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La paradoja del buen sueldo sin hogar

Aunque los salarios crezcan, acceder a una vivienda digna se convierte en una quimera.

El mercado inmobiliario en España está diseñado para expulsar, no para acoger. Incluso quienes logran superar la barrera de la media salarial y cuentan con sueldos competitivos encuentran imposible acceder a una vivienda en ciudades clave como Málaga, Madrid o Barcelona. El problema ya no afecta solo a los colectivos más vulnerables, sino que también ahoga a quienes, teóricamente, deberían tener asegurado un techo.

En Málaga, epicentro de la innovación tecnológica andaluza, el panorama es desolador. El parque tecnológico de la ciudad, que genera el 8% del PIB provincial, está perdiendo capacidad de atracción de talento. Hace una década, el 80% de los profesionales vivía en el área urbana; ahora, menos de la mitad puede permitirse esa posibilidad. La alternativa, desplazarse al extrarradio, supone horas perdidas en transporte y un empeoramiento general de las condiciones de vida.

La escasez de vivienda asequible no es un fenómeno exclusivo de Málaga. Madrid y Barcelona presentan tasas de alquiler que absorben más del 50% del ingreso medio de sus habitantes. En un informe reciente, el Banco de España alertó de que la falta de movilidad laboral causada por los precios de la vivienda no solo tiene un impacto social, sino que también está mermando el crecimiento económico. “Hay trabajadores muy productivos que querrían trasladarse a determinadas zonas, pero no pueden hacerlo. Eso limita la capacidad de crecimiento del país”, afirmó Ángel Gavilán, Director General de Economía y Estadística.

La situación actual desvela una paradoja brutal: incluso los empleos mejor remunerados no son suficientes para garantizar una vida digna. El modelo económico parece centrado en engordar las estadísticas del PIB, ignorando las condiciones materiales de quienes lo sostienen.

EL FALSO REMEDIO DE LOS SALARIOS ALTOS

Ante la crisis habitacional, muchas empresas intentan reaccionar subiendo sueldos. Pero esta estrategia, lejos de solucionar el problema, alimenta una espiral inflacionaria que beneficia a los especuladores y perjudica a la clase trabajadora. Los sectores más afectados, como el tecnológico o el industrial, ven cómo sus costes se disparan, reduciendo la competitividad y agravando el problema estructural.

Jose Antonio Galdón, presidente de COGITI, advierte de las consecuencias a largo plazo: “Las empresas no pueden competir si sus costes laborales aumentan sin control. Al final, esto repercute en una economía menos productiva y más desigual.”

El trasfondo es claro: no se trata de falta de vivienda, sino de una distribución profundamente injusta. En España, más de 400.000 viviendas permanecen vacías porque son usadas como inversiones especulativas o dedicadas exclusivamente al alquiler turístico. Mientras tanto, quienes trabajan para sostener la economía se enfrentan a la precariedad habitacional como norma.

El caso de Málaga ilustra esta realidad con crudeza. El coliving que se espera inaugurar en 2025 en el parque tecnológico es una medida paliativa que no ataca el problema de raíz. El hecho de que profesionales altamente cualificados necesiten recurrir a soluciones colectivas para encontrar un techo habla del fracaso del modelo inmobiliario actual.

El problema no es solo el acceso a la vivienda. Es la perpetuación de un sistema que prioriza los beneficios especulativos por encima del bienestar de las personas. Un sistema que pone a competir a profesionales cualificados con fondos de inversión y plataformas turísticas. Y en esa competición, las y los trabajadores siempre pierden.

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