Desde que nos arrebataron por la fuerza la libertad que legítimamente estábamos construyendo para las próximas generaciones e impusieron su verdad y represión a través de la religión como mecanismo para justificar sus atrocidades, no hemos sido capaces de quitarnos de encima la presencia de fantásticas historias que miles de vidas ha quitado en su nombre a lo largo de los siglos.

La religión y la educación

La religión fue uno de los pilares fundamentales sobre los que se construía la dictadura y mediante la cual, como si de una epidemia se tratase, se colaba en todos los ámbitos de los ciudadanos que entonces vivían bajo la imposición franquista. Ahora, más de cuarenta años después de la pesadilla que gran parte de la población actual tuvo que sufrir, seguimos teniendo los restos de lo que en su día dictaba hasta la más mínima norma social e institucional metidos en los servicios públicos, como la educación.

Sacar la religión de las aulas ha sido una proclama histórica por parte de la izquierda que ya se exigía cuando el PP y el ministro Wert metían mano en la educación pública para degradarla en beneficio de la privada. Algo que debería estar relegado al ámbito privado y personal ha acabado por quitar horas de aprendizaje de otras materias que pretendían sustituir a la religión y que apuntaban a ser mucho más útiles y trabajar la tolerancia hacia el resto de religiones. Con esto no debemos caer en la trampa de querer que otras vean también una oportunidad en los colegios para poder expandir sus postulados alejados de la realidad científica y demostrable. Que la religión tenga un espacio propio en los colegios no es progreso, independientemente de cualquiera que sea dicha religión y por mucho que se nos quiera hacer creer sólo es bailarle el agua a quienes tienen interés en meter la religión en los centros de estudio.

La Iglesia como institución

No obstante, y yendo más allá de lo que es la religión per se, la vinculación de la Iglesia con la presencia en la educación y otros muchos delitos cometidos en el marco religioso es esencial para poder entender la relación de los abusos perpetrados y réditos o privilegios que por medio de la religión obtiene. Todo ello no podría ser concebido sin tener claro cuál es el objeto principal con el que las instituciones —en las que la presencia del clero es cuanto menos abundante— aprovechan las herramientas que esta misma les brinda. Dentro de estos privilegios y herramientas encontramos un trato distinto a la religión cuando hablamos de la relación con el franquismo, aunque no distinto a los elementos del Estado español que se identifican con él sino a quienes por el lado contrario denuncian su inclinación por las figuras y actores más reaccionarios. A ellos sí que les cae el peso de la ley y la represión.

Las razones por las que muchos ciudadanos españoles —entre los que también se encuentran numerosos creyentes— renuncian a la Iglesia y a sus continuos atropellos radican en la forma de actuar que tiene la institución eclesiástica. Los casos más sonados en este aspecto son aquellos en los que decenas de pederastas han abusado de los niños de forma continua sin apenas represalias. El pasado abril de este año El País publicaba que la Iglesia reconocía, por primera vez, 220 casos de abuso en los últimos 20 años. De aquí salen 872 víctimas y 364 clérigos acusados de cometer dichos delitos. Un problema sistemático que no ha tenido en ningún momento una solución acorde a la magnitud del asunto y que siempre se ha tratado de ocultar. La devoción por la Iglesia es cada vez menor y, si además de los casos de pederastia le sumamos el régimen fiscal por el que se rige, nos queda una institución difícil de defender.

Dichas exenciones fiscales en las que se ampara la Iglesia están también blindadas por un mecanismo de compensación que permite recuperar lo perdido en los impuestos que se le puedan establecer. Y esto, evidentemente, lo paga el Estado.

Más allá de la acumulación de dinero que tienen a raíz del poder otorgado por el dictador, la lacra que supone para la sociedad española el comportamiento de una institución que utiliza la religión para hacer, precisamente, lo que va en contra de sus postulados, acaba repercutiendo en aquellas personas que ven como quienes dicen que han de tener fe en las decisiones de su Dios se llenan los bolsillos y acaban acumulando 872 conocidas en estos últimos 20 años, entre otras muchas cosas. Y todo ello sin entrar en lo que la propia religión establece y cuál es la utilización que el sistema económico social le da.

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