Dr. Juan Ignacio Codina
En este mundo tan postmundial en el que vivimos, conceptos filosóficos como el de verdad están muy minusvalorados. No, no se me asusten, respiren aliviados, pueden seguir leyendo, que este artículo no va de Filosofía, sino de verdades. Resulta que, hoy en día, todo se pone en tela de juicio y es susceptible de ser discutido, ya sea en las barras de los bares o en las redes sociales que, por cierto, vienen a ser una misma cosa. Y es que no sé si se habrán dado cuenta, pero las redes sociales se han convertido en una enorme barra de bar en la que todos apoyamos nuestro codo para dar una opinión, ya sea serenos o borrachos —madre mía, la verdad es que la mayoría de los que hay por ahí opinando parece que estén borrachos, eso sí, de odio y de ira—. El problema viene cuando, ebrios o despejados, confundimos la verdad con una simple opinión. Es decir, cuando los datos, los hechos y lo objetivo se discuten, y no precisamente con otros datos o hechos, sino con meras opiniones.
Y esto es, precisamente, lo que envuelve a las mentiras que rodean al mundo de la caza. Falsedades que se han repetido tanto que, con el tiempo, parecen ser tenidas como cosa cierta. Vayamos por partes. Según el diccionario de la RAE, cazar es, literalmente, «buscar o perseguir aves, fieras y otras muchas clases de animales para cobrarlos o matarlos». Así de sencillo. He aquí una de las grandes verdades de la caza: la única finalidad que tiene es la muerte y la sangre. Tan simple como eso. Que se lo digan sino a los de la Real Academia Española, que son muy listos, y seguro que algunos de ellos también son cazadores, aunque sea de neologismos y vocablos, que es otro tipo de caza pero, claro, mucho menos divertida, porque, salvo disputas por un sillón, no suele acabar con nadie muerto.
Puestos a decir verdades, ahí va otra gran verdad de la caza: los cazadores no son ni los centinelas del medio ambiente ni los que equilibran los ecosistemas ni los que preservan la biodiversidad, como ellos pretenden hacernos creer. Basta ya. Muy al contrario, son los primeros que atentan contra la naturaleza, a tiro limpio. Los cazadores —los que persiguen animales para matarlos «por oficio o por diversión», RAE dixit— llevan mucho tiempo tratando de blanquear sus sanguinarias “diversiones” haciéndonos creer que ellos, los de las escopetas y los del plomo, son indispensables para la correcta regulación de los ecosistemas. ¿Pero, cómo es esto posible? Sí, hombre, si hasta han llegado a decir que son grandes ecologistas. Y, aunque a algunos ecologistas no les moleste, a mí, como defensor de los hábitats —incluyendo a los seres individuales que los habitan—, los ojos me hacen chiribitas cada vez que leo estas paparruchas que avergonzarían a cualquier persona medio normal. Sí, son “ecologistas”, pero de los de gatillo fácil, de los del plomo en sangre, de los de las diversiones más bárbaras.
Otra gran verdad: durante siglos, los cazadores —y sus poderosos lobbies— se han dedicado a acabar con las especies apicales, los llamados superpredadores, tales como lobos, osos, águilas, linces…, porque en este mundo solo puede haber un superpredador vivo, y ese es el de las escopetas. Así es. Faltaría más, solo puede quedar uno. Por ello, los cazadores han ido eliminando, digamos, toda competencia posible. Si los lobos se comen al venado, entonces ¿el cazador a quién va a cazar? Muerto el venado, se acabó la diversión, y hasta ahí podíamos llegar. Exterminemos al lobo, y así podremos ser nosotros quienes cacemos al venado, y al lobo. Qué divertido. Es lo que tiene ser el rey de la Creación. Y así con todo. Hay diferencias, claro: el lobo caza al venado no por diversión, sino por necesidad. ¿Y el cazador…?, ya lo dice la RAE, busquen en sus diccionarios, busquen.
Esta es una de las grandes verdades de la caza que tanto incomoda al todopoderoso lobby de los cartuchos. Llevan siglos alterando los ecosistemas, y ahora van dándoselas de equilibradores, de ecologistas, de ser los salvadores de la biodiversidad. Vivir para ver. Es una mentira que se caza al vuelo, nunca mejor dicho.
