Durante la Guerra Civil Española, en la zona republicana, especialmente en Cataluña, Levante y Aragón, tuvo lugar una importante práctica autogestionaria; puede considerarse uno de los experimentos sociales más importantes del siglo XX.

Las colectividades no tuvieron su origen en el Estado, ni en los partidos políticos, ni en vanguardia alguna, sino  que fueron producto de la voluntad popular. Tal y como dijo Abad de Santillán, los órganos de la CNT o de la FAI no marcaron ninguna directriz, la reactivación de la industria, de los servicios, de las tierras, fueron obra de una completa espontaneidad en la que se establecieron nuevas bases. En cada lugar de trabajo, se formaron comités administrativos y directivos formados por los trabajadores más capaces y dignos de confianza. A las pocas semanas del inicio del conflicto, existía ya una economía colectivista vigorosa con una regulación del trabajo y de la producción verdaderamente obrera y campesina. Los medios de producción estaban en manos de los trabajadores.

Puede decirse que, aunque la espontaneidad fuera un factor importante, el éxito de las colectividades descansaba en largas tradicionales comunitarias del pueblo español. Aunque secundadas en ocasiones por la UGT y otros grupos y personalidades republicanos, fueron la CNT y el movimiento libertario los que aseguraron la creación de las nuevas formas de organización económica y social. Gaston Leval, autor de una las obras más importantes sobre el tema, Colectividades libertarias en España, afirmó que los logros del movimiento anarquista no hubieran tenido lugar si no hubieran estado en sintonía con la psicología profunda de, al menos gran parte, de los obreros y campesinos. Otro autor, Daniel Guerin en El anarquismo, dijo que la colectivización no tuvo imposición alguna ni derramamiento de sangre; los campesinos y pequeños propietarios que no quisieron unirse a la obra fueron respetados, aunque luego mucho de ellos se integraron a la colectivización al comprobar las ventajas de la misma. Incluso, se respetaron los derechos de las personas que no se integraron y pudieron utilizar algunos de los servicios de las colectividades.

Recordando las propuestas del anarquismo clásico, hay que decir que la estructura de las colectividades no fue homogénea; algunas estaban cerca del comunismo (se suele poner el ejemplo de la de Naval, en Huesca), pero la mayoría respondieron más al colectivismo. Si en algunas, se abolió la moneda oficial y se crearon bonos equivalentes para el intercambio (más en pueblos de Aragón), en otras se siguió empleando aquella (Levante, Cataluña y Çastilla). En cualquier caso, al margen de las diferencias, lo que prevalecía en las colectividades eran los valores libertarios: solidaridad, apoyo mutuo e igualdad. Se practicaba la fraternidad en beneficio de la colectividad y cada persona debía contribuir al trabajo en la medida de sus fuerzas.

Las colectividades más ricas ayudaban a las más pobres a través de una Caja de Compensación, regional o comarcal, que se encargaba de contabilizar los ingresos de cada obra colectivizada. Estas Cajas, eran administradas por personas nombradas por la asamblea general de delegados de las colectividades. Diversas obras, como las nombradas, recogen los importantes números de estas Cajas, cuyos fondos se obtenían con el producto de la venta de los excedentes de las colectividades más prósperas. Todos los recursos, utensilios, maquinarias y técnicos, estaban al servicio de las diversas colectividades de cada región; no existía aislamiento alguno, sino una importante red solidaria que también unía eficazmente la ciudad y el campo. La obra colectiva y autogestionada, como es lógico, no fue completa; gran parte de la economía quedó al margen de la obra colectivizadora, aunque hay que decir que en esos casos existía al menos cierto control obrero (en bancos y empresas extranjeras, por ejemplo).

Si hablamos de colectivización agraria, la misma tuvo su centro en Aragón y Levante; en menor medida, en Cataluña. En Caspe, el 14 y 15 de febrero se constituyó la Federación de Colectividades de Aragón. Puede hablarse de un 40% de población rural que formaba parte de las colectividades. Las más numerosas y sólidas, en cuanto a solidez de su sistema, fueron las de la región valenciana. En Castilla, se formaron unas 300 colectividades. Puede hablarse de un gran éxito en la autogestión agraria si nos atenemos a los números: las cosechas experimentaron un aumento del 30 al 50%. El régimen colectivista agrario era más integral e intenso que en el caso de las colectivizaciones urbanas e industriales, seguramente por la intervención del sindicato en estos últimos casos; en el caso agrario, hubo una mayor independencia y había cabida para todos lo que quisieran integrarse.

En el caso de las colectivizaciones industriales y de servicios, su foco principal lo tuvieron en Cataluña, aunque hubo también en otras zonas del país. La fábricas de más de 100 obreros fueron socializadas y las de más de 50 también podía hacerse, si así lo pedían tres cuartas partes de la plantilla. En Cataluña, la obra colectivizadora abarcó, además de la agricultura, los sectores más importantes de la industria y los servicios; hay que destacar la notable industria dirigida a la guerra, cuya producción era la menos diez veces mayor que en el resto de la España republicana.

Desgraciadamente, las colectividades despertaron desde el principio el recelo de un gran sector del bando republicano, desde los partidos burgueses hasta el socialista. La mayor hostilidad la tuvieron los comunistas, que dirigieron sus esfuerzos a desprestigiarlas y a tratar de anularlas. Uribe, el ministro de agricultura, boicoteó desde el Gobierno la actividad colectivizadora; así, el decreto que las legalizó, con el objeto de quitar a los sindicatos el control, tuvo su origen en esta persona. En marzo de 1937, grupos de carabineros y guardias de asalto, bien elegidos, iniciaron desde Murcia y Alicante una marcha hacia el norte para apoderarse de Cullera y Alfara y, desde esa posición estratégica, iniciar una represión contras las colectividades. Según Gaston Leval, todo indica que la operación fue montada por el socialista Indalecio Prieto, ministro de la Guerra, que se ponía de acuerdo con los comunistas si se trataba de combatir a los anarquistas.

El 10 de agosto de 1937, fue abolido el Consejo de Aragón, que era uno de los baluartes independientes del movimiento anarquista. Poco después, el general Líster, al frente de la 11 división, arrasaría el 30% de las colectividades de Aragón deteniendo a los miembros más destacados de las colectividades. En el caso de la autogestión industrial en Cataluña, el gobierno central negó sistemáticamente toda clase de ayuda. El gobierno central, de Negrín y los comunistas, publicó el 22 de agosto de 1937 un decreto que anulaba aquel otro de octubre de 1936 que favorecía las colectivizaciones. La guerra finalmente se perdería, pero antes, el movimiento autogestionario, alentado en gran medida por los anarquistas, perdió muchas otras batallas por parte de los que se suponía eran sus aliados contra el fascismo.

Capi Vidal

Bibliografía


Daniel Guerin, El anarquismo (Editorial Altamira, Buenos Aires 1975)

Gaston Leval, Colectividades libertarias en España (Editorial Aguilera, Madrid 1977)

Heleno Saña, Sindicalismo y autogestión (G. del Toro Editor, Madrid 1977)

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