El frío ya ha llegado y con él toda una época en la que las Navidades crean en la gente una necesidad de comprar, gastar y cuya felicidad depende en numerosas ocasiones de todo lo comprado o adquirido. Nada más lejos de la realidad, poco tiene que ver con la Navidad per se y «la magia» que esconde esta época, sino que está más relacionada con todo un consumismo acorde al sistema económico en el que nos desarrollamos y que provoca unas desigualdades tamañas dentro de la sociedad. Un sistema basado en la expoliación que pueda permitir que Occidente continúe con su nivel de vida mientras esconde detrás una realidad completamente distinta.
Las Navidades también traen consigo un período de desempleo estacional que disminuye a raíz de la necesidad creada de consumir de forma constante y disparatada y que tan sólo tiene su razón de ser en la frenética vida que Europa desarrolla tan pronto como se ponen las luces de Navidad. No obstante, este empleo ni mucho menos indica una mejoría de las condiciones de los trabajadores, como tampoco es síntoma de que el mercado laboral se encuentre mejor que hace dos meses, sino que dicha recuperación tan sólo está directamente relacionada con la estación del año al contrario de lo que políticos y representantes en el gobierno nos intentarán hacer creer, tal y como sucede cada septiembre o cada febrero cuando el verano y el invierno acaban y conocemos los datos absolutos de la temporalidad, precariedad e incertidumbre a la que se enfrentan quienes han de encadenar trabajo tras trabajo después de dichas estaciones.

La temporalidad y la precariedad del mercado laboral español
Asimismo, la temporalidad es con lo que precisamente trata de acabar el gobierno con la nueva reforma laboral —que no derogación— y sobre la que gran parte de la izquierda no tiene muchas esperanzas. El problema, de hecho, tiene números que lo ponen de relieve, como que la tasa de temporalidad del mercado laboral español es 11,1 puntos superior a la media europea y uno de cada cuatro contratos firmados en mayo tenían menos de una semana de duración, tal y como publica RTVE a mediados de este año. Ahora, con casi el año terminado, las expectativas de futuro de los trabajadores de salir de la precariedad, e incluso de la pobreza, apenas han aumentado. La incertidumbre que causa y que impide construir una vida alrededor de un sustento que debería ser permanente afecta a las personas en la gran mayoría de sus esferas y ámbitos y teniendo, como consecuencia, titulares que culpan a las mujeres de la baja natalidad en España cuando hay quien cobra tres euros la hora y no se puede ir de casa de sus padres hasta pasados los treinta.
Lo que desde luego no va a solucionar el problema que vive el mercado laboral es la Navidad, esa época de magia y color donde algunos aprovechan para sacar a relucir su calidad como persona ofreciendo trabajos en condiciones semiesclavas sin un gobierno capaz de regularlo. Donde el comercio y transportes contratan de forma masiva, según los sindicatos, pero tan sólo corresponden a un par de meses en los que además han de hacer el trabajo de dos o incluso tres personas. Aquí no sólo hablamos de bajos salarios, sino de horas extras no pagadas, trabajo en negro, trabajo precario y con unas condiciones que minan, por completo, la salud de quien decide aceptarlas porque no le queda otra opción.
El futuro con la modificación de la reforma laboral pretende acabar con la temporalidad tal y como se pide desde Europa, pero dicha modificación es cuanto menos poco ambiciosa y no supera, ni mucho menos, los derechos adquiridos y que se nos quitaron al llegar la crisis. El despido, la jubilación o la temporalidad, tal y como venimos diciendo hasta ahora, son los pilares que reclaman una mejora desde la sociedad civil y que se juntan con el problema de la subcontratación o que el convenio de empresa prime frente al sectorial, algo que sí pretenden revertir desde Moncloa.
No obstante, incluir a la patronal y empresarios en la negociación con los trabajadores es como incluir al asesino y víctima en una misma conversación en la que se decide cómo se desangrará y cuánto sufrirá. Los trabajadores, los creadores de la riqueza, son quienes tienen en tela de juicio sus derechos y no quien está luchando para convertir, todavía más, sus privilegios en una máquina de hacer dinero. La maximización de los beneficios es, en este caso, a costa de los mismos que exigen derechos básicos, como un salario que les permita vivir contra una incertidumbre que infesta el mercado laboral y un gobierno que da soluciones pobres.