Hace algunos años, en mi trabajo como periodista, realicé algunos hallazgos significativos. Por ejemplo, en los años 60 del pasado siglo, los cotos de caza y las sociedades de cazadores se dedicaban a contratar, cada año, al mejor alimañero de España. Este hombre, al que se lo rifaban, se dedicaba a lo suyo: a hacer de alimañero, que para alimaña ya está el ser humano. En fin, prácticamente cada día, la prensa local —ahí están las hemerotecas, benditos templos del saber— anunciaba las “hazañas” de este superpredador profesional. Así, se podían leer noticias como “hoy, en la finca de tal, o en el coto de cual, el alimañero ha atrapado, y matado, a siete martas, a cuatro zarigüeyas, a una milana…”. En fin, que esta pieza se ganaba su sueldo, a sangre fría. Así, cuando empezaba la temporada de caza, los cazadores no tenían competencia. Muertos todos los depredadores, solo quedaba uno, el cazador. Y es que cualquiera compite contra una escopeta, o contra un alimañero.
En otras zonas de España no solo eran perseguidas martas o zarigüeyas, sino también lobos, osos o linces. En definitiva, había que acabar con cualquier superpredador que se atreviera a arrebatarles a los cazadores su diversión. Y esto sigue siendo así hoy en día. Por tanto, primera gran mentira de la caza: este entretenimiento altera los ecosistemas eliminando a las especies que están en lo más alto de la cadena trófica, un lugar que, por lo visto, sólo puede ocupar, con su trono de cartuchos y de perdigones, el hombre. Dicho de otro modo, si les pilla la Comisión Nacional de la Competencia les mete un buen puro pues, durante siglos, se han dedicado a eliminar, a tiros, a aquellos animales que, por mera necesidad, osaban quitarles sus preciados trofeos.
Hablando de hemerotecas. Recuerdo haber leído, hace ya algunos años, un reportaje que establecía una relación directa entre el inicio de la temporada de caza y el aumento de actividad en los prostíbulos. No me lo estoy inventando. Y no lo digo yo. Ahí queda para quien pueda tener interés y lo quiera cazar.
Ya voy acabando, señoría. Pero no sin antes denunciar otra gran mentira de la caza. ¿Han oído hablar de las granjas cinegéticas? Pues eso. Se crían en cautividad animales “salvajes” para luego ser soltados y cobrar dinero porque la gente vaya a pegarles unos tiros, que para eso están. Jabalíes, corzos, venados, perdices, liebres…, los sueltan y luego dicen que, como hay superpoblación y plagas —recordemos que primero han eliminado a los superpredadores—, tienen que ir los cazadores a “reestablecer” el orden, el mismo orden que ellos mismos antes habían quebrantado. Esto sería como si los mismos que te roban la tienda por la noche luego vienen, a la mañana siguiente, a ofrecerte protección… contra ellos mismos. En fin, recientemente se ha sabido que en España hay más de ochocientas granjas que crían animales en cautividad para luego surtir a los cazadores de diversión. Y a esto lo llaman deporte. Un deporte amparado por federaciones que llevan el “Real” delante, y también detrás.
Y es que la sangre tira mucho, y con sangre me refiero a la sangrienta diversión de la caza. Esto ya lo dijo José Ortega y Gasset, al que de vez en cuando es necesario recurrir. En su obra La caza y los toros, el célebre filósofo escribió, al respecto de la caza, que existe una «punta de embriaguez orgiástica que suscita toda sangre en perspectiva […]». Ahí es nada. Menudas orgías que se montan los cazadores. Y lo decía todo un Ortega y Gasset. Así que, de centinelas de la naturaleza nada. De equilibradores de los ecosistemas, nada de nada. De salvadores del mundo rural, mucho menos. Solo buscan esa “embriaguez orgiástica” que proporciona la sangre en perspectiva. Hay que tener ganas de sangre, y de orgía. No hay más preguntas, señoría.
Esta es la gran verdad de la caza. No hay más. Salir a divertirse matando animales porque, según Ortega y Gasset, eso les proporciona un punto de placer orgiástico. Y así está la cosa. Digno de ser analizado por todo un Sigmund Freud. El resto ya lo conocen. El de la caza es un lobby muy poderoso, en el que hasta los representantes de las más altas instituciones del Estado buscan su puntito de sangriento placer.
Con todo, la verdad, tanto en el diccionario como fuera de él, seguirá siendo solo una: cazar es la diversión de perseguir y matar animales para generar en el individuo un goce embriagador, orgiástico y, como dice el citado filósofo, sangriento, muy sangriento. Y, si no, que se lo pregunten a don José, y a sus circunstancias. Eso sí, en mi opinión se trataría de un goce un tanto rarito, y esto lo digo a falta de un término psiquiátrico más científico y, sobre todo, que no me supusiera una denuncia por injurias, por más que algunas y algunos se merecieran ser injuriados hasta la extenuación por su afición a destrozar vidas por mero placer, como dice la RAE.