunidades en política exterior es la diplomacia. Primero, hay que reconstruir el Departamento de Estado, que en los últimos cuatro años ha sufrido deserciones, despidos y un presupuesto raquítico.
Antony Blinken, nominado a dirigirlo, deberá replicar el primer año de Hillary Clinton en esa oficina y emprender una gira de buena voluntad restableciendo lazos con los viejos aliados y fortaleciendo las alianzas trasatlánticas y las instituciones multilaterales.
El aislacionismo de Trump dejó espacios vacíos que aprovechó China para los proyectos de la Ruta de la Seda. Con Beijing deberá decidir si enfrentarse por el 5G y las violaciones a los derechos humanos, o buscar algún mecanismo de cooperación. De igual manera habrá que replantear si Rusia es un país amigo o enemigo, tras el ataque a la democracia estadounidense en 2016 y la manera en que violenta la soberanía de Ucrania.
La versión original de este artículo fue publicada por el Centro de Investigación Periodística (CIPER) de Chile.
Gabriela De la Paz no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.