Odile Rodríguez de la Fuente
Bióloga. Directora de la fundación Félix Rodríguez de la Fuente


La energía es el común denominador de todo lo que nos rodea y la Vida, el máximo exponente de la creatividad, a expensas de dar forma y función a la energía. Más de 4500 millones de años de minucioso refinamiento, explorando las mejores fórmulas para aprovechar y reutilizar la esencia del universo. Asombrosas e infinitas adaptaciones de organismos simples y complejos, de procesos que entrelazan lo inerte con lo vivo en una bellísima danza de fertilidad. Los sabios ocupados en descifrar las páginas del libro de la Vida, nos dicen que nada de lo que existe es independiente de lo que le rodea. Las mareas evolutivas han promovido y destruido sin contemplaciones las piezas de un puzzle, determinadas a encajar entre ellas. Lo que perdura, es lo que contribuye de algún modo a la pervivencia y expansión del Todo: la energía viva.

Por primera vez en la historia de lo conocido, una pieza del puzzle ha logrado emanciparse de la totalidad sometiendo, para ello, al tiempo y al espacio con el fin de diferir causas y efectos que antes eran inmediatos. El espejo de la realidad ha sido distorsionado por la inteligencia del hombre y este ya no ve su reflejo en lo que le rodea. No ve los efectos de sus acciones aquí y ahora y por ello ha llegado a creerse su propia mentira. El ser humano se proyecta hacia un futuro incierto sobre principios ilógicos que contradicen la máxima de la supervivencia: la reciprocidad e interconexión de todas las partes. Como botón de muestra: la humana es la única especie que consume productos que le aportan una milésima parte de lo que le cuesta adquirirlos. Ninguna forma de vida podría permitirse el lujo de gastar más de lo que obtiene por ese esfuerzo. Los números simplemente no cuadrarían y el organismo perdería energía con cada captura hasta morir. Y, sin embargo, la inteligencia, nos ha llevado a comer manzanas, en España, que se han producido en Chile. No es que la aritmética no sea la misma para el ser humano, es que aquí y ahora no vemos las consecuencias. Para ver los efectos habrá que preguntar a nuestros descendientes o viajar a continentes donde la mano de obra es más barata y la legislación medio ambiental inexistente.

Otro ejemplo es la encrucijada que supone el uso de la energía que proviene de los combustibles fósiles. La revolución industrial, alimentada por la energía de seres vivos enterrados hace millones de años, creó los cimientos de una civilización consumista cuyo becerro de oro es el crecimiento ilimitado. Adictos al subidón de una energía aparentemente “gratis” e ilimitada, los poderes facticos que más se han beneficiado y que dirigen el devenir de las cosas, han querido creer que la aritmética de lo vivo era inexistente o que al menos, podía ser manipulada. Desde la ignorancia a la negación, estamos ahora en una fase de lento despertar, ante la implacable aritmética de un sistema complejo donde nada ocurre ajeno a la totalidad. Liberar toneladas de dióxido de carbono, que fueron enterrados en los tejidos de seres vivos, hace millones de años, cuando las temperaturas eran mucho más altas, tiene una aritmética clara. El hecho de que sus efectos estén diferidos en el tiempo, no los hace menos reales.

Para que la aritmética de lo vivo funcione a escala global, ha de funcionar a escala celular. La emergencia de lo complejo no ha supuesto hipotecar las piezas más simples y ancestrales que residen, por ejemplo, como células en nuestro cuerpo. Más bien lo contrario. Ellas forman los pilares y la argamasa sobre la que fluyen los procesos más complejos. Del mismo modo cada pieza mantiene parte de su integridad y vela por su entorno más inmediato adecuando sus respuestas adaptativas a los efectos que genera sobre el entorno. Esto, forja sistemas fuertes y resistentes desde la base, interconectados y retroalimentados en todos sus niveles de organización, y propicia que puedan emerger nuevas propiedades en un puzzle de complejidad creciente.

El libro de la vida nos desvela generosamente esta, e infinidad de lecciones, que nos marcan las claves sobre como relacionarnos, de la forma más acertada y saludable, con el mundo y nosotros mismos. La sociedad moderna se quebrará bajo el peso de su propio crecimiento insostenible, si no atiende las necesidades de lo local. Cada pueblo y municipio alberga, de forma análoga, las células del organismo complejo de una sociedad global. A escala local contamos con la sabiduría rural de pueblos diversos -ganaderos, trashumantes, agrícolas, pescadores, cazadores, recolectores- cercanos y sensibles a la idiosincrasia de su entorno más inmediato. Ellos son los únicos y mejores custodios de estas unidades cardinales, socioeconómicas sostenibles, que se integran en un todo más complejo. Muchos de ellos aún perviven al unísono de los ciclos y procesos naturales y en ellos reside la única y verdadera oportunidad de construir una sociedad de futuro, enraizada en la realidad de la aritmética de lo vivo. En su memoria y costumbres palpita aún, un reflejo fidedigno de un hombre integrado en el puzzle de la vida. Un ser vivo autosuficiente que percibe e integra en su cultura, la plasticidad del que lleva milenios adaptándose a un entorno con el que es uno.

Si el hombre moderno se escinde de sus raíces, el tronco y las ramas del desarrollo caerán por su propio peso. En fortalecer lo local, en las sociedades cercanas a la tierra están las raíces de una sociedad fuerte y sostenible. En la sabiduría de la causa y el efecto aquí y ahora sumado a la inteligencia de indagar en el pasado y vislumbrar el futuro debería estar la grandeza del ser humano.

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