La devastadora DANA que golpeó la Comunitat Valenciana a finales de octubre dejó tras de sí un panorama desolador: pueblos enteros arrasados, cientos de personas desplazadas, familias que lo han perdido todo y municipios paralizados en la desesperación. Frente a esta tragedia, la respuesta de las instituciones ha sido, como de costumbre, lenta, burocrática y, en muchos casos, insuficiente. Mientras el gobierno regional calcula, los vecinos y vecinas actúan. La iniciativa “Recapte de Germanor“, impulsada por La Cantina de Ruzafa, pone de manifiesto el contraste entre la solidaridad de la gente común y la inoperancia de un sistema que debería protegerles.
En lugar de esperar a que las ayudas lleguen, personas voluntarias ya están distribuyendo 2000 raciones diarias a los afectados, incluyendo 900 platos calientes y 1100 bocadillos. En medio de la crisis, son las cocineras, los pinches y los y las voluntarias quienes levantan la carga que deberían asumir las administraciones. A través de una red de apoyo y colaboración, esta iniciativa demuestra que, cuando el sistema falla, la sociedad civil responde. Y, sin embargo, esta es una realidad que incomoda a aquellos que prefieren mantener la imagen de un Estado fuerte y protector. Mientras se anuncian fondos y planes de ayuda en conferencias de prensa, la realidad en las calles nos cuenta otra historia: la historia de quienes realmente sostienen a esta sociedad.
El trabajo coordinado por Eva Davó y Jaume Vila, junto a un equipo de personas voluntarias, es un grito de esperanza pero también una denuncia implícita. La iniciativa no solo aporta alimento a las y los damnificados, sino que destapa una profunda carencia estructural. En una sociedad que prioriza el beneficio económico por encima de la vida y la dignidad, la ayuda a los más vulnerables se convierte en responsabilidad de quienes menos tienen. Esto no debería ser así. Pero mientras las instituciones se parapetan detrás de trámites y procedimientos, las personas se organizan y actúan.
“Recapte de Germanor” es una muestra clara de que la solidaridad no es un valor de mercado, sino una respuesta genuina y humana ante la catástrofe. Las y los voluntarios que conforman esta cadena de ayuda se han lanzado a las calles para hacer lo que el sistema ha sido incapaz de ofrecer: un apoyo real, directo e inmediato. Esta iniciativa no solo alimenta estómagos, sino también una idea mucho más revolucionaria: las personas organizadas son capaces de suplir lo que las instituciones privatizadas y deshumanizadas no pueden o no quieren ofrecer.
Frente a cada plato de comida que se entrega, surge una pregunta incómoda: ¿dónde está el dinero de nuestros impuestos? ¿Por qué seguimos soportando que los recursos públicos se destinen a intereses privados mientras la gente sigue siendo vulnerable? En lugar de destinar recursos suficientes para proteger a quienes más lo necesitan, el sistema capitalista se dedica a concentrar la riqueza en manos de unos pocos. Las y los afectados no necesitan promesas ni discursos; necesitan acciones concretas, y esas acciones no provienen de quienes ostentan el poder, sino de personas comunes, de quienes tienen la empatía y la disposición para hacer lo que es justo.
Con aportaciones económicas de 5, 10 o 20 euros, La Cantina de Ruzafa ha logrado movilizar recursos que muchas administraciones no han sabido gestionar. Cada euro invertido por la comunidad para apoyar a las víctimas de esta catástrofe es una denuncia tácita contra quienes manejan los fondos públicos sin verdadera transparencia ni responsabilidad social. La desconfianza en el sistema no surge de la nada; es fruto de un modelo que ha dejado de ver a las personas como su prioridad.
Esta iniciativa es más que un acto de caridad. Es una manifestación de resistencia contra un modelo económico que pone el beneficio por encima de la vida. Es un recordatorio de que la solidaridad y la fraternidad no están en venta.
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