Por Cynthia Duque Ordoñez
La historia de Europa es la historia de las grandes naciones e imperios forjados a sangre y fuego, concepto subsumible por la historia de la humanidad, cuyos adelantos tecnológicos, en sus inicios tuvieron motivaciones bélicas.
Europa toma su nombre de la mitología griega, de una leyenda de intrigas y engaños por parte de un dios tiránico acostumbrado a hacer su voluntad, que como Maquiavelo defendería quince siglos después, tomó todos los medios a su alcance para conseguir su fin: raptar a la joven Europa. Tras cansarse de ella fue despachada con unas cuantas baratijas con las cuales protegerse (algo muy típico del patriarcado occidental y nada nuevo bajo el sol; sino todo lo contrario, la plasmación de cómo aquellos que se sienten por encima del bien y del mal pueden llegar a jugar con las almas del resto de mortales). La joven Europa es raptada por codicia entre otras muchas razones y nace Europa, como organización supranacional, porque “hay que regular la codicia”[1] de las naciones europeas tras la última gran guerra que por poco borra la hegemonía del viejo continente y nos deja reducidos a cenizas ¿Pudo frenar la decadencia de nuestras naciones?
Europa era un sueño de paz, prosperidad y unidad en las mentes de aquellos ilustrados que vivieron en sus carnes los estragos de la Segunda Guerra Mundial y que acertadamente creyeron en que todo lo que nos unía como habitantes del continente europeo era superior a aquello que nos dividía y envenenaba. Uno de estos ilustres personajes fue el alto funcionario francés, Jean Monnet.
Al Viejo Continente se le escapaba su poder, sobre el mundo, de entre los dedos: las metrópolis perdían sus colonias, la crisis financiera de 1929 se ceba con la economía y en especial la alemana (una de las más solventes del continente), pero serán dos hechos los que acaben de despertar las conciencias y lleven a los dirigentes a replantearse su papel en el nuevo mundo global. En primer lugar, dos guerras mundiales que principalmente tienen lugar en suelo europeo y surgen de los acontecimientos políticos, sociales y económicos europeos. Mueren 70 millones de vidas humanas y surge la reflexión sobre cómo evitar la siguiente sangría. En segundo lugar, las guerras destruyen política y territorialmente el continente europeo. Se acelera la descolonización y se fragmentan los últimos imperios al uso, privándolos de sus antiguos dominios globales. La pérdida de poder geoestratégico es imparable. Los países del viejo continente empequeñecían y cedían su poder a medida que se volvían más y más interdependientes y el mundo se transformada en un espacio común, al tiempo que surgían grandes potencias que revolucionarían el tablero como la URSS, China o EE.UU. La debilidad de los países europeos en el orden mundial frente al auge de las nuevas potencias se suma su debilidad defensiva frente a las mismas. Del miedo a dejar de ser lo que antaño fueron nace el proyecto de integración hacia lo que hoy denominamos la Unión. Si bien, el federalismo no ha sido siempre la teoría predominante de la integración europea, fue la principal inspiración del proyecto, una federación de Estados basada en el mercado común cuya lanza era el capitalismo, frente a una triunfante y en auge federación de Estados socialistas cuya lanza era el empoderamiento de la clase obrera.
La ideología de masas inundaba todo los estratos sociales durante y después de la IIGM, no sin razón, pues suya fue la victoria contra el fascismo y las economías europeas sólo serían capaces de levantarse mediante la lucha de clases. EE.UU ante el este panorama, decide invertir en la reconstrucción de Europa Occidental para contra restar la influencia socialista que llegaba desde el Este a raudales, tratando así de expandir su ideología y buscarse aliados en la lucha ideológica que estaba por llegar: la Guerra Fría.
Un fantasma recorría Europa, el fantasma del comunismo, al cual había que frenar ¿o no?, de esta manera nace la Comunidad Económica Europea.[2] Un viejo fantasma vuelve a recorrer Europa, un espectro que dormía mientras la URSS era fuerte, hoy, tras su derrumbe, cobra fuerza: el fascismo. Quebrada la sociedad de las masas, la humanidad se muere por el triunfo del imperio de la codicia, mientras nosotros, que no hacemos nada, somos engullidos poco a poco.
Solemos llamar a la maldad de múltiples formas, todas ellas diagnósticos clínicos, sin embargo, un enfermo no tiene la suficiente inteligencia, paciencia y estrategia para someter a un continente. Hitler casi lo hace, no fue un loco, fue un ser humano malvado, aceptémoslo, ser humano no es sinónimo de albergar los valores atenienses, ni mucho menos, es por este motivo por el cual siempre será necesario un Estado fuerte que ostente el monopolio de la fuerza y proteja a sus gentes. Pero lo mismo que una sola persona no es suficiente para cambiar el mundo, un sólo país no lo es para protegerse de dirigentes malvados, de ahí la necesidad de unir nuestras voces bajo una misma bandera que representen los valores que los pueblos democráticos defienden.
Diluirnos culturalmente y perder poder de decisión es uno de los miedos que los pueblos sienten ante la Unión, pero ¿es cierto? Y si lo fuera, ¿el bien superior subyacente motiva la decisión? Nuestras culturas no nos son entregadas en nuda propiedad, ni son estáticas, éstas han variado al nutrirse unas con las otras desde que existimos como seres inteligentes. También existe miedo de que dicha estructura de poder pueda caer en el fanatismo reaccionario, pero ¿y si son nuestras naciones las que caen en la tela de araña del sectarismo y el extremismo nacionalista? A la larga se enfangaría del extremismo imperante, pero mientras no colapsen las instituciones, es decir, mientras sean grupúsculos mínimamente molestos, la “Unión” sería la mejor manera de frenar la radicalización de los Estados en autoritarios.
Aprovechando el auge del fascismo, el capitalismo extiende sus tentáculos “protectores” o imperialismo, invadiendo Estados “rebeldes” o construyendo bases militares en los súbditos, injiere en nuestras políticas para a través del miedo conducirnos bajo su paraguas protector. La humanidad no vivirá en paz empoderando a las multinacionales frente a los Estados ni privatizando los recursos básicos, como el agua, para poder llevar una vida digna, todo ello lleva indudablemente a la guerra y a la dictadura del capital.
Mientras debatimos el devenir de la UE, Eurasia no duda en crear una Unión Euroasiática encabezada por Rusia, Irán y China. Se avecina un bello combate entre potencias políticas y económicas por el control del orden mundial.
No sé si mi existencia mortal será suficiente para ver florecer los grandes cambios de era que se avecinan. ¿Qué queremos y qué podemos hacer? Empujar la rueda de la historia, lo que no pasa por apuntalar al viciado sistema existente por miedo a los cambios. Si ha de caer, que caiga. Nuestra historia es la de aquellos que se levantan ante la adversidad y hacen de sus cenizas la mejor versión de ellos mismos. Con la sabiduría de nuestros errores y aciertos, crearemos el mundo, hoy utópico, que soñamos donde reine la paz y la justicia. No todo está perdido. Despertemos y revertamos el camino andado que nos llevaba hacia el precipicio del cual caeríamos esclavos.
[1] Palabras de Jean Monnet, 1943.
[2]. En 1946 el Partido Comunista Francés fue el primer partido en número de votos, debiendo abandonar el gobierno a instancia de EEUU para garantizar su inclusión en el Plan Marshall.