La deriva de la Autoridad Palestina (AP) hacia un régimen autoritario y cómplice necesario de la ocupación israelí, no es nada nuevo. De hecho, poco después de la catastrófica firma de los Acuerdos de Oslo en 1993, se pudo apreciar claramente el papel que las potencias occidentales e Israel habían otorgado a la entonces Autoridad Nacional Palestina. En la práctica, el famoso apretón de manos entre Arafat y Rabin, con el tiempo, supuso en realidad el primer paso para la instauración de un nuevo régimen de Vichy en el que el régimen sionazi otorgaba limitados poderes a los colaboracionistas palestinos, siempre que se ocuparan de hacerles el trabajo sucio.
En resumidas cuentas, el contrato de Oslo los obligaría a la eliminación de la resistencia armada, a la anulación de todo aquel que cuestionase la legitimidad de la ocupación sionista de Palestina, a la protección de las colonias judías en Cisjordania y a la aniquilación de quienquiera que se atreviera a cuestionar la verdadera naturaleza de la Autoridad Palestina.
A cambio de vulnerar los derechos y libertades de los palestinos, los funcionarios de la AP reciben un sueldo, pagado por Israel (eso sí, de los impuestos cobrados a los palestinos) y los países del Golfo. Además, las fuerzas represivas reciben armas y entrenamiento por parte de Estados Unidos y otros países árabes. Así, Abbas se ha convertido en una burda réplica del Mariscal Pétain durante la Segunda Guerra Mundial, un títere del nazismo. Un facilitador de la ocupación.
Es muy probable que cuando pase cierto tiempo y se descubran, filtren o desclasifiquen algunos documentos, nos enteremos de hasta dónde los líderes de la Autoridad Palestina estuvieron comprados al servicio de la ocupación. Nadie en su sano juicio puede pensar aún que el futuro de Palestina está en los Acuerdos de Oslo. Máxime cuando este establecía un periodo interino de 5 años para establecer un acuerdo permanente basado en la resolución 242 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que exigía la retirada de todos los territorios ocupados en la guerra de 1967. Han pasado 28 años y nada de esto se ha cumplido.
Pero además, el régimen de Israel se está anexionando la mayoría de los territorios que ocupó en la Guerra de los Seis Días, por lo que, de facto, Oslo ya es inviable. Literalmente, no queda sitio para un futuro estado palestino junto al engendro colonial de Israel. ¿Por qué entonces la Autoridad Palestina se siente atada a esos acuerdos? ¿Tanto les pagan por traicionar a su pueblo? ¿Pueden sentirse orgullosos de trabajar como carceleros en los campos de concentración organizados por Israel? ¿Qué más hay que no sepamos o que no pueden contarnos para justificar tal dislate?
Detenciones ilegales, torturas, asesinatos, desapariciones, encarcelamientos, delaciones y señalamientos a las fuerzas militares del régimen sionista para detener o asesinar a miembros de la resistencia están en el haber diario de la Autoridad Palestina. Sus cárceles tienen fama de ser aún peor que las de “Israel” y el trato a sus compatriotas mucho más cruel e inhumano, si cabe. En los territorios bajo su influencia no existe la libertad de expresión, ni la de prensa. No han convocado elecciones desde 2006, entre otras razones porque Al Fatah las va a perder frente a Hamas, como ya sucedió en esas fechas. Solo mantienen el poder porque así lo quieren Estados Unidos e Israel, no porque ese sea el sentir mayoritario del pueblo palestino, que hace mucho que ha optado por apoyar a la resistencia frente al colaboracionismo.
Pero esta vez han ido demasiado lejos. Al asesinar a finales del pasado junio a un popular YouTuber, Nizar Banat, que denunciaba la corrupción endémica en la Autoridad Palestina, han cruzado todas las líneas rojas. Él también había denunciado las políticas de «coordinación de seguridad” con Israel y había pedido el cese de su financiación internacional, por causa de las reiteradas vulneraciones a los derechos humanos. Nizar fue sacado brutalmente de su casa a las 3 de la mañana, por miembros de la seguridad de la AP, quienes lo golpearon hasta la muerte, comunicada pocas horas después. Sus ejecutores afirman que fue un intento de detención que salió mal, pero antes de salir de la cama, ya estaba muy malherido por los golpes propinados con barras de hierro en la cabeza, como así afirman los testigos presenciales del asalto.
Las manifestaciones de repulsa organizadas en varias ciudades en protesta por esta ejecución política fueron reprimidas con más violencia, con más heridos y más detenciones. Sus participantes gritaban consignas contra Abbas y contra la Autoridad Palestina. El abismo que se está abriendo entre el pueblo palestino y sus supuestos dirigentes es cada vez más amplio e insalvable. Muchos hablan abiertamente de que es el fin del régimen corrupto que ha vendido la causa palestina por un puñado de dólares.
Pocos dudan ya, que si hay un futuro para Palestina, este pasará, sí o sí, por el fin del engendro político nacido de la capitulación de Oslo.
Juanlu González