Rafael Silva Martínez


“La Curia nunca ha podido aceptar que la homosexualidad se descubre y no se elige por pura perversión, porque hacerlo implicaría poner patas arriba su propia doctrina. Si los gays nacen y no se hacen, ¿cómo explicar que Dios, omnipotente y omnisciente, creara al mismo tiempo seres humanos ‘naturales’ y ‘antinaturales’? ¿Se despistó el Creador en algún momento? ¿Debería haber trabajado también el séptimo día y poner más atención a sus figuritas de arcilla en vez de echarse la siesta?”

(Juan Carlos Escudier)


La Iglesia Católica española quiere para sus Seminarios aspirantes célibes “varones”. Vamos, que no tengan dudas sobre su orientación sexual. Y esto lo dicen públicamente y sin despeinarse un pelo. Llega hasta hoy día, en pleno siglo XXI, la obsesión de la Iglesia por los homosexuales. Sus Obispos más “hooligans” vierten discursos absolutamente insultantes e indignos desde sus púlpitos. Y no pasa nada. Hasta el propio Papa Francisco (tan “progre” como aparenta) declaró en cierta entrevista que los padres de hijos/as que notaran estas tendencias deberían llevarlos al psicólogo. Y se quedó tan pancho. Y es que en el seno de esta Iglesia Católica, Apostólica y Romana, aún se considera a los homosexuales, en general a todo el colectivo LGTBI, como auténticos depravados. Para la Iglesia estas personas sufren “conductas desordenadas”, absolutamente “contrarias a la ley natural”, y por ello, no permite que entren a formar parte de sus futuros miembros. Pues mire usted por dónde, yo creía que vivía en un país que tenía una Constitución que declaraba solemnemente que no se podía discriminar a nadie por razón de (…) “o por cualquier otra circunstancia de carácter personal o social”. ¡Qué mal lleva esto la Iglesia! El portavoz de la Conferencia Episcopal tuvo que pedir disculpas posteriormente por estas declaraciones.

Pero dejemos la predilección por los “varones” de nuestra Conferencia Episcopal, y vayamos a lo del celibato. Manda bemoles, con lo que ha caído y está cayendo en torno a la cantidad de escándalos de abusos sexuales que ha cometido esta institución, que aún insistan en la idea del celibato. El celibato en cualquier confesión religiosa debería ser algo íntimo, privado y opcional. Pues nada, aquí están nuestros Obispos pidiendo todavía célibes para ingresar a su institución, en el año 2018. “¡Y lo que te rondaré, morena!”, como decimos en mi tierra. ¿Es que no se dan cuenta de que el celibato es en sí mismo una aberración? ¿Es que no son capaces de imaginar que un alto porcentaje de los abusos sexuales cometidos por los religiosos podrían haberse evitado si no existiera la imposición del celibato? El celibato es una represión del instinto sexual, sea voluntario o impuesto. Y cualquier represión de los instintos es una herramienta peligrosa. No es conveniente jugar con ella. Estoy seguro de que si la Iglesia permitiera a los candidatos a curas y a los curas que ejercen que pudieran tener relaciones sexuales, casarse, tener hijos, etc., es decir, llevar una vida sexual sana, los casos de abusos sexuales serían mucho menores. De hecho, como recoge de forma histórica y documentada Pedro Guerrero en este artículo, no fue hasta el siglo XVI, en el famoso Concilio de Trento, cuando se establece que el celibato y la virginidad son superiores al matrimonio.

Por no hablar ya de los aberrantes casos que han ocurrido donde el Obispado de tal o cual ciudad ha expulsado a algún/a profesor/a de religión de cierto instituto, porque se ha enterado de que dicha persona llevaba “una vida personal o social discordante con la doctrina de la Iglesia”. Absolutamente inaudito. En la inmensa mayoría de estos casos que han sido denunciados por las personas afectadas, la justicia ha dado la razón a los demandantes, habiendo tenido la Iglesia que readmitirlos en sus puestos de trabajo. Y es que dentro de la jerarquía católica imperan una hipocresía, un cinismo y un estado de contradicción permanentes, además de una ignorancia absolutas. ¿Pero qué vamos a esperar de esta Iglesia, que jamás ha ido en sintonía con los valores democráticos, de justicia y de progreso social de nuestra sociedad? ¿Qué vamos a esperar de esta Iglesia, que bendijo la “Cruzada” franquista, que se opone frontalmente a cualquier avance en la igualdad entre hombres y mujeres (denominándola despectivamente como “ideología de género”), que se dedica a “inmatricular” (una forma legal de robar) todo tipo de propiedades del pueblo, que vive a costa del erario público (mediante todo tipo de privilegios, ventajas fiscales, exenciones tributarias…), o que mantiene el control del ámbito educativo (difundiendo su perversa moral a nuestros escolares), entre otras tropelías? Está bien claro que no se puede esperar otra cosa.

 

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