Hace unos días salió un vídeo a las redes sociales donde un niño con trastorno del espectro autista era vapuleado y agredido por niños de su edad. Era un vídeo cruel y despiadado, donde no solo podíamos ver la brutalidad de la agresión sino la pasividad de los/as espectadores/as que contemplaban, reían e incluso grababan.

Ante la viralidad del vídeo, las redes sociales se llenaron de comentarios en contra de la agresión con muchos deseos indeseables que decían cosas como “os merecéis lo mismo”, “ojalá os muráis” y un largo etcétera de similares. Además, las cuentas de Instagram de los agresores y algunos de sus números de teléfono comenzaron a difundirse. ¿Ojo por ojo, diente por diente? ¿Esta es la solución?

Las redes sociales nos han dado el poder de castigar desde casa y, además, nos hemos hecho creer que tenemos el derecho y la capacidad de hacerlo, pero no nos hemos parado a pensar en las consecuencias.

El bullying o acoso escolar tiene muchos puntos de partida, pero la principal es que el sistema educativo está fallando y ante eso nunca nos organizamos. La falta de aprendizaje sobre la gestión emocional y las habilidades sociales nos llevan a estos puntos. La normalización de la violencia y la falta de empatía son el germen perfecto para que este tipo de situaciones ocurran.

Además, la falta de formación del profesorado, no por una cuestión de apetencia, sino porque su propia educación para ejercer no está enfocada realmente a poder realizar una buena intervención en el medio hace que en muchas ocasiones no pueda frenarse esta situación de forma correcta. Que la formación del profesorado en estos temas dependa de su tiempo libre y dinero, implica que algo no se está haciendo bien.

Catapultar a un grupo de chavales que no eran conscientes de la dimensión del problema, no es la solución. Condenarlos a la horca pública y llenarles las redes sociales de odio no es una solución, solo les enseña a enfrentar un problema con más violencia de la que ya habían ejercido contra su ‘compañero’.

Debemos ser capaces de abordar las problemáticas de diferentes maneras, desde la gestión del conflicto y el amor. Si pretendemos acabar el odio enseñando más odio, solo estaremos dando más razones para ello. Esos niños no necesitan que el mundo les rechace, necesita que el mundo les haga partícipes de lo colectivo, de la sociedad y de los derechos humanos. Acogerles y educarles es nuestro deber. Marginarlos en un rincón de la sociedad por violentos y malas personas solo hará que esta situación nunca se revierta.

Los ciberjusticieros no tenemos que ser quienes acosemos al que acosa. Tenemos que rechazar la violencia que se ejerce contra aquél al que se percibe como débil, pero también debemos de expandir nuevos relatos. Estigmatizar el bullying y solo difundir los casos de agresiones tan graves solo es mostrar la punta de un gran iceberg. Sensibilizar y concienciar en nuestras redes sociales sobre qué es el bullying y qué podemos hacer ante él es posible y necesario. Hoy en día nuestras redes son una ventana al mundo que nos permite aprender sobre muchas cosas y no podemos cerrarla, pero tenemos que ser conscientes de qué y cómo contamos.

Y porque no decirlo, también es necesario contar historias que tengan un final feliz. Si nunca contamos como ese niño/a consiguió salir de una situación tan violenta como el acoso escolar, nunca haremos que quieran contarlo para dejar de sufrir. Se seguirán callando porque no querrán esto: convertirse en virales y ser señalados por un país enteros.

Ana Villaseñor Horcajada. Formadora en el ámbito de la prevención de conductas violentas y bullying en el ámbito educativo

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