Desde 1967, Israel ha ocupado gran parte de los Altos del Golán, una región de alto valor estratégico ubicada en Siria. En 1981, el gobierno israelí decidió anexionar formalmente esta región, una decisión que no ha sido reconocida por la mayoría de la comunidad internacional. Ahora, el primer ministro Benjamin Netanyahu redobla su desafío al derecho internacional al declarar que “el Golán será parte de Israel por la eternidad”.
La justificación de la seguridad nacional se usa como excusa para una ocupación militar permanente.
En los últimos días, el gobierno de Israel ordenó el despliegue de tropas en una zona buffer previamente desmilitarizada bajo supervisión de la ONU. Este movimiento incluyó bombardeos sobre lo que describió como arsenales de armas del régimen sirio. Sin embargo, estas acciones también han implicado la toma de posiciones militares clave y un endurecimiento de las defensas en el área. Netanyahu asegura que estas medidas son esenciales para la seguridad y soberanía de Israel.
La ONU ya ha condenado el movimiento como una violación directa del acuerdo de desescalada firmado en 1974 entre Israel y Siria tras la guerra del Yom Kippur. Este acuerdo prohibía cualquier actividad militar en la zona de separación, algo que ahora ha quedado en el papel. La ocupación no es sólo una cuestión de fronteras; es un recordatorio constante de que el equilibrio internacional está en manos de quienes tienen la fuerza militar, no la razón.
En este contexto, Jordania, vecina clave en la región, y otros países como Arabia Saudita, han calificado estas acciones como sabotaje y una continuación del desprecio de Israel hacia las normas internacionales. Mientras tanto, Estados Unidos ha pedido que el movimiento sea “temporal”, aunque sin establecer un cronograma claro.
La política de hechos consumados pone en jaque a las posibilidades de estabilidad en Oriente Medio.
La región está sumida en una inestabilidad creciente desde la caída del régimen de Bashar al-Asad, quien huyó a Rusia en las últimas semanas. En este caos, actores como Turquía, Estados Unidos e Israel han intensificado su presencia militar y política. En el caso de Israel, los recientes bombardeos han destruido convoyes de armas destinadas a Hezbollah, pero también han golpeado infraestructuras claves como el aeropuerto militar de Mezzeh en Damasco.
Esta intervención no se puede desvincular de las acciones históricas de Israel en Siria desde el inicio de la guerra civil en 2011, que incluyen cientos de ataques aéreos con el pretexto de contener la influencia de Irán y sus aliados. El Golán no es solo un territorio ocupado; es un tablero de ajedrez donde Israel consolida su posición como potencia regional a costa de la soberanía de otros.
En paralelo, la población local, incluyendo a las comunidades drusas, enfrenta nuevas restricciones impuestas por las fuerzas israelíes. El derecho de autodeterminación queda relegado en un escenario donde la violencia y el control militar dictan la realidad.
Con el avance israelí en el Golán, queda claro que las normas internacionales y los acuerdos de paz son, para algunos, simples trampas de papel que se ignoran cuando no convienen. Esto no solo pone en peligro a Siria, sino que también establece un peligroso precedente global. Si una potencia puede anexar y militarizar territorios bajo el pretexto de seguridad, ¿quién será el siguiente en cruzar esta línea roja?
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