Iria Bouzas


El machismo incluye una larga lista de deficiencias por parte de aquellos que abrazan su innoble causa, pero una de las que resultan más tediosas es la de la previsibilidad.

La reacción de un machista ante cualquier comentario de una mujer que le moleste es siempre la misma, atacar su aspecto físico.

Para ser machista hay que tener un nivel de inteligencia bastante limitado, luego es lógico pensar que un machista no tendrá demasiados recursos dialécticos para desenvolverse en un debate que le supere, pero el recurso al menosprecio físico demuestra que además de poco inteligentes, tienen muy mal calibradas a esas mujeres a las que tan erróneamente consideran como inferiores. 

Un machista que insulta el físico de una mujer cuando está discutiendo con ella asume, muy equivocadamente, que la autoestima de esa mujer se sostiene en la imagen que los demás (hombres) tengan de ella.

Y es en este punto en el que me veo obligada a hacer un poco de didáctica a ver si podemos todos dejar de perder absurdamente el tiempo:  Queridos machistas del mundo, si hemos llegado hasta aquí y estamos en un momento histórico en el que resulta evidente que el feminismo está produciendo cambios sociales a un ritmo frenético, ¿no creen ustedes que tenemos la suficiente perspicacia como para no dejar nuestra autoestima en custodia de aquellos que pretenden pisotearla?

O dicho de una forma que ustedes alcancen a comprender, hace tiempo que las mujeres nos hemos dado cuenta del mecanismo de control y poder que suponía el asumir que nuestro valor está en el grado de utilidad que nos asignen los demás.

Hemos pasado demasiados siglos siendo valoradas por los hombres como una mercancía más. Hemos puntuado como paridoras de herederos, portadoras de dotes matrimoniales, elementos de diversión de cama o esclavas de todo tipo y condición.

Cuando, pese a la oposición de muchos, los tiempos avanzaron, se cambiaron los criterios de valoración para que estos fuesen asumidos socialmente como aceptables mientras los mecanismos de poder y control seguían perversamente en pie y funcionando a todo gas.

Se puso entonces a funcionar una maquinaria gigante de comunicación que nos convenció de que nuestro nuevo estatus en la sociedad venía dado por nuestra condición física.

Una mujer joven y guapa que era sexualmente deseable para los hombres había llegado a la cima del éxito social. Podía estar en el cine, en las portadas de las revistas, ser invitada a fiestas y convertirse en la envidia y el referente para las demás mujeres que se consolaban con buscar el poder acercarse ligeramente a tanta grandiosidad consumiendo cosméticos, haciendo dietas y pagando tratamientos de belleza.

Y como sucede siempre con los discrepantes, aquellas que se atrevían a alzar la voz para cuestionar ese sinsentido eran señaladas y maltratadas colectivamente incluso por el resto de las mujeres.

Pero las cosas han cambiado y parece que algunos no se han dado ni cuenta. Actualmente los machistas están jugando al Fornite con las reglas del Parchís y así les va a los pobres que no paran de recibir varapalos.

La primera piedra de la nueva ola de revolución feminista que estamos viviendo la puso el empoderamiento de las mujeres.

Empoderarse implica adquirir poder e independencia y para hacerlo habría sido imposible dejar en manos de los hombres el poder de gustarnos y querernos a nosotras mismas.

Señores machistas actualicen el repertorio que están empezando ustedes a resultar cansinos.

Pueden seguir llamándonos cosas, pueden insultarnos, calificarnos o intentar vejarnos, pero la única sensación que nos producen ya es la de un incómodo aburrimiento.

Y yo puedo soportar casi cualquier cosa, menos el aburrimiento.

¡Palabra!

